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Acerca de Cuatro poetas en guerra de Ian Gibson

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 Por Magda Lago Russo


Son cuatro de las voces más importantes de la poesía española del siglo XX. Más allá de la poesía, sin embargo, los cuatro compartían otra causa: la causa republicana. Se analiza cómo la lealtad a la Republica tuvo un alto precio para ellos, que fueron castigados con el exilio, la cárcel o la muerte.Cuatro pilares fundamentales de la sociedad española del siglo XX silenciados con la muerte y el exilio. Cuatro poetas que lo dieron todo y a quienes la España de charanga y pandereta se encargó de destruir.

Ian Gibson hizo  un magnifico compendio en el que se nos muestran cuatro breves y trágicas vidas de cuatro poetas y su actitud nunca pasiva frente a la guerra fraticida que destrozó el país entre 1936 y 1939. Los poetas que nos muestra Gibson son auténticos iconos de la guerra y de la sociedad de aquel tiempo. Sin ellos seria muy difícil apreciar en toda su globalidad el mundo cultural de la época. Lo poetas son: Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca y Miguel Hernández.  De la Generación del 98 tenemos a Machado, de la G. del 14 a Juan R. Jiménez; de la G. del 27 a Lorca y como epílono o heredero de todos ellos a M. Hernandez. -. Complicado  Jiménez en sus etapas finales: pura y suficiente; luego Lorca con su etapa vanguardista. Machado es grandioso en «Campos de Castilla» y Hernández el más humano y sufrido en sentido real



ANTONIO MACHADO



Sus libros de poemas más importantes, llenos de lirismo y evocación, son “Soledades” (1903), vinculado al modernismo de Darío, y el citado “Campos de Castilla” (1912), magistral retrato del paisaje castellano y melancólico recuerdo emocional a su esposa perdida Se trata de una serie de poemas que Machado compuso entre 1899 y 1902, a caballo entre sus dos primeros viajes a París y su estancia en Madrid, donde frecuentó la bohemia modernista. En el primero de los viajes a la capital francesa (1899) conoció al escritor Oscar Wilde y entró en contacto con algunos de los poetas parnasianos y simbolistas franceses; en el segundo (1902) coincidió con el poeta nicaragüense Rubén Darío..

Los poemas de “Soledades” aparecen impregnados de un posromanticismo de corte becqueriano y del modernismo más intimista de raíz simbolista, alejado de la retórica recargada clásica de ese movimiento. En 1907 lo amplió con una nueva edición (“Soledades. Galerías. Otros poemas”) que alcanzaba las 96 poesías, y en la publicada en 1919 cambió ligeramente su título: “Soledades, Galerías y otros poemas”.



SOLEDADES (1899-1907)

I/ EL VIAJERO Está en la sala familiar, sombría, y entre nosotros, el querido hermano que en el sueño infantil de un claro día vimos partir hacia un país lejano. Hoy tiene ya las sienes plateadas, un gris mechón sobre la angosta frente; y la fría inquietud de sus miradas revela un alma casi toda ausente. Deshójanse las copas otoñales del parque mustio y viejo. La tarde, tras los húmedos cristales, se pinta, y en el fondo del espejo. El rostro del hermano se ilumina suavemente. 

VI/ Fue una clara tarde, triste y soñolienta... tarde de verano. La hiedra asomaba al muro del parque, negra y polvorienta... La fuente sonaba. Rechinó en la vieja cancela mi llave; con agrio ruido abriose la puerta de hierro mohoso y, al cerrarse, grave golpeó el silencio de la tarde muerta. En el solitario parque, la sonora copla borbollante del agua cantora me guía a la fuente. La fuente vertía sobre el blanco mármol su monotonía. La fuente cantaba:  ¿Te recuerda, hermano, un sueño lejano mi canto presente ?

Nos cuenta varios episodios de guerra en sus poemas «La muerte del niño   herido» y «El crimen fue en Granada», este último referido al fusilamiento de Federico García Lorca y narrado desde un doble punto de vista: el suyo propio y el del poeta granadino. Sirva como ejemplo la segunda estrofa, que lleva por nombre «El Poeta y La Muerte»: Se le vio caminar sólo con Ella, sin miedo a su guadaña. —Ya el sol en torre y torre; los martílios en yunque-yunque y yunque de las uas. Hablaba Federico, requebrando a la muerte. Ella escuchaba. «Porque ayer en mi verso, compañera, sonaba el golpe de tus secas palmas, y diste el hielo a mi cantar, y el filo a mi tragedia de tu hoz de plata, te cantaré la carne que no tienes, los ojos que te faltan, tus cabellos que el viento sacudía, los rojos labios donde te besaban... Hoy como ayer, gitana, muerte mía, qué bien contigo a solas, por estos aires de Granada, ¡mi Granada!



FEDERICO GARCIA LORCA

A pesar de que Federico García Lorca no quería involucrarse en política, tenía fama de liberal, de  una posición anti-fascista, y frecuentemente tuvo que soportar los ataques de los conservadores. Su popularidad y sus declaraciones sobre injusticias sociales, lo convirtieron en un personaje odiado por la derecha. Lorca fue detenido por una denuncia anónima, en la que se le acusaba de ser homosexual, ser espía de los rusos y haber sido secretario de Fernando de los Ríos. Días después fue asesinado.





Muerte de Antoñito el Camborio  .

Voces de muerte sonaron

cerca del Guadalquivir.

Voces antiguas que cercan

voz de clavel varonil.

Les clavó sobre las botas

mordiscos de jabalí.

En la lucha daba saltos

jabonados de delfín.

Bañó con sangre enemiga

su corbata carmesí,

pero eran cuatro puñales

y tuvo que sucumbir.

Cuando las estrellas clavan

rejones al agua gris,



Miguel Hernández Gilabert. Cultivador de una poesía vigorosa del clamor épico, luchador antifascista que se alistó voluntariamente en el ejército de la República y llevó a todos los frentes su valentía de hombre y su voz de poeta.Ejemplo de escritor comprometido con su realidad, logró una poesía desgarradora, expresión genuina de su pueblo, al denunciar la muerte sembrada sobre la tierra española por el fascismo su obra sorprende por la riqueza del verso, la variedad de metros y la elocuencia poética.



CANCIÓN PRIMERA /./

Se ha retirado el campo

al ver abalanzarse

crispadamente al hombre.

¡Qué abismo entre el olivo

y el hombre se descubre!

El animal que canta:

el animal que puede

llorar y echar raíces,

rememoró sus garras.

Garras que revestía

de suavidad y flores,



Regresará del llanto

adonde fue llevada

con su desierta mesa

con su ruinosa cama.



Florecerán los besos

sobre las almohadas.

Y en torno de los cuerpos

elevará la sábana

su intensa enredadera

nocturna, perfumada.



El odio se amortigua

detrás de la ventana.

Será la garra suave.

Dejadme la esperanza



El libro nos ofrece cuatro puntos de vista en distintos planos: la vida, la pasión, la muerte y el dolor. Cada uno de los poetas es un ejemplo de estos planos. Machado es la vida y termómetro de una República que ya nació muerta. Machado ve como cada día que pasa de guerra, y por mucho que luche aportando su poesía, esgrimida como espada, la República pierde terreno vital al igual que su salud se deteriora con la pérdida de una libertad y oportunidad que parece esquiva en la historia del  suelo patrio. No es coincidencia que, casi ya acabada la guerra él mismo muriera exiliado en Colliure, a la vez que acababa muriendo la República por la pasión de la vida en un fulgor que nos deja ciegos con solo mirarlo, el aleteo de un colibrí. En vida tan rápida e intensa sintió como nadie el primer mazazo de la guerra, el primer desgarro de la zarpa sangrienta que se llevó por delante a cientos y cientos de españoles. Muerte absurda debida a rencores y malentendidos que llevaron a la tumba al nuevo fénix de la literatura española. Miguel Hernández es la muerte en guerra y muerte en prisión… muerte de España. A diferencia de los dos poetas anteriores fue el más combativo, llevando su poesía por las trincheras no solo para levantar el ánimo de los soldados sino para ofrecerles un mundo distinto al de la incultura al que orgullosos y depreciables terratenientes de España cerrada y sacristía les habían sepultado. Nunca le fue perdonado por los espadones de brillantes galones; y Juan Ramón Jiménez es el dolor, el dolor fuerte y clavado como una espina de rosal, que sufre en su exilio allá en la Américas que tan poco le gustaron.



JUAN RAMON JIMENEZ

ADOLESCENCIA

En el balcón, un instante

nos quedamos los dos solos.

Desde la dulce mañana

de aquel día, éramos novios.

El paisaje soñoliento

dormía sus vagos tonos,

bajo el cielo gris y rosa

del crepúsculo de otoño.

Le dije que iba a besarla;bajó, serena, los ojos

y me ofreció sus mejillas,

como quien pierde un tesoro.

Caían las hojas muertas

en el jardín silencioso,

y en el aire erraba aún

un perfume de heliotropos.

No se atrevía a mirarme;

le dije que éramos novios,

…y las lágrimas rodaron

de sus ojos melancólicos



Premio Nobel de Literatura en 1956, por el conjunto de su obra, entre la cual destaca la narración lírica Platero y yo. El Premio Hispanoamericano de poesía Juan Ramón Jiménez es un prestigioso premio literario otorgado por la Fundación Juan Ramón Jiménez en Moguer, España. Fue creado, en 1981, en honor al Premio Nobel Juan Ramón Jiménez con el objetivo de promocionar y editar obras de otros autores, así como homenajear al poeta moguereño.



                                               


Rogelio Ramos Signes responde En cuestión: un cuestionario de Rolando Revagliatti

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Rogelio Ramos Signes responde “En cuestión: un cuestionario” de Rolando Revagliatti

“Soy de los que ignoran qué cosa es la inspiración”


Rogelio Ramos Signes nació el 14 de diciembre de 1949 en La Rioja, capital de la provincia homónima, República Argentina, habiendo transcurrido su infancia en San Juan, capital, también, de la provincia homónima, y su adolescencia en la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe. Desde 1972 reside en San Miguel de Tucumán, capital de la provincia de Tucumán. Es miembro fundador de la Asociación Literaria “Dr. David Lagmanovich”. A partir de 1982 dirige la revista “A y C” (Arquitectura y Construcción). Obtuvo el Gran Premio Regional de Cuentos del Noroeste (2011), otorgado por la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación. Ha sido incluido en más de cien antologías de poesía, narrativa y ensayos de diversos países (citamos “La ciencia ficción en la Argentina”, “Antología del cuento fantástico argentino contemporáneo”, “Sleepingfish”, “The global game”, “El verso libre”, “200 años de poesía argentina”, “Minificcionistas de ‘El Cuento’. Revista de Imaginación”, “Poesía de pensamiento”, “El Quijote de Tucumán”, “La vita in brevi”). Fue el compilador del volumen “Monoambientes. Microrrelatos del Noroeste Argentino” y co-compilador de “Ajenos al vecindario” y “Cuaderno Laprida”. En el nº 10 de la revista “Minotauro” fue difundida su nouvelle “Diario del tiempo en la nieve” (Segundo Premio CACYF, Círculo Argentino de Ciencia Ficción y Fantasía, en 1984) y en el nº 13 de la revista “El Péndulo” su nouvelle “En los límites del aire, de Heraldo Cuevas” (Primer Premio “Más Allá” a la mejor novela publicada en Argentina en el bienio 1985-1986). Publicó el libro de cuentos “Las escamas del señor Crisolaras”, el de microrrelatos “Todo dicho que camina”, los de ensayo “Polvo de ladrillo”, “El ombligo de piedra” y “Un erizo en el andamio”, las novelas “En busca de los vestuarios” (Premio ALIJA, Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina, al mejor libro ilustrado, en 2005), “Por amor a Bulgaria” (Primer Premio en el Concurso de Novela Breve 2008 “Luis José de Tejeda”) y “La sobrina de Úrsula” y los poemarios “Soledad del mono en compañía”, “La casa de té” y “El décimo verso”.


1: ¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?

RRS: Mi primer acto de creación fue antes de aprender a escribir, cambiándole la letra a las canciones que cantaban mis hermanas. Ellas (de ocho y diez años más que yo) se enfurecían. Una vez que aprendí a escribir coseché los primeros beneficios porque inventaba cuartetas obscenas para mis amigos, canjeándolas por aquellas manufacturas para las que yo era un negado: una buena honda, un autito fabricado con latas de sardinas, etc.


2: ¿Cómo te llevás con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad, con las contrariedades?

RRS: Con la lluvia y con las tormentas me llevo muy bien. Ambas me gustan, porque me despiertan la imaginación y me sumergen en un ambiente acorde con mis sentimientos: por lo general no me agradan los días de sol extremo.
Sin embargo mis recuerdos en relación con las lluvias son tristes y jamás pude escribir sobre ello. Pasé mi adolescencia en las afueras de Rosario, cerca del arroyo Saladillo, y sufrimos dos inundaciones. En la segunda, con más de un metro y medio de agua dentro de la casa, perdimos todo.
Con la sangre me llevo mal, me impresiona.
Detesto la velocidad. Me he acostumbrado a conducir con mis hijos pequeños sentados junto a mí, y siempre fui muy prudente. En síntesis: luego de cincuenta años conduciendo sólo choqué una vez, en un pueblo sanjuanino, porque la ruta estaba con arena y, a pesar de frenar con tiempo, el auto igual se deslizó hasta dar contra un camión. ¡Única experiencia de ese tipo! Eso sí, a mi vehículo lo chocaron varias veces.
¿Y cómo me llevo con las contrariedades? Creo que son un clásico dentro de mi vida cotidiana. Supongo que más o menos como en la vida de todos. Así que convivo pacíficamente con ellas, a sabiendas de que en algún momento me van a salir de improviso a ponerme palos en la rueda.


3: “En este rincón” el romántico concepto de la “inspiración”; y “en este otro rincón”, por ejemplo, William Faulkner y su “He oído hablar de ella, pero nunca la he visto.” ¿Tus consideraciones?... 

RRS: Soy de los que ignoran qué cosa es la inspiración, y abogo permanentemente por el trabajo. Lo que otros llaman inspiración, si es que estamos refiriéndonos a nuestro oficio, es la actitud que tenemos los escritores frente a la vida como testigos de determinados acontecimientos. Cosas que a otros se les pasan por alto, porque no ven en ellas ni una pizca de fantasía, para nosotros es el germen de una historia o de un texto que vendrá. Andamos siempre con las antenas paradas. He ahí la diferencia, el terreno donde germina y da frutos eso a lo que llaman inspiración.


4: ¿De qué artistas te atraen más sus avatares que la obra?

RRS: Me atrae cómo manejan sus contratiempos los músicos populares que actúan en varios lugares diferentes en la misma noche, que sufren las mil y una en el camino, pero que suben al escenario con una sonrisa.
Me gustan las historias de los colegas que, al igual que yo, produjeron alguna obra casi sin darse cuenta, con piloto automático, y resultó que ¡es su mejor obra! para lectores desprevenidos.
Me gustan los artistas plásticos que tomaron imágenes de algún sueño sin saber que lo estaban haciendo.
Me gustan los descubrimientos casuales en lo que respecta a avances en la salud. Esas historias tienen mucho que ver con el realismo mágico de cierta literatura.


5: ¿Lemas, chascarrillos, refranes, proverbios que más veces te hayas escuchado divulgar?

RRS: Por lo general me agrada deconstruir los refranes y clichés de la lengua cotidiana, quitarle su componente metafórico a ciertas frases hasta dejar las palabras desnudas, a expensas del absurdo que genera la lógica en estado puro. De hecho mi libro de microrrelatos “Todo dicho que camina” es exactamente eso: situaciones lógicas y absurdas que cambian el sentido de frases hechas.
Ahora bien, en la charla cotidiana uno de mis clichés más usados es: “De algo hay que morir”, cuando una conversación entre amigos se convierte en un insoportable compendio de enfermedades. Es mi manera de cortar por lo sano. ¡Detesto hablar de esas cosas! También suelo usar, por oposición a mi edad, cuando ya sé que nunca haré tal o cual cosa: “Ya sabemos que tengo la vida por delante”. La mayoría lo toma como una frase de esperanza y buena onda. Muy pocos se animan a retrucar con alguna humorada afín. Pero siempre hay alguno que lo hace. ¡Esos son mis amigos más queridos!


6: ¿Qué obras artísticas te han —cabal, inequívocamente— estremecido? ¿Y ante cuáles has quedado, seguís quedando, en estado de perplejidad?

RRS: Me sigue pasando con “El Quijote”, que estoy leyendo por cuarta vez.
La primera vez fue una fea experiencia. Hice una pésima lectura y por obligación en el colegio secundario.
La segunda fue por mi cuenta y por simple curiosidad. Debo haber tenido poco más de treinta años y recuerdo haberme reído muchísimo.
La tercera fue más o menos veinte años después. Me reí muy poco y tengo presente que lloré en muchas partes. Quizás tenía que ver con algún momento determinado de mi historia, o con el hecho de aceptar el fracaso de algunos principios que había mantenido durante toda mi vida. ¡La terrible funcionalidad del arte!
Esta cuarta lectura es más calma: tomo notas, comparo, busco términos en algún diccionario de palabras olvidadas, produzco otros textos a partir de lo que leo. En fin, sé que esta será mi lectura final.
Me sigue emocionando la poesía de mis “maestros a distancia”: Antonio Cisneros, Pedro Shimose, César Fernández Moreno, Gregory Corso, Ezra Pound, Antonio Machado, Alfredo Veiravé, los poetas del Siglo de Oro Español. Textos muy variados y de múltiples fuentes.
Me sucede lo mismo con algunas novelas, además del Quijote de Cervantes; “La muchacha de las bragas de oro” de Juan Marsé, “En la pendiente” de Markus Werner, “Zama” de Antonio Di Benedetto, “Martedina” de Giuseppe Bonaviri, “La señora Calibán” de Rachel Ingalls, “El último encuentro” de Sándor Márai, “Pedro Páramo” de Juan Rulfo, “Todos los nombres” de José Saramago, “Lolita” de Vladimir Nabokov, “País de nieve”  de Yasunari Kawabata, varias novelas de Murakami, más todas las que estoy olvidando en este momento. Con “Lolita” me ocurre lo mismo que con “El Quijote”, requiere diferentes lecturas en diferentes edades, a veces con resultados totalmente opuestos.
Y cuentos: “Un día perfecto para el pez banana” de J. D. Salinger, “El perro que nunca existió y el anciano padre que tampoco” de Francisco Candel, “El evangelio según Marcos” de Jorge Luis Borges, “Antártida” de Claire Keagan, “Los destiladores de naranja” y “Tacuara mansión” de Horacio Quiroga, “El perjurio de la nieve” de Adolfo Bioy Casares, “Vecinos” de Raymond Carver, y algunos otros que ahora tampoco vienen a socorrerme.      
Y en cuanto a música, son incontables los discos que necesito escuchar por lo menos una vez al mes; pero no quisiera que esto se convirtiese en un listado de títulos y de autores.


7: ¿Tendrás por allí alguna situación irrisoria de la que hayas sido más o menos protagonista y que nos quieras contar?

RRS: Siempre hay algún fracaso, en cualquier terreno y no sólo en el de la literatura, que es mejor callar. Lo bueno es que se lo puede procesar, maquillar y envolver para regalo. En fin, disfrazarlo hasta convertirlo en confesión privada; escraches a uno mismo que seguirán siendo historias secretas de las que nadie encontrará la llave exacta, sino apenas una que otra ganzúa.


8: ¿Qué te promueve la noción de “posteridad”?

RRS: Me produce incertidumbre. Mi amor por lo fantástico tiene mucho que ver con eso. A veces siento que la posteridad es un componente de la ficción, otras veces la siento como lo opuesto, como una realidad que llega a destiempo, que se ha convertido en una nueva metáfora de la tristeza. En el mejor de los casos la posteridad es pariente cercana del azar.


9: “¿La rutina te aplasta?” ¿Qué rutinas te aplastan? 

RRS: Me aplastan los caminos sin salida; no ver la luz al final del túnel; la falta de posibilidades en el país que, por ser el nuestro, amamos; el esfuerzo gastado en tareas inútiles dentro de una rueda de la que no podemos salir; nuestro destino hámster.
De todos modos necesito una vida tranquila, sin demasiados sobresaltos, para que mi imaginación pueda correr a campo traviesa durante la escritura; para que allí dentro se generen todas las tribulaciones y avatares, hasta convertirse en palabras más o menos bien ordenadas.


10: ¿Para vos, “Un estilo perfecto es una limitación perfecta”, como sostuvo el escritor y periodista español Corpus Barga? Y siguió: “…un estilo es una manera y un amaneramiento”.

RRS: Me gustan los estilos cuando funcionan como un perfume, que algunos pueden descubrir sin que sea algo demasiado visible. En cambio me molesta, y mucho, cuando es un cliché; por más que sea un cliché personal, inventado por ese autor.
Creo que la repetición es una manera anticipatoria de la muerte. Es horrible leer un texto inmerso en la obviedad.


11: ¿Qué sucesos te producen mayor indignación? ¿Cuáles te despiertan algún grado de violencia? ¿Y cuáles te hartan instantáneamente? 

RRS: Me indigna (como a muchos, pero no a todos) la injusticia que, por lo general, produce el dinero. La falta de oportunidades en la que se mueve la gente de nuestro entorno, nosotros incluidos; ni hablar de quienes no tienen ni siquiera esas escasas perspectivas. No soy un tipo físicamente violento, pero puedo serlo mentalmente y desearle cosas horrendas a quienes se mueven con impunidad amparados en la injusticia reinante. Así como los milicos asesinos son un tema que para mí divide las aguas, sin posibilidades de reconciliación; siento que algo parecido, aunque no tan duro, me está pasando con quienes manejan el dinero de una manera mezquina y sin medida… Tal vez por eso también escribo poesía, para tratar de cortar de alguna manera el vacío discurso del poder.
Me hartan los ignorantes que, una vez descubiertos, se jactan de su ignorancia; también la gente sin opinión propia; los que no leen un libro o ven una película sin antes haber tenido acceso a una crítica previa; esa repetición (digamos, universitaria) donde tus trabajos sólo tienen valor si están sostenidos por un andamiaje bibliográfico.
Me harta también el coro de seguidores de gente mediocre. Los “me gusta” indiscriminados y los comentarios sin freno que a diario vemos en las redes sociales.
Muchas cosas me hartan; tantas que sería imposible cerrar la respuesta a esta pregunta.


12: ¿Qué postal (o postales) de tu niñez o de tu adolescencia compartirías con nosotros?

RRS: La del niño lector, de clase media, que se hizo culturalmente como pudo, a los ponchazos. La del músico frustrado. La del tímido irrecuperable. La del inseguro que se inventó un personaje con el mismo nombre, la misma edad e idénticos rasgos personales.


13: ¿En los universos de qué artistas te agradaría perderte (o encontrarte)? O bien, ¿a qué artistas hubieras elegido o elegirías para que te incluyeran en cuáles de sus obras como personaje o de algún otro modo?

RRS: Me hubiese gustado que existiera y haber conocido a la pulpera de Santa Lucía, que inmortalizó Héctor Pedro Blomberg. También hubiese deseado escuchar las arengas entre lógicas y desopilantes del licenciado Vidriera, de Cervantes. Haber asistido a la Casa de las Bellas Durmientes que imaginó Kawabata, habría estado muy bueno; conocer a Francisco de Quevedo, de quien se dice que a veces hablaba en perfecta rima, no en desprolijidad rapera, sino en inobjetables alejandrinos, con sus correspondientes hemistiquios y la acentuación exacta; intimar con las modelos del fotógrafo checo Jan Saudek hubiese sido todo un galardón; o haber tocado un instrumento en alguna pista de “Sgt. Pepper”.


14: El silencio, la gravitación de los gestos, la oscuridad, las sorpresas, la desolación, el fervor, la intemperancia: ¿cómo te resultan? ¿Cómo recompondrías lo antes mencionado con algún criterio, orientación o sentido?

RRS: Todos esos puntos son protagonistas de mi novela “Por amor a Bulgaria”.
Eso, llevado al acontecer cotidiano es, en definitiva, una síntesis de la vida que vivimos; o al menos de la vida que yo vivo, si dejamos fuera la intemperancia.
No sabría cómo recomponer tremendo andamiaje cotidiano cuando siento que estamos obligados a correr sin freno en un bosque invadido por la niebla. ¿Quién se salva de llevarse un árbol por delante?


15: ¿A qué artistas en cuya obra prime el sarcasmo, la mordacidad, el ingenio, la acrimonia, la sorna, la causticidad… destacarías? 

RRS: Varios, porque ellos son mi espejo y envidia. Voltaire, sin dudas; Sarmiento, también; Lichtenberg, eternamente; en lo literario, Conrado Nalé Roxlo, sobre todo sus textos costumbristas y mordaces firmados como Chamico; las anotaciones de Adolfo Bioy Casares que, de alguna manera, son la puesta en palabras del insustituible humor de Landrú.  


16: ¿Qué apreciaciones no apreciás? ¿Qué imprecisiones preferís?...

RRS: No aprecio (porque no sé o porque no tuve una educación clásica) la evaluación de la música con un sentido matemático, o como un hallazgo de la neurociencia. Escucho música todo el día, y he llegado a producirla intuitivamente, pero no dispongo de conocimiento para disfrutarla y/o desmenuzarla desde otras perspectivas.
Me gustan las imprecisiones del “arte encontrado”: la figura fugaz que nos entrega una nube, el microrrelato oculto que aprisiona algún párrafo de una novela, el humor involuntario que surge de hechos cotidianos.
En definitiva, me gusta y emociona lo parecido, pero no lo simétrico. Dos senos femeninos ligeramente diferentes podrían ser un buen ejemplo.


17: ¿Viste que uno en ciertos casos quiere a personas que no valora o valora poco, y que en otros casos valora a personas que no quiere? ¿Esto te perturba, te entristece? ¿Cómo “lo resolvés”?

RRS: Aquello de “el hombre y sus circunstancias” puede contener el quid de estas valoraciones, a veces momentáneas, a veces injustificadas. No todo es igual en todo momento ni en todo lugar.
El hecho de no tener siempre una justificación para mis amores o mis fastidios no me entristece. Sí me entristece ser consciente del origen de mis rencores, que es punto tan distante del amor como del odio.


18: ¿El mundo fue, es y será una porquería, como aproximadamente así lo afirmara Enrique Santos Discépolo en su tango “Cambalache”?

RRS: No desde mi punto de vista; porque, así expresado, nos liberaría de responsabilidades a nosotros que somos los verdaderos culpables de que el mundo haya podido ser una porquería, o de que tal vez lo sea hoy, o de que quizás lo siga siendo en el futuro.


19: Por la fidelidad y entrega a una causa o proyecto, ¿qué personas (de todos los tiempos y de todos los ámbitos) te asombran?

RRS: Jesucristo, Johannes Gutenberg, Miguel de Cervantes Saavedra, Voltaire, Domingo Faustino Sarmiento, Camille Saint-Saëns, Patrice Lumumba, Dolores Ibárruri, Albert Sabin, Ho Chi Minh, John Lennon, Amelia Earhart, Dmitri Hvorostovsky, Jorge Luis Borges, Fidel Castro y varios que se me escapan en este vuelo de pájaro, incluyendo igual a Marilyn Monroe que no entraría en el casillero de “entrega a una causa o proyecto”, supongo.





20: ¿Qué te hace “reír a mandíbula batiente”?

RRS: El humor involuntario, sin duda. El que surge de situaciones absurdas, que no fueron pensadas como tales. Los avisos parroquiales, suelen ser un buen ejemplo en este sentido.


21: ¿Cómo afrontás lo que sea que te produzca suponerte o advertirte, en algunos aspectos o metas, lejos de lo que para vos constituya un ideal?

RRS: No sé si llego a entender correctamente la pregunta, pero creo que siempre estamos lejos del ideal, y eso es lo que nos lleva a porfiar una y mil veces por aquello en lo que creemos, si no nos bastaría con echarnos a dormir una siesta interminable e imaginarnos que eso es la vida.
En lo que hace a la literatura considero que es más o menos lo mismo. Suelo decir, y es verdad, que me gusta la página en blanco; entrar en ella sin preconceptos ni ideas. Tal vez ese sea mi mecanismo para luego sentirme medianamente satisfecho con el resultado de lo que escriba. Tenerlo todo planeado antes de ponerme a escribir me lleva indefectiblemente a la desazón: mi imaginación siempre será mayor que mi capacidad para ponerla en palabras.


22: El amor, la contemplación, el dinero, la religión, la política… ¿Cómo te has ido relacionando con esos tópicos?

RRS: Con el amor, bien; siempre estuve enamorado, aunque no siempre los finales fueran felices.
Con la contemplación, bien; creo que esa es la previa de muchos textos que luego escribí.
Con el dinero, mal; como cualquier argentino de clase media que vive de su trabajo en un país dominado por políticos y empresarios insaciables.
Con la religión, bien; gracias a mi padre no tuve una educación religiosa; y aunque a veces siento que es una falta en mi vida, la he incluido en mis preocupaciones literarias (un saco inagotable a donde va a parar todo) y leo sobre diferentes religiones con cierto placer y respeto.
Con la política, mal; sufrí mucho en el último y más feroz golpe cívico militar del 76, perdiendo casi todo, y viendo en la actualidad que mis camaradas (compañeros, correligionarios, etc.) de entonces se reciclaron sin cargos de conciencia.


23: ¿A qué obras artísticas —espectáculos coreográficos, films, esculturas, música, pinturas, literatura, propuestas teatrales o arquitectónicas, etc.— calificarías de “insufribles”?

RRS: Soy buen público para todo tipo de manifestación artística. Si hay algo que me molesta en ello no son las obras en sí, sino los presuntos entendidos y sus pavoneos que terminan convirtiendo todo en pastiche de frases huecas.
Algo que suele aburrirme es eso a lo que hoy llaman stand-up, pero que viene desde épocas inmemoriales con otro nombre o sin nombre alguno. Son por lo general refritos de cosas escuchadas hasta el hartazgo. 


24: ¿Qué calle, qué recorrido de calles, qué pequeña zona transitada en tu infancia o en tu adolescencia recordás con mayor nostalgia o cariño, y por qué?...

RRS: Añoro el camino desde mi casa hasta la escuela, en la ciudad de San Juan, con todas las alternativas de su recorrido: casas de mi barrio, un gran descampado, una calle de tierra profusamente arbolada, una avenida peligrosa corriendo a la par de un canal de riego y finalmente la escuela.


25: ¿Cómo reordenarías esta serie?: “La visión, el bosque, la ceremonia, las miniaturas, la ciudad, la danza, el sacrificio, el sufrimiento, la lengua, el pensamiento, la autenticidad, la muerte, el azar, el desajuste”. Digamos que un reordenamiento, o dos. Y hasta podrías intentar, por ejemplo, una microficción.

RRS: La ciudad, el pensamiento, la autenticidad, la visión, la lengua, el bosque, la danza, la ceremonia, las miniaturas, el azar, el desajuste, el sufrimiento, el sacrificio, la muerte.
Creo que en ese orden ya está el microrrelato para mí, que a la vez es el camino opuesto que añoro en la respuesta a la pregunta anterior.


26: “Donde mueren las palabras” es el título de un filme de 1946, dirigido por Hugo Fregonese y protagonizado por Enrique Muiño. ¿Dónde mueren las palabras?...

RRS: En el tormento, en la enfermedad, en el hambre que no se modifican con el sana-sana de algunas frases bien pensadas, aunque la intención sea buena.


27: ¿Podés disfrutar de obras de artistas con los que te adviertas en las antípodas ideológicas? ¿Pudiste en alguna época y ya no?

RRS: Sí puedo. Lo que más deseo, dentro de cualquier lenguaje artístico, es encontrarme con una obra que me sorprenda, que me conmueva, que de alguna manera dé en el centro de mi gusto y necesidad; eso es obvio. Si no se diese así, también soporto lo contrario: una obra que me incomode. Lo que verdaderamente me resulta inaguantable es una obra compuesta de obviedades… Si imagino lo que va a venir y es eso lo que viene, no me interesa.
Hay artistas ideológicamente opuestos a mí que si en su lenguaje no insisten con cuestiones panfletarias pueden llegar a interesarme.


28: ¿Cómo te cae, cómo procesás la decepción (o lo que corresponda) que te infiere la persona que te promete algo que a vos te interesa —y hasta podría ser que no lo hubieras solicitado—, y luego no sólo no cumple sino que jamás alude a la promesa?

RRS: Es algo que siempre me ha dolido, y mucho, pero como se trata de una actitud clásica en un gran número de las personas que conozco (incluidos algunos amigos cercanos), he tratado de pasar esa desazón a segundo plano, y ya no espero que se cumplan las promesas. Muchas veces, también, me pregunto si yo no habré caído en ese formato sin haberme dado cuenta; y, a pesar de que creo que no, cada vez hay más cosas que no podría asegurar.
Me tranquiliza, eso sí, saber que les doy a todos algo de mí; es decir, les doy mi tiempo. Lo malo es que cuando soy consciente de eso, noto la diferencia y la decepción a la que hacés referencia se hace presente.


29: No concerniendo al área de lo artístico, ¿a quiénes admirás?

RRS: Creo que eso ya está incluido parcialmente en una respuesta anterior, donde menciono a Jesucristo, Gutenberg, Lumumba, Sabin, Ho Chi Minh y Fidel. Pero esto podría completarse con varias personas que fui conociendo a lo largo de mi vida, gente cuyo nombre nada le diría a quienes lean esto; simples trabajadores que hicieron su tarea con eficiencia y respeto por los demás.
En áreas más banales, si es que esta respuesta puede desviarse hacia allí, admiro a algunos futbolistas de Independiente, el club de mis amores. Podría sintetizarlos en uno: Raúl Emilio Bernao. 


30: ¿Tus pasiones te pertenecen o sos de tus pasiones? Pasiones y entusiasmos. ¿Dirías que has ido consiguiendo, en general, distinguirlos y entregarte a ellos acorde a la gravitación?

RRS: Creo que ambas cosas, dependiendo de diferentes momentos de mi vida. Priorizando siempre el trabajo, como único medio de sustento para criar a mis hijos, pude poner mis pasiones en segundo plano y dedicarles las escasas horas que podía. Liberado parcialmente de esas obligaciones tengo mucho más tiempo para entregarle a mis pasiones, que son mías, que me pertenecen totalmente.


31: ¿Qué artistas estimás que han sido alabados desmesuradamente?

RRS: Escucho mucha música, de toda y casi todo el día. En ese terreno hay muchos artistas que han sido alabados y que a mí no me conmueven en absoluto, pero siempre pensé que es una cuestión de gustos. Y me parece maravilloso que no todos gustemos de lo mismo, si no el mundo ya se habría acabado en medio de guerras interminables por tener lo que tiene el otro, o tal vez nos aburriríamos tanto por no poder escuchar otra campana que nos sentaríamos a esperar el fin.
En música de rock, sólo por dar algún ejemplo que complete la idea de esta pregunta, considero que la capacidad de Jimi Hendrix y de Eric Clapton está sobrevalorada. La pintura de Salvador Dalí no me sugiere demasiado. El premio Nobel de Literatura a Bob Dylan me parece una barbaridad. Si querían premiar a un músico popular que hace literatura con la letra de sus canciones, opino que Leonard Cohen lo merecía mucho más.
En nuestro terreno también se da por épocas. Las novelas de Sándor Márai me aburren tremendamente, salvo “El último encuentro”, ni hablar de las de Leonardo Padura. E históricamente, no termino de entender la devoción por Marcel Proust.


32: ¿Acordarías, o algo así, con que es, efectivamente, “El amor, asimétrico por naturaleza”, tal como leemos en el poema “Cielito lindo” de Luisa Futoransky?

RRS: El amor, al menos desde mi experiencia, casi siempre fue asimétrico, desnivelado, a destiempo; muchas veces, la añoranza del paraíso; otras veces, la imaginación de lo que podía ser y que raramente fue.
Eso no impide que haya fugaces chispas de simetría en el amor, que sería el paraíso añorado de la frase anterior.


33: ¿El amanecer, la franca mañana, el mediodía, la hora de la siesta, el crepúsculo vespertino, la noche plena o la madrugada?

RRS: Depende para qué. Para descansar, la siesta. Para alucinar, la noche.


34: ¿Qué dos o tres o cuatro “reuniones cumbres” integradas por artistas de todos los tiempos y de todas las artes nos propondrías?

RRS: Por rubros: Mozart y Charly García, Borges y Quevedo, El Bosco y Piet Mondrian.
Mezclados: Beethoven y Werner Herzog, San Juan de la Cruz y Marilyn Monroe, Estanislao del Campo y Leo Dan. 


35: Seas o no ajedrecista: ¿qué partida estás jugando ahora?...

RRS: Mi partida actual, o la de siempre, es la del peón eternamente enamorado de su reina, dispuesto a jugarse la vida ante un rey ocioso, a caballo o a pie, a riesgo de ser visto desde la torre por esos alcahuetes llamados alfiles, incapaces de ir de frente.

*

Cuestionario respondido a través del correo electrónico: en las ciudades de San Miguel de Tucumán y Buenos Aires, distantes entre sí unos 1250 kilómetros, Rogelio Ramos Signes y Rolando Revagliatti, 7 de agosto de 2019.


Libros & otras interferencias # 59: Video de Daniel Rojas Pachas sobre dos cómics de DC: Balas rasantes y El Clavo

Poemas de Juan José Saer (Arte de narrar - poemas 1960-1987)

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Poemas de Juan José Saer (Arte de narrar - poemas 1960-1987)


  "Juan José Saer  (Santa Fé, argentina, 1937-París, 2005) es el mejor escritor argentino actual es una manera de desmerecer su obra. Sería preciso decir, para ser más exactos, que Saer es uno de los mejores escritores actuales en cualquier lengua y que su obra -como la  de Thomas Bernhard  o la de  Samuel Beckett-  está situada del otro lado de las fronteras, en esa tierr de nadie que es el lugar mismo de la literatura".                 

Ricardo Piglia



Siameses de José Emilio Pacheco (Video con poema leído por el autor)

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Siameses


Me llamo Tim y odio a Jim, mi hermano 
gemelo —y algo más,
ya que nacimos unidos por una membrana flexible
que otorga libertad de movimiento (hasta cierto punto).
Imposible cortarla pues la escisión
acabaría de golpe con nuestras vidas.

Tenemos dos cabezas muy diferentes.
Jim es glotón y sólo come cadáveres
Yo soy vegetariano, estoico, ascético:
mi rival vive esclavo de la lujuria.
Y cuánto me repugnan sus contorsiones 
en mujeres de paga mientras yo en vano 
hojeo una revista o finjo distancia 
mirando en la pantalla videos idiotas.

Yo simpatizo con el pueblo doliente.
Mi ideal es anarquista y odio el poder.
Jim ama el capital, gana millones
pues tiene genio para invertir en la Bolsa.

Él duerme como un niño. Yo soy insomne.
Leo todo el tiempo y Jim detesta los libros.
Me gusta hablar. Mi hermano es silencioso.
Aborrezco la caza, él es experto en venados.

Nos hace millonarios nuestra danza grotesca,
los diálogos obscenos que improvisamos,
y los feroces juegos con espadas.
Dice la gente “¡es el acorde perfecto!”,
“¡nunca se han visto hermanos tan idénticos!”
¿Alguien se ha imaginado nuestra guerra interior,
la lucha interminable que libramos a solas?
(Ninguno de nosotros sabrá nunca
qué significa la expresión a solas).

No podemos creer que existan seres 
por separado. Los consideramos 
triste mitad de un todo inexistente,
mellizos de un fantasma o espectrales siameses
que alojan en un cuerpo la dualidad, la enemiga
contradicción de opuestos para siempre enfrentados.

Cómo anhelo 
vivir sin este monstruo que me duplica y estorba.

Y no obstante de noche, conversamos
en nuestra propia lengua inventada.
Nadie será capaz de descifrar la clave imposible.
En presencia de extraños no se usa nunca.
La llamamos Desesperanto.
Arde en lumbre de rabia y odio hacia ustedes.

Si puedo hablar ahora es porque Jim 
duerme su borrachera como puerco en zahúrda.
Despertará en un minuto 
y entonces volveremos a la pugna incesante.

Oigan lo que les digo: de verdad
la convivencia es imposible



De: El silencio de la luna


Destiempo (poema de Enrique Lihn leído por el autor)

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Destiempo


Nuestro entusiasmo alentaba a estos días que corren
entre la multitud de la igualdad de los días.
Nuestra debilidad cifraba en ellos
nuestra última esperanza.
Pensábamos y el tiempo que no tendría precio
se nos iba pasando pobremente
y estos son, pues, los años venideros.
Todo lo íbamos a resolver ahora.
Teníamos la vida por delante.
Lo mejor era no precipitarse.

(La pieza oscura)


Para más material de Enrique Lihn visitar nuestra web poetaenriquelihn.blogspot.com


Poemas de Elizabeth Bishop

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EL ARMADILLO

A. R. Lowell

Esta es la época del año
en la que casi cada noche
aparecen, ilegales, los frágiles globos de fuego.
Ascienden a la cima de la montaña,
elevándose hacia algún santo
aún venerado en estas tierras,
y sus cámaras de papel enrojecen, se llenan
de una luz que va y viene, como corazones.
Una vez en lo alto, contra el cielo,
es difícil distinguirlos de las estrellas
—es decir, los planetas, los coloreados:
Venus que declina, o Marte
o aquel otro, verde pálido. Una ráfaga,
y se inflaman, titubean, vacilan, se agitan;
pero quieto el aire, navegan seguros y atraviesan
la armazón de cometa de la Cruz del Sur,
retroceden y menguan y nos dejan
—firmes ellos y solemnes— en el mayor desamparo;
o impelidos desde un pico por corrientes descendentes,
se convierten en súbito peligro.
Anoche cayó otro de los grandes.
Reventó como un huevo de fuego
contra el acantiladla espaldas de la casa.
Chorrearon llamas. Vimos
volar al par de búhos que allí anidan,
alto, más alto, en torbellino blanquinegro
con una mancha rosa vivo por debajo,
hasta que, se perdieron de vista chillando.
Tal vez ardiera el viejo nido de los buhos.
Aprisa, solitario,
abandonó el lugar un armadillo centelleante,
cabizbajo, colibajo, veteado de rosa,
y un conejillo salió entonces,
oh sorpresa, de orejas cortas,
y tan suave: un puñado de cenizas intangibles,
fijos y encendidos los ojos.

Oh remedo más que hermoso; como un sueño.
Oh juego que cae y grito penetrante
y pánico, y un débil puño acorazado
que ignorante se cierra contra el cielo.



ALGUNOS SUEÑOS QUE ELLOS OLVIDARON

Los pájaros muertos cayeron sin que nadie
los hubiera visto volar o pudiera
imaginar desde dónde. Eran negros,
sus ojos estaban cerrados, y nadie
supo qué clase de pájaros eran. Pero todos
se apoderaron de ellos y miraron
hacia arriba, por el reciente y largamente
infundibilizado cielo.
También cayeron gotas oscuras. Se recogieron
en los canales del tejado, se congregaron
en los cielorrasos sobre los hechos de todos ellos;
toda la noche, gotiformas misteriosas,
colgaron sobre sus cabezas, se esparcieron
después entre sus dedos distraídos, rápidas
como el rocío hojas afuera.
Y ellos, ¿dónde habían visto
bayas silvestres tan perfectamente negras como éstas
y que brillaran igual al alba? Señuelos
de centro negro, en altas ramas, o debajo
de las hojas. Venenosas, pensaron
y las olvidaron o —¡recuerda!— comieron
de los sobrecargados árboles. ¿Qué flores
se encogen como semillas, como éstas o la aguileña?
Pero hacia las ocho o las nueve, los sueños
de todos ellos son inescrutables. 



PAISAJE MARINO

Este paisaje celestial, con garzas blancas que
ascienden como ángeles
volando tan alto como quieren y hacia ambos lados
tan lejos como quieren
en hileras y más hileras de inmaculados reflejos;
esta región entera, desde la más alta de las garzas
hasta la ingrávida isla de mangles, aquí abajo,
con sus brillantes hojas verdes nítidamente orladas
de excrementos
de pájaros, como estampa iluminada sobre plata, y
los arcos
tan sugestivamente góticos de las raíces del manglar
y los hermosos prados verde habichuela
donde a veces un pez salta como una flor silvestre
en un ornamental rocío de rocío;
este cartón de Rafael, para alguna papal tapicería,
se parece al paraíso.
Pero el faro esquelético que allí se alza,
de clerical vestido blanco y negro, siempre alerta,
piensa que él sabe la verdad de las cosas.
Piensa que el infierno hierve a sus pies acerados,
que por ello son tan cálidos los bajos de las aguas;
sabe que el paraíso es diferente.
El cielo no es como volar o nadar,
tiene algo que ver con la negrura, y una fiera mirada,
y cuando se ensombrezca, recordará el faro
algo bastante rudo que decir sobre el tema. 



UN ARTE

El arte de perder no es difícil de dominar;
tantas cosas parecen henchidas con el intento
de perderse que su pérdida no es ningún desastre.
Pierde algo cada día. Acepta la confusión
por las llaves perdidas, la hora en blanco.
El arte de perder no es difícil de dominar.
Luego practica perder más, perder más rápido:
lugares y nombres, las partes a las que querías
viajar. Nada de esto traerá un desastre.
Perdí el reloj de mi madre. Y mira, mi última o
penúltima de mis tres casas se ha ido.
El arte de perder no es difícil de dominar.
Perdí dos bellas ciudades. Y algunos
vastos reinos que eran míos, dos ríos, un continente.
Los añoro, pero no fue un desastre.
—Incluso perderte a ti (la voz burlona, un gesto
que adoro) no habré mentido. Es evidente:
el arte de perder no es muy difícil de dominar
aunque pueda parecer así (escríbelo) un desastre. 



Poemas de Paul Valéry a Jean Voilier: Corona y corinilla

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Verdaderamente hay buenas cosas en este montón, este pobre montón de horas devotas y cantarinas. Sí que valió la pena. Forma un conjunto como no hay otro, creo, en nuestra poesía». Eso escribió de estos versos suyos Paul Valéry en 1945, poco antes de su muerte. Mantenidos en secreto a lo largo de seis décadas, los más de 150 poemas de amor que el maestro escribió en los últimos siete años de su vida a Jeanne Loviton, «Jean Voilier», nos descubren una faceta inédita y fundamental dentro del conjunto de su obra: una de las series elegíacas más hermosas de la poesía francesa. Cuando se conocieron, él tenía 67 años y ella 35. Cuando Jeanne le dejó para casarse con otro, siete años más tarde, el poeta sólo sobrevivió dos meses a su abandono. Rescatados ahora, los poemas que le dedicó completan con extraordinaria brillantez el corpus lírico de un poeta de obra breve e impecable maestría, que siempre alardeó de burlarse de la ternura y del amor.








Poema Animal de invierno de José Watanabe (leído por el autor)

Poema de Vinícius de Moraes: Lo ganado (traducción de Leo Lobos)

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LO GANADO
Vinícius de Moraes 
Traducción al castellano Leo Lobos

Nos queda, por encima de todo, esa capacidad de ternura 
esa intimidad perfecta con el silencio 
Nos queda esa voz íntima pidiendo perdón por todo 
Perdónalos porque ellos no tienen la culpa de haber nacido    
Nos queda ese antiguo respeto por la noche, ese hablar bajo 
Esa mano que tantea antes de tener, ese miedo 
De herir tocando, esa fuerte mano de hombre 
Llena de suavidad para con todo cuanto existe
Resta esa inmovilidad, esa economía de gestos 
Esa inercia cada vez mayor delante del Infinito 
Esa tartamudez infantil de quién quiere exprimir o inexprimible
Ese irreductible rechazo a la poesía no vivida
Resta esa comunión con los sonidos, ese sentimiento 
De la materia en reposo, esa angustia de la simultaneidad 
Del tiempo, esa lenta descomposición poética 
En busca de una sola vida, una sola muerte, un solo Vinicius
Resta ese corazón quemando como un cirio 
En una catedral en ruinas, esa tristeza 
Delante de lo cotidiano; o esa súbita alegría 
Al oír pasos en la noche que se pierden sin historia
Resta ese deseo de llorar delante de lo bello 
Esa cólera en la cara de la injusticia y de los malos entendidos
Resta esa distracción, esa disponibilidad, esa vaguedad 
De quién sabe que todo ya fue y no volverá a ser como será
Y al mismo tiempo ese deseo de servir 
Esa contemporaneidad con el mañana de aquellos que no tuvieron ayer ni hoy 
Resta esa facultad indomable de soñar
De transfigurar la realidad, dentro de esa incapacidad 
De aceptarla tal como es, y esa visión 
Amplia de los acontecimientos, y ese impresionante 
E innecesario presagio, y esa memoria anterior 
De mundos inexistentes, y ese heroísmo 
Estático, y esa pequeña luz indescifrable 
La que a veces los poetas dan el nombre de esperanza
Resta ese deseo de sentirse igual a todos 
De reflejarse en las miradas sin curiosidad y sin memoria
Resta esa pobreza intrínseca, esa vanidad 
De no querer ser príncipe sino uno más en el reino
Resta ese constante esfuerzo para caminar dentro del laberinto 
Ese eterno levantarse después de cada caída 
Esa búsqueda de equilibrio en el filo del cuchillo 
Ese terrible valor delante del gran miedo, y ese miedo 
Infantil de no tener ningún valor 

Marcus Vinícius da Cruz de Melo Moraes / Vinícius de Moraes, nació en Río de Janeiro, Brasil el 19 de octubre de 1913 y falleció en Río de Janeiro, 9 de julio de 1980) fue una figura capital en la música popular brasileña contemporánea. Como poeta escribió la letra de un gran número de canciones que se han convertido en clásicas. Como intérprete, participó en muchos discos. También fue diplomático de Brasil. En 1938 Vinícius de Moraes se instaló en Inglaterra con una beca concedida por el gobierno inglés en la Universidad de Oxford y escribió Novos Poemas. En 1941 volvió a Río y comenzó a escribir críticas de cine en periódicos y revistas. Dos años más tarde se unió al cuerpo diplomático de Brasil y publicó su libro Cinco elegías. En 1946 fue enviado a Los Ángeles como vicecónsul en su primer destino diplomático y publicó su obra Poemas, sonetos e baladas. Al principio de 1950, Vinicius de Moraes volvió a Brasil por la muerte de su padre. Su primer samba (compuesto junto con el músico Antônio Maria) fue Quando tu passas por mim y se publicó en 1953. En ese año se trasladó a Francia como segundo secretario de la embajada de Brasil. Su obra de teatro Orfeu da Conceição ganó el Concurso del IV Centenario de São Paulo en 1954. Al año siguiente escribió la letra de algunas de las piezas de música de cámara de Cláudio Santoro. En 1959 Marcel Camus lleva al cine Orfeu da Conceição con el título de Orfeo negro. En esa época Vinícius de Moraes entra en contacto con Antonio Carlos Jobim, iniciando una amistad y una colaboración que tiempo después, con la incorporación de João Gilberto daría lugar a un movimiento de renovación en la música brasileña. Jobim escribe la música para Se todos fossem iguais a você, Um nome de mulher y otras canciones de la película, grabadas, entre otros, por Luís Bonfá. Orfeo negro ganó el Óscar a la mejor película de habla no inglesa, la Palma de Oro en el Festival de Cannes y el premio de la Academia Británica. En ese momento era cónsul en Montevideo. Tras un regreso a sus destinos diplomáticos en Francia y Uruguay, publicó sus obras Livro de sonetos y Novos poemas II. En los años sesenta, Vinícius de Moraes realizó colaboraciones con muchos cantantes y músicos reconocidos en Brasil, en particular con Toquinho, el colaborador más frecuente y uno de sus grandes amigos. Sus canciones Para uma menina com uma flor y Samba da bênção, con música de Baden Powell, fueron incluidas en la banda sonora de Un homme et une femme (de Claude Lelouch, 1966), película ganadora del Festival de Cannes. Aparte de sus compañeros brasileños, cientos de intérpretes de muchas nacionalidades y estilos han grabado alguna de sus más de 400 canciones. Entre ellas, sobresale Garota de Ipanema (con música de Tom Jobim) por la incontable cantidad de interpretaciones, versiones, adaptaciones, traducciones y grabaciones de las cuales ha sido objeto.



Leonardo Lobos Lagos, conocido como Leo Lobos nació en Santiago en 1966. En su etapa escolar estudió en el Liceo Darío Salas, mientras que en su etapa universitaria estudió varias carreras, en distintas universidades como la Universidad de La Serena, Universidad Diego Portales y la Universidad Tecnológica Metropolitana. Ha sido laureado UNESCO-Aschberg de Literatura 2002. Ha publicado 18 libros de poesía. Su obra ha sido traducida al portugués, búlgaro, inglés, italiano, rumano, japonés, chino, árabe, francés y holandés. Como traductor desde el portugués ha realizado versiones en castellano de autores como Roberto Piva, Hilda Hilst, Claudio Willer, Tanussi Cardoso, Paulo Leminski, Alice Ruiz, Jiddu Saldanha y del célebre escritor portugués Fernando Pessoa entre otros. En 2003 recibe la beca artística del Fondo Nacional de la Cultura y las Artes del Ministerio de Educación de Chile, y en 2008, la beca de creación para escritores profesionales del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Chile. Recibe el año 2018 un homenaje en la Universidad San Marcos de Lima en el marco de Festival Primavera Poética de Lima, por su aporte a la literatura latinoamericana y el Premio Mayor Yolanda Hurtado por sus méritos y aportes culturales en la ciudad de Santiago. Corresponsal en Chile de la Revista Archipiélago que publicada desde hace dos décadas la UNAM de México.

16 libros de Juan Carlos Onetti (novelas, artículos y cuentos completos)

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Juan Carlos Onetti (Montevideo, 1 de julio de 1909 - Madrid, 30 de mayo de 1994) fue un reconocido escritor uruguayo. La primera obra que publicó fue el cuento `Avenida de Mayo-Diagonal-Avenida de Mayo` el 1 de enero de 1933 en La Prensa (Argentina). Luego, en 1935 y 1936, en La Nación de Buenos Aires aparecen otros dos cuentos, `El obstáculo` y `El posible Baldi`. También de aquella época son el relato `Los niños en el bosque` y la novela `Tiempo de abrazar`, que no serán publicados hasta 1974. En 1939 ve la luz su primera novela `El pozo`.
En esos años publica artículos y cuentos policiales con los seudónimos de Periquito el Aguador, Groucho Marx y Pierre Regy. La novela `Tierra de nadie`, publicada por Losada, de Buenos Aires, en 1941, obtiene el segundo puesto en el concurso Ricardo Güiraldes. Ese mismo año La Nación publica `Un sueño realizado`, considerado su primer cuento importante. En los próximos años verán la luz la novela `Para esta noche` y una serie de cuentos en La Nación, entre los que se destaca `La casa en la arena` (1949), por ser el que da comienzo al mundo de su ciudad de Santa María, que desarrollará en la novela `La vida breve`, publicada en 1950. Precisamente en esa ciudad mítica transcurrirá la acción de la gran mayoría de sus nuevas novelas y cuentos.
En 1993 publicó la que fue su última novela, `Cuando ya no importe`, considerada una especie de testamento literario.

La escritora uruguaya Cristina Peri Rossi, considera que Onetti es `uno de los pocos existencialistas en lengua castellana`. Mario Vargas Llosa, quien preparó un ensayo sobre Onetti, dijo en una entrevista a la agencia AFP en mayo de 2008 que `es uno de los grandes escritores modernos, y no sólo de América Latina. No ha obtenido el reconocimiento que merece como uno de los autores más originales y personales, que introdujo sobre todo la modernidad en el mundo de la literatura narrativa. Su mundo es un mundo más bien pesimista, cargado de negatividad, eso hace que no llegue a un público muy vasto`. Con anterioridad Vargas Llosa había comentado que Onetti `es un escritor enormemente original, coherente, su mundo es un universo de un pesimismo que supera gracias a la literatura`.
La obra literaria de Onetti, fuera de su poderosa originalidad, debe mucho a dos raíces distintas: la primera, su admiración por la obra de William Faulkner: como él, crea un mundo autónomo, cuyo centro es la inexistente ciudad de Santa María. La segunda es el Existencialismo: una angustia profunda se encuentra enterrada en cada uno de sus escritos, siempre íntimos y desesperanzados.
Su primera novela, `El pozo`, de 1939, es considerada la primera novela moderna de Sudamérica. El ciclo de Santa María empieza en 1950, cuando aparece `La vida breve`.

Juan Carlos Onetti recibió numerosos premios a lo largo de su vida, entre los que destacan el Premio Nacional de Literatura de Uruguay (lo recibe en 1962 por el bienio 1959/1960), el Premio Cervantes (1980), el Gran Premio Nacional de Literatura de Uruguay 1985, el Premio de la Unión Latina de Literatura 1990 y el Gran Premio Rodó a la labor intelectual, de la Intendencia Municipal de Montevideo (1991). En 1972 fue elegido como el mejor narrador uruguayo de los últimos 50 años en una encuesta realizada por el semanario Marcha, en la que participaron escritores de distintas generaciones.



William Faulkner Sobre la privacidad (El Sueño Americano: ¿Qué le sucedió?) (1955)

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Sobre la privacidad (El Sueño Americano: ¿Qué le sucedió?) (1955)

ESTO era el Sueño Americano: un santuario en la tierra para el hombre individual: una condición en la que sería libre no sólo respecto a las viejas jerarquías establecidas por empresas de pocos propietarios de poder arbitrario que le habían oprimido como una masa, sino libre respecto a esa masa en la cual las jerarquías de la iglesia y el estado le había comprimido y mantenido individualmente esclavizado e individualmente impotente.
Un sueño simultáneo para los distintos individuos de entre los hombres tan apartados y aislados como para no tener contacto para equiparar sueños y esperanzas con las viejas naciones del Viejo Mundo que existían como naciones no sobre la ciudadanía sino sobre la condición de súbditos, que perduraron sólo bajo la premisa del tamaño y de la docilidad de la masa de súbditos; los hombres y mujeres individuales que dijeron con una voz simultánea: «Estableceremos una nueva tierra donde el hombre pueda asumir que cada hombre individual —no la masa de hombres sino los hombres individuales— tiene derecho inalienable a la dignidad y a ser un individuo libre en el seno de una estructura de coraje individual y de trabajo honorable y de responsabilidad mutua».
No sólo una idea, sino una condición: una condición de vida humana diseñada para ser coetánea con el nacimiento de la propia América, engendrada creada y simultánea respecto al mismo aire y a la misma palabra América, que con ese único golpe, un instante, debía cubrir la tierra con un único suspiro simultáneo como el aire o la luz. Y así fue, así lo hizo: irradiando hasta cubrir incluso las viejas cansadas repudiadas y todavía esclavizadas naciones, hasta que por todas partes los hombres individuales, que no tenían nada salvo haber oído el nombre, no digamos saber dónde estaba América, pudieron responder a ello, elevando no sólo sus corazones sino también las esperanzas que hasta ahora no sabían —o en cualquier caso no osaban recordar— que poseían.
Una condición en la cual todo hombre no sólo no sería rey, ni siquiera querría serlo. Ni siquiera tendría la necesidad de preocuparse de tener la necesidad de ser un igual respecto a los reyes porque ahora estaba libre de reyes y de toda su similar congerie; libre no sólo de los símbolos sino de las mismas viejas jerarquías arbitrarias que representaban los símbolos-marioneta —cortes y gabinetes e iglesias y escuelas— para los que había sido valioso no en tanto que un individuo sino sólo en tanto que un número, su valor compuesto en esa ratio inmutable para sus números puramente estúpidos, ese incremento animal de su masa dócil y sin voluntad.
El sueño, la esperanza, la condición que nuestros antepasados no nos legaron, sus herederos y asignatarios, sino que nos legaron a nosotros, sus sucesores, al sueño y a la esperanza. Ni siquiera se nos dio entonces la oportunidad de aceptar o declinar el sueño que ya fue nuestro dueño y nos poseyó al nacer. No fue nuestra herencia porque fuimos la suya, nosotros mismos en nuestras sucesivas generaciones fuimos la herencia del sueño legada por la idea del sueño. Y no sólo nosotros, sus hijos nacidos y criados en América, sino hombres nacidos y creados en las viejas extrañas y repudiadas tierras, también sintieron ese aliento, ese aire, oyeron esa promesa, ese ofrecimiento de que había una cosa tal como la esperanza para el hombre individual. Y las mismas viejas naciones, tan viejas y ancladas durante tanto tiempo en los viejos conceptos de hombre como para haber pensado ellas mismas más allá de toda esperanza de cambio, haciendo oblación a ese nuevo sueño de ese nuevo concepto de hombre de dones de monumentos y dispositivos para marcar los portales de ese derecho y esperanza inalienables; «Aquí hay sitio para vosotros los de cualquier parte de la tierra, para todos vosotros individualmente sin hogar, individualmente oprimidos, individualmente inindividualizados».
Un don gratuito dejado para nosotros por esos que han bregado mutuamente y perdurado individualmente para crearlo; nosotros, sus sucesores, ni siquiera tuvimos que ganarlo, merecerlo, y no digamos conquistarlo. Ni siquiera necesitamos nutrirlo y alimentarlo. Sólo necesitábamos recordar que, al vivir, era entonces perecedero y debía ser defendido en sus crisis. Algunos de nosotros, quizá la mayoría de nosotros, no podríamos haber probado mediante definición que sabíamos exactamente lo que era. Pero entonces no lo necesitábamos: quienes ya no necesitábamos definirlo más de lo que necesitábamos definir ese aire que respirábamos o esa palabra, los cuales, ambos, simplemente por existir simultáneamente —el respirar el aire americano que hizo América— juntos han engendrado y creado el sueño en ese primer día de América como el aire y el movimiento crearon la temperatura y el clima en el primer día del tiempo.
Porque ese sueño era la aspiración del hombre en el verdadero significado de la palabra aspiración. No era meramente la esperanza ciega y sin voz de su corazón: era la inhalación real de sus pulmones, sus luces, su metabolismo viviente e incesante, de modo que realmente vivíamos el Sueño. No vivíamos el sueño: vivíamos el propio Sueño, exactamente igual que no vivimos meramente en el aire y en el clima sino que vivimos Aire y Clima; nosotros mismos individualmente representantes del Sueño, el Sueño mismo realmente audible en las fuertes voces desinhibidas que no se asustaban de decir clichés en los propios encabezamientos, dándoles a los avatares del cliché de «Dame la libertad o dame la muerte» o «Que esto sea la auto-evidencia de que todos los hombres fueron creados iguales en un derecho mutuo a ser libres» que en cualquier caso nunca habían carecido de verdad, suponiendo que la esperanza y la dignidad sean verdad, una validez y una inmediatez que los absolvía incluso del cliché.
Ése era el Sueño: no que el hombre fuese creado igual en el sentido de que fuese creado negro o blanco o marrón o amarillo y entonces condenado irrevocablemente a eso para el resto de sus días —o, mejor dicho, no condenado con igualdad sino bendecido con igualdad, sin que él mueva un dedo sino en lugar de eso yaciendo encogido y dormitando en su baño templado y sin aire como el embrión aún en el útero—; sino la libertad en la que tener un igual comienzo en la igualdad con todos los demás hombres, y el ser libre para defender y preservar esa igualdad por medio del coraje individual y del trabajo honorable y de la responsabilidad mutua. Entonces lo perdimos. Nos abandonó, lo que nos había sostenido y protegido y defendido mientras nuestra nueva nación de nuevos conceptos de existencia humana conseguía un punto de apoyo lo suficientemente firme para permanecer erguidos entre las naciones de la tierra, sin pedirnos nada a cambio salvo recordar siempre que, estando vivo, era por tanto perecedero y entonces debía ser siempre sostenido en la incesante responsabilidad y vigilancia del coraje y el honor y el orgullo y la humildad. Ahora se ha marchado. Nos adormilamos, nos dormimos y nos abandonó. Y en ese vacío ya no suenan las fuertes y altas voces no sólo carentes de miedo sino ni siquiera conscientes de que existía el miedo, hablando en una unificación mutua de una esperanza y una voluntad mutuas. Porque lo que oímos ahora es una cacofonía de terror y conciliación y compromiso balbuceando únicamente los fonemas; las altas y vacías palabras de las que hemos emasculado todo significado cualquiera —ser libre, democracia, patriotismo— que éste sea, despertados al fin, tratamos desesperadamente de ocultarnos a nosotros mismos esa pérdida.
Algo le sucedió al Sueño. Pasaron muchas cosas. Esto, pienso, es un síntoma de una de ellas.
Hace unos diez años un crítico literario y ensayista muy conocido, un buen amigo de toda la vida, me contó que una adinerada revista ilustrada semanal de amplia difusión le había ofrecido una buena suma por escribir un texto sobre mí —no sobre mi trabajo o sobre mis obras, sino sobre mí como ciudadano privado, como individuo—. Dije No, y expliqué por qué: creo que únicamente las obras de un escritor son de dominio público, para ser discutidas e investigadas y para escribir acerca de ellas, el propio escritor las había puesto allí al presentarlas para ser publicadas y al aceptar dinero por ellas; y por tanto él no sólo aceptaría sino que debía aceptar lo que sea que el público desee decir o hacer acerca de ellas desde el elogio a la quema. Pero que, hasta que el escritor cometa un crimen o se presente a un cargo público, su vida privada es suya; y no sólo tenía el derecho de defender su privacidad, sino que el público tenía el deber de hacerlo toda vez que la libertad de un hombre debe detenerse en el punto exacto en el que empieza la del siguiente; y que yo creía que cualquiera con gusto y responsabilidad estaría de acuerdo conmigo.
Pero el amigo dijo No. Dijo:
«Estás equivocado. Si escribo el texto, lo haré con gusto y responsabilidad. Pero si me rechazas, tarde o temprano lo hará alguien que no se preocupará ni por el gusto ni tampoco por la responsabilidad, al que no le importaréis nada tú ni tu estatus como escritor, como artista, sino sólo como mercancía: como producto comercial: para ser vendido, para incrementar la circulación, para hacer algo de dinero».
«No me lo creo», dije. «Hasta que no cometa un crimen o anuncie mi candidatura, no pueden invadir mi privacidad después de haberles pedido que no lo hagan.»
«No sólo pueden», dijo, «sino que una vez que tu reputación europea llegue de vuelta aquí y haga que financieramente merezcas la pena, lo harán. Espera y verás».
Lo hice. Hice ambas cosas. Hace dos años, por pura casualidad, en el transcurso de una charla con un editor en el sello que publica mis libros, me enteré de que la misma revista ya había puesto en marcha el mismo proyecto que yo había declinado hacía ocho años; no sé si se lo habían notificado formalmente a los editores o si únicamente lo habían oído también por casualidad, como me pasó a mí. Dije No otra vez, recapitulando las mismas razones que todavía creía que no eran ni siquiera rebatibles por cualquiera que poseyera el poder de la prensa pública, dado que las cualidades del gusto y de la responsabilidad tendrían que ser inherentes a dicho poder para ser válido y que se le permitiese perdurar. El editor me interrumpió.
«Prueba otra vez con ellos. Di “Se lo pido: por favor no lo hagan”.» Entonces presenté el mismo Les pido: por favor no lo hagan al escritor que iba a escribir el texto. No sé si era un miembro de la redacción designado para el trabajo o si se presentó voluntario para ello o si quizá él mismo vendió a sus empleadores la idea. Sin embargo recuerdo que su respuesta implicaba «Tengo que hacerlo,
si me niego me despedirán». Que probablemente sea correcta, pues obtuve la misma respuesta de un miembro de la redacción de otra revista acerca del mismo asunto. Y si eso era así, si el escritor, un miembro del gremio al que servía, también era víctima de la misma fuerza de la que yo era víctima —ese uso irresponsable que es por tanto un abuso y que en su caso es traición, de ese poder llamado Libertad de Prensa que es uno de los más potentes e inestimables defensores y conservadores de la dignidad y de los derechos humanos—, entonces la única defensa que se me dejaba era negarme a cooperar, a tener nada que ver con el proyecto. Aunque ahora mismo supiese que eso no me salvaría, que nada podría pararlos.
Quizá ellos —el escritor y su empleador— no me creyeron, no me podían creer. Quizá osaron no creerme. Quizá ahora es imposible para cualquier americano creer que alguien que no se esté escondiendo de la policía realmente no quiera, como un don gratuito, su nombre y su fotografía en ningún órgano impreso, sin importar cuán bajo o modesto o de difusión restringida sea. Aunque quizá la cuestión nunca alcanzó este punto: ambos —el editor y el escritor— sabían desde el principio, independientemente de que yo lo supiese o no, que nosotros tres, ellos dos y su víctima, éramos todos víctimas de esa falla (en el sentido en que los geólogos usan el término) de nuestra cultura americana que diariamente nos está diciendo: «¡Cuidado!», los tres afrontándolo como uno solo no con una idea, un principio de elección entre el buen y el mal gusto o la responsabilidad o la falta de ella, sino como un hecho, una condición de nuestra vida americana antes de que los tres estuviésemos (en ese momento) desvalidos, condenados en ese momento.
Así que el escritor vino con su grupo, fuerza, equipo y consiguió su material donde y como pudo y se marchó y publicó su artículo. Pero ése no es el punto. El escritor no será culpado dado que, con las manos vacías, él (si mi recuerdo es correcto) habría sido despedido del trabajo, lo cual le privaba del derecho a elegir entre el buen y el mal gusto. Tampoco el empleador dado que, para mantener su trabajo (el del empleador) también precario en esta estructura incluso él, director y jefe de uno de sus componentes
integrales, puede verse obligado a servir a las costumbres del momento con el fin de sobrevivir entre sus rivales.
No es lo que dijo el escritor, sino el hecho de que lo dijese. Que él —ellos— lo publicaban, en un órgano reconocido que, para ser y seguir siendo reconocido, funciona bajo el supuesto de ciertos estándares inflexibles; lo publicaban no sólo pasando por encima de las protestas del sujeto sino con inmunidad completa respecto a ellas; una inmunidad no sólo supuesta para sí mismo por el órgano sino una inmunidad ya garantizada por adelantado por el público al que vende sus manufacturas por un beneficio. Lo aterrador (no chocante; esto no puede chocarnos dado que permitimos su nacimiento y lo observamos crecer y lo apoyamos y validamos e incluso lo usamos individualmente para nuestros propios fines y necesidades) es que esto podría haber pasado en cualquier caso bajo esas condiciones. Que podría haber pasado en cualquier caso sin que el sujeto ni siquiera hubiese sido avisado con antelación. E incluso cuando él, la víctima, fue advertido con antelación por accidente, aun así estaba desvalido para prevenirlo. E incluso después de que se hubiese hecho, la víctima no podía interponer recurso de ningún tipo ya que, a diferencia del sacrilegio o la obscenidad, no tenemos leyes contra el mal gusto, quizá porque en una democracia la mayoría de la gente que hace las leyes no reconoce el mal gusto cuando lo ve, o quizá porque en nuestra democracia el mal gusto se ha convertido en una mercancía con la que comerciar y por tanto imponible y por tanto algo con lo que se puede ejercer presión e influencia por parte de las federaciones de comercio que simultánea y concurrentemente crearon el mercado (no el apetito: eso no necesitaba creación: sólo condescendencia) y el producto para servirlo, y el mal gusto por simple solvencia fue purificado de mal gusto y absuelto. Y aunque hubiese habido base para el recurso, aun así la cuestión habría permanecido en la parte negra del libro de cuentas dado que el editor podría cargar el juicio y las costas a pérdidas operativas y el incremento de ventas fruto de la publicidad a capital invertido.
El punto es que hoy en América cualquier organización o grupo, simplemente por funcionar bajo una frase como Libertad de Prensa o Seguridad Nacional o Liga Contra la Subversión, pueden postular para sí mismas completa inmunidad para violar la condición individual[68] —la falta de privacidad individual con la que no se puede ser un individuo y la falta que individualmente no es nada que merezca la pena tener o conservar— de cualquiera que no sea él mismo un miembro de una organización o grupo lo suficientemente numeroso o rico como para asustarles. Esa organización no será de escritores, artistas, por supuesto; siendo individuos, ni siquiera dos artistas podrían confederarse alguna vez, ni mucho menos los suficientes. Además, los artistas en América no tienen que tener privacidad porque no necesitan ser artistas por lo que a América respecta. América no necesita artistas porque no cuentan en América; los artistas no tienen más sitio en la vida americana que los empleadores de los miembros de la redacción de revistas ilustradas semanales en la vida privada de un novelista del Mississippi. Pero están las otras dos ocupaciones que son valiosas para la vida americana, que requieren, que demandan privacidad para perdurar, para vivir. Éstas son las ciencias y las humanidades, los científicos y los humanistas: los pioneros en la ciencia del perdurar y la destreza mecánica y la autodisciplina y la habilidad como el Coronel Lindbergh que finalmente fue compelido a repudiarlo por la nación y por la cultura, una de cuyas costumbres era el derecho inalienable a violar su privacidad en lugar del deber inalienable de defenderla, la nación que asumió un derecho inalienable para arrogarse la gloria de su renombre aunque no tuviese el poder de proteger a sus hijos ni la responsabilidad de preservarlos de su aflicción; los pioneros en la simple ciencia de salvar la nación como el Doctor Oppenheimer que fue hostigado e impugnado según esas mismas costumbres hasta que fue despojado de toda privacidad permaneciendo allí únicamente las cualidades del individualismo de cuya posesión nos vanagloriamos dado que sólo ellas nos diferencian de los animales —gratitud por la amabilidad, fidelidad a la amistad, caballerosidad hacia las mujeres y capacidad para amar— ante lo cual se vieron impotentes incluso sus hostigadores sometidos a investigación oficial, marchándose (uno espera) avergonzados de sí mismos, como si todo el negocio no hubiera tenido absolutamente nada que ver con la lealtad o la deslealtad o la seguridad y la inseguridad, sino que simplemente se trataba de apalearle y despojarle completamente hasta desnudarle de la privacidad que de haberle faltado nunca le habría permitido llegar a ser uno de ese puñado de individuos capaces de servir a la nación en un momento en el que aparentemente nadie más podía, y al fin reducirle así a un número más sin identidad en esa masa sin identidad anónima y sin privacidad que parece ser nuestro objetivo.
E incluso quizá eso es sólo un punto de partida. Porque la propia enfermedad viene de mucho más atrás. Viene de ese momento de nuestra historia en el que decidimos que las viejas y simples verdades morales de las que el gusto y la responsabilidad eran los árbitros y los controles estaban obsoletas y debían ser descartadas. Viene de ese momento en el que repudiamos el significado que nuestros padres habían estipulado para las palabras «libertad» y «condición libre» sobre el cual, por el cual y para el cual nos fundaron como nación y nos dedicaron como un pueblo, manteniendo nosotros en nuestra época únicamente los fonemas correspondientes. Viene de ese momento en el que sustituimos la libertad por la licencia —licencia para cualquier acción que se mantenga en los límites de la prescripción de las leyes promulgadas por las confederaciones de los practicantes de esa licencia y los cosechadores de los beneficios materiales—. Viene de ese momento en el que sustituimos el ser libre por la inmunidad para cualquier acción para cualquier recurso, con la única condición de que el acto se lleve a cabo bajo la égida de los vacíos fonemas del ser libre.
En ese mismo instante la verdad también se desvaneció. No abolimos la verdad; ni siquiera podríamos hacerlo. Simplemente nos dejó, nos volvió la espalda, no con desprecio ni siquiera con desdén ni siquiera tampoco con (esperemos) desesperación. Simplemente nos dejó, quizá para volver cuando lo que quiera que sea —el sufrimiento, el desastre nacional, quizá cuando (si nada más sirve) acontezca la derrota militar— nos haya enseñado a valorar la verdad y a pagar cualquier precio, aceptar cualquier sacrificio (oh sí, también somos valientes y duros; sólo que intentamos aplazar todo lo posible el tener que serlo) para recuperarla y mantenerla otra vez como nunca deberíamos haberla dejado ir: en sus propios e innegociables términos de gusto y de responsabilidad. La verdad —esa larga limpia clara simple firme incuestionable recta y brillante línea, a un lado de la cual lo negro es negro y al otro lo blanco es blanco— ahora se ha convertido en un ángulo, en un punto de vista que no tiene nada que ver con la verdad ni tampoco con los hechos, sino que únicamente depende de dónde estés cuando lo miras. O más bien —mejor— de dónde te las ingenias para tener situado a aquel al que estás intentando engañar u ofuscar cuando te mira.
Una apuesta sencilla en realidad, una apuesta combinada, un triple del día:[69] la verdad y el ser libre y la libertad. El cielo americano que una vez fue el empíreo infinito del ser libre, el aire americano que una vez fue el aliento viviente de la libertad, ahora se han convertido en una vasta presión aplastante que deroga ambos, destruyendo la individualidad del hombre en tanto que hombre mediante (en su momento) la destrucción del último vestigio de privacidad sin la que el hombre no puede ser un individuo. Nuestra propia arquitectura nos ha advertido. Hubo un tiempo en que no podías ver ni desde el interior ni desde el exterior a través de los muros de nuestras casas. Ahora es el tiempo en el que a través de los muros puedes ver desde el interior lo de fuera aunque todavía no desde fuera el interior. Vendrá un tiempo en el que se puedan hacer ambas cosas. Entonces se habrá ido realmente la privacidad: aquel que sea lo bastante individual como para querer incluso cambiarse su camisa o bañarse dentro será maldecido por una voz americana universal como subversivo respecto al modo de vida americano y a la bandera americana.
Si (por esa época) los propios muros, opacos o no, todavía pueden mantenerse en pie tras esa furiosa ráfaga, esa fuerza, ese poder que se alza como un trueno en el cénit americano, de múltiples caras aunque mutuamente conjuntadas, bramando las palabras y frases que hace mucho que fueron emasculadas de cualquier denotación o significado distinto al de herramientas, implementos, para el posterior hostigamiento del espíritu humano privado e individual, por sus furiosos e inmunizados sumos sacerdotes: «Seguridad». «Subversión». «Anti-Comunismo». «Cristianismo». «Prosperidad». «El Modo Americano». «La Bandera».
Con posibilidades en la balanza (más un rápido juego de pies de vez en cuando, por supuesto) un individuo puede defenderse a sí mismo de la libertad de otro individuo. Pero cuando poderosas federaciones y organizaciones y amalgamas como las corporaciones editoriales y las sectas religiosas y los partidos políticos y los comités legislativos pueden incluso absolver a una de sus unidades de trabajo de las restricciones de la responsabilidad moral por medio de eslóganes como «Libertad» y «Salvación» y «Seguridad» y «Democracia», bajo el cobijo de cuya absolución los individuos practicantes asalariados quedan liberados de responsabilidad individual y restricción, entonces mantengámonos en guardia. Entonces incluso la gente como el Doctor Oppenheimer y el Coronel Lindbergh y yo (también el miembro de la redacción de la revista semanal ilustrada si realmente fue compelido a elegir entre el buen gusto y la inanición) tendremos que confederarnos en su momento para preservar esa privacidad con la que sólo el artista y el científico y el humanista pueden funcionar.
O para preservar la misma vida, respirando; no sólo artistas y científicos y humanistas, sino también los parientes políticos o biológicos de doctores osteópatas. Por supuesto estoy pensando en el doctor de Cleveland recientemente condenado por el brutal asesinato de su esposa, tres de cuyos parientes —el padre de su esposa y sus propios padre y madre— con una excepción ni siquiera han sobrevivido a ese proceso en lo que concierne a la propia prensa, que mantuvo el lamentable asunto en la mayoría de las portadas de la nación hasta el mismísimo final, ahora está declarando oficialmente que fue cubierto en exceso mucho más allá de su valor e importancia. Estoy pensando en las tres víctimas. No en el hombre condenado: sin duda el vivirá todavía mucho tiempo; sino en los tres parientes, dos de los cuales murieron —uno de ellos en cualquier caso— porque, por citar a la propia prensa «estaba cansado de la vida», y la tercera, la madre, por su propia mano, como si hubiese dicho puedo aguantar más esto. Quizá murieron únicamente por el crimen, aunque uno se pregunta por qué la coincidencia de sus muertes no se produjo con la comisión del asesinato sino con la publicidad del proceso. Y si no fue meramente por la propia tragedia por lo que una de las víctimas estaba, cito, «cansada de la vida» y otra obviamente dijo no puedo aguantar más —si tenían más de una razón para renunciar e incluso (una) para repudiar la vida—, y si el hombre era culpable tal como dijo el jurado que lo era, ¿Lo que hizo ese poder medieval de caza de brujas llamado Libertad de Prensa, que en cualquier cultura civilizada debe ser aceptado como ese dedicado paladín a través de cuya inflexible rectitud debe prevalecer la justicia y tener lugar la misericordia, no fue exactamente aprobar y amparar que los propios parientes del criminal fuesen eliminados de la faz de la tierra como expiación por su crimen? Y si él era inocente como dijo ser, ¿en qué crimen participó ese mismo campeón del débil y del oprimido?
O (por repetir) no el artista. América todavía no ha encontrado un sitio para aquel que lidia sólo con cosas del espíritu humano excepto para usar su notoriedad para vender jabón o cigarrillos o plumas estilográficas o para anunciar automóviles y cruceros y hoteles en complejos turísticos, o (si se le puede enseñar a contorsionarse lo suficientemente rápido como para alcanzar los estándares) en la radio o en las películas donde puede producir suficientes tasas de beneficios para merecer atención. Pero el científico y el humanista, sí: el humanista en ciencia y el científico en la humanidad del hombre, quienes aún deberían salvar esa civilización que los profesionales en salvarla —los editores que apoyan su propio engorde sobre la lujuria y la lascivia del hombre, los políticos que apoyan su propio tráfico sobre su estupidez y su codicia, y los hombres de iglesia que apoyan su propio comercio sobre el miedo y la superstición— parecen estar demostrando que no pueden.


[Harper’s (julio de 1955; este texto ha sido reproducido a partir del mecanoescrito de Faulkner.]




Poema de Gonzalo Rojas leído por el autor: Carta del suicida

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Carta del suicida
Juro que esta mujer me ha partido los sesos, 
porque ella sale y entra como una bala loca, 
y abre mis parietales, y nunca cicatriza, 
así sople el verano o el invierno, 
así viva feliz sentado sobre el triunfo 
y el estómago lleno, como un cóndor saciado, 
así padezca el látigo del hambre, así me acueste 
o me levante, y me hunda de cabeza en el día 
como una piedra bajo la corriente cambiante, 
así toque mi cítara para engañarme, así 
se abra una puerta y entren diez mujeres desnudas, 
marcadas sus espaldas con mi letra, y se arrojen 
unas sobre otras hasta consumirse, 
juro que ella perdura, porque ella sale y entra 
como una bala loca,
me sigue adonde voy y me sirve de hada, 
me besa con lujuria
tratando de escaparse de la muerte, 
y, cuando caigo al sueño, se hospeda en mi columna 
vertebral, y me grita pidiéndome socorro, 
me arrebata a los cielos, como un cóndor sin madre 
empollado en la muerte.
De: La miseria del hombre

Historias que apestan la boca a muerto: sobre Perorata de Luis Felipe Lomelí por Francisco Rangel

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Historias que apestan la boca a muerto
Perorata de Luis Felipe Lomelí, Editorial Abismos, 2019.

México, junto a Colombia, han logrado retratar de la manera más sentida, nítida y concreta la historia y la mitología del narcotráfico. Siempre es terrorífica, por más que algunos vean en esas narraciones algún tipo de apología. Son retratos del horror que ayudan a sobrellevarlo. 
Es imposible no contemplar la desolación de los personajes de Elmer Mendoza, Fernando Vallejo, Orfa Alarcón o Juan Pablo Villalobos. Sin embargo, Felipe Lomelí nos da un golpe en la boca del estómago con este ramillete de cuentos: cada uno de ellos nos pone en los zapatos de los que no tenían que estar allí, de los inocentes que se cuentan como errores o fallas. Al terminar de leer los dieciséis cuentos, uno queda pensando que vive en un falso positivo lleno de montañas de cadáveres. 
Y con el primer cuento nos pone por donde va ir todo lo demás: las acciones convertidas en dolor y rencor: “El viejo lo intuye pero apenas piensa en eso que ya procura distraerse.” Arandas es sufrimiento en primera persona, es el emblema del castigo que se toma a sorbos. Un sufrimiento que a ratos es añoranza y rencor, a ratos zumbido de moscas mientras seguimos la historia: “Si hubiera estado más joven, piensa e imagina que habría salido para hacerles frente a los hombres. Una y otra vez.” 
El Verde era el color que era, segundo cuento, Lomelí nos lleva por un interminable diálogo… Parece un conjunto de malos entendidos entre los charlantes. Hasta acabar te das cuenta que has viajado por una paradoja con humor muy negro. Se necesita estómago para no vomitar.
Con La Nueva Era regresa a la narración, esta vez en primera persona y como no les quiero joder la historia, le dejo esta perla: “Pero me habló mi hijo. Volví a soñar que me hablaba, que me decía lo que tengo que hacer para estar a la altura de mí mismo.” Podrán imaginarse lo que quieran con ella, pero no desmerece por dónde hace saltar la liebre.
Gabriel se puso malo otra vez nos junta con una familia que conocemos de hace mucho tiempo. La familiaridad es lo que cala. La memoria es el putazo en la cara: puro recuerdo e insinuación. Al personaje que te acerques o te dé por seguir, terminarás por entender porque es mejor callar y que no es lo mismo el dolor y el sufrimiento. 
No sé si decir que corran a comprarlo (de momento en su versión electrónica, acá la dirección: https://www.kichink.com/buy/2295549/libreria-abismos/perorata-de-luis-felipe-lomeli-digital) o hágalo bajo su cuenta y riesgo. En cada cuento, los personajes son demasiado humanos, fuera de un par de momento que te recuerdan que estás leyendo, eso cabrones siento que hasta sé a qué huelen. Peor, siento que ellos se dieron cuenta que mi boca apesta al muerto de la historia anterior. 





Decálogo de escritura de Julio Ramón Ribeyro

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1. El cuento debe contar una historia. No hay cuento sin historia. El cuento se ha hecho para que el lector a su vez pueda contarlo.

2. La historia del cuento puede ser real o inventada. Si es real debe parecer inventada y si es inventada real.

3. El cuento debe ser de preferencia breve, de modo que pueda leerse de un tirón.

4. La historia contada por el cuento debe entretener, conmover, intrigar o sorprender, si todo ello junto mejor. Si no logra ninguno de estos efectos no existe como cuento.

5. El estilo del cuento debe ser directo, sencillo, sin ornamentos ni digresiones. Dejemos eso para la poesía o la novela.

6. El cuento debe sólo mostrar, no enseñar. De otro modo sería una moraleja.

7. El cuento admite todas las técnicas: diálogo, monólogo, narración pura y simple, epístola, informe, collage de textos ajenos, etc., siempre y cuando la historia no se diluya y pueda el lector reducirla a su expresión oral.

8. El cuento debe partir de situaciones en las que el o los personajes viven un conflicto que los obliga a tomar una decisión que pone en juego su destino.

9. En el cuento no debe haber tiempos muertos ni sobrar nada. Cada palabra es absolutamente imprescindible.

10. El cuento debe conducir necesaria, inexorablemente a un solo desenlace, por sorpresivo que sea. Si el lector no acepta el desenlace es que el cuento ha fallado.

“La observación de este decálogo, como es de suponer, no garantiza la escritura de un buen cuento. Lo más aconsejable es transgredirlo regularmente, como yo mismo lo he hecho. O aún algo mejor: inventar un nuevo decálogo”, JULIO RAMON RIBEYRO.




Antropólogo decepcionado por Walter Velásquez

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Antropólogo decepcionado 

Jorge es un pata de 22 años que cada fin de semana se va celebrar en un antro ubicado en Jirón Carabaya 945, Cercado de Lima para socializar, bailar, gilear, agarrar y dormir. Tiene amigos, pero son sanos, de los que les gusta una buena partida del famoso juego Dota 2 aunque también disfrutan un buena de Póquer. Pero, a Jorge no le vacilan esas cosas, ya que se considera un chico maduro y no un chibolo, a pesar de que su edad diga lo contrario. 
Antropólogo en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Jorge ve ese antro como la perfecta oportunidad de darse un chapuzón de cerveza helada, para alejarse de sus temas académicos y encontrar un momento de paz. Otra cosa que le encanta es no poner ABSOLUTAMENTE nada para la entrada a dicho o local, o incluso para consumir cerveza, porque cree que se lo consigue mediante ser sociable o entretenido.
¿Su peor debilidad?, el baile. No le gusta el reggaetón y frecuenta un poco la salsa porque en su familia todos son salseros. Por más intento que haga, sus pasos son horribles y poco originales, causando que las chicas pierdan el interés total en él, pero, a él poco le importa porque al final solo lo hace por ser extrovertido. Eso sí: muere por sus rolas. 
Cuando se trata de Joy Division, Soda Stereo, Blur, Molotov, Loquillo y los Trogloditas y entre otras bandas, el brother se tira al piso para vivir el momento mientras que otros sujetos lo miran de manera extraña y asqueable. 
Al terminar una clase, un sábado por la tarde se dirigía a su casa para investigar en las redes sociales qué eventos ocurrían en la famosa movida limeña. Él no solía asistir a dichos eventos porque sabía que al final no iría. Solo en aquellos que le llamaban la atención, ponía un “me interesa” para así confirmar su participación.
Tras varias horas de búsqueda se encontraba con un antro ubicado en el mismo Carabaya, como a cuatro cuadras, cuyo número de dirección es 815. Las dudas se aferraban a él, pero al final después de meditarlo, mandó a la mierda todo y se fue a dicho lugar. 
Al llegar, vio de que se trataba de una fiesta con temática de New Wave e Indie Rock, algo similar al lugar que solía frecuentar. Jorge comenzó a sentirse cómodo y a hacer sus famosos pasos de baile, todo de una manera alegre y divertida. Hasta que llegó una chica de cabello negro  con una mirada de curiosidad. Al verla, el corázon de Jorge comenzó a bombear, sus venas se pusieron heladas y la baba le salía de su boca. En ese instante Jorge sentía que era su noche para destacar. Al acercarse a ella, iniciarion una pequeña conversación y descubrió que también la joven estudiaba la misma carrera en la misma universidad. La emoción de Jorge era exageradamente notable, hasta el punto que puso cara de idiota. La joven no entendía el porqué de su reacción y decidió sacarlo a bailar para quizás tratar de romper el momento bizarro y extraño, ocasionando que Jorge se ponga más feliz. Después de unos arduos bailes y abrazos, la joven le propuso ir a un lugar distinto, y Jorge sin pensarlo dos veces dice un sí. 
Resultó que terminaron yendo al mismo lugar que Jorge frecuentaba, ubicado en Carabaya 945.  Ahí comenzó a darse cuenta de que quizás no era el único que frecuentaba dicho espacio y que al final podría encontrar a alguien que le completara ese vació de ir solo. Al entrar, se toparon con gente vomitando, bailando, insultando, peleando y durmiendo. Ambos comenzaron a bailar la canción María Magdalena de la cantante alemana Sandra. 
La chica notó de que Jorge estaba algo perdido por ella, causándole una especie de curiosidad. Después ella le pidió a Jorge comprar unas dos cervezas heladas que él aceptó inmediatamente. En dirección al sitio de compras se topó con una cola inmensa, causándole una enorme ansiedad por la prisa que tenía por regresar al lugar donde encontraba la chica. Después de unos 10 minutos, Jorge obtuvo las famosas cervezas. Al regresar al lugar y se topó con algo  chocante: la joven estaba besándose con un tipo de manera apasionada y excitante. 
La rabia y decepción de Jorge corrían por su mente, con deseos de querer darle una paliza al tipo, de romper las cervezas en el piso. La joven al verlo le dice que si ya tiene las cervezas listas, ocasionando que Jorge se quede completamente mudo.  
Jorge buscaba alguna explicación y ella le dijo que no existía tal explicación y que solo fue utilizado para cumplirle un favor: traerle algo para beber y luego compartir esa bebida con alguien que no fuera él. La rabia de Jorge no esperó más para desbordarse e inmediatamente rompió las dos botellas. La joven fríamente le respondió que su amigo, el del beso, le conseguiría otra, agradeciendole a Jorge por hacerle guardar dinero. 
Jorge perdió los papeles y salió del lugar pateando la puerta, ocasionando que los vigilantes le propinasen una merecida paliza. Después caminó por la calle llorando y lamentándose de su decisión, mientras que unos señores lo observaban de manera burlesca.  Jorge comenzó a meditar y decir: “es hora de buscar otras opciones de distracción”. Eran las 2 de la madrugada, Jorge fue a su casa y llamó sus amigos para contarles lo ocurrido. Entre recomendaciones y lamentaciones, le propusieron un duelo de Dota 2 e inmediatamente Jorge se lo instaló para jugar. Al parecer, terminó convirtiéndose en lo que más odiaba: un chibolo dotero.  

Poemas de Marcelo Díaz

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IGLÚ BLANCO SOBRE FONDO BLANCO

Existiría la creencia que los esquimales tienen más de veinte palabras distintas para decir veinte tipos distintos de hielo o de nieve.

Habría, por ejemplo, una palabra esquimal para decir el hielo que se quiebra ante el menor contacto con un pie pequeño.

Otra palabra para la nieve cayendo.
Otra para la nieve cayendo por la noche.
Otra para la nieve cayendo por la noche iluminada por una linterna.

Y otra palabra más aún para decir la consistencia esponjosa de la nieve, por la noche, cayendo en la palma de la mano derecha después de habernos quitado el guante de cuero de foca, no sin esfuerzo, con los dientes (porque la mano izquierda sostiene, todavía, una botella).

Y así…

En una superficie regida por el blanco, el cuerpo y el lenguaje se habrían calibrado como un instrumento de altísima precisión para incubar en el infierno helado de lo mismo un mundo de diferencias, y habitarlo.

Ahora bien, la lingüística tiene sus serios reparos sobre todo esto…




PROBLEMA Nº 1

¿Cuánto demora un topo en cavar un túnel que atraviesa una ciudad de trescientos mil habitantes por la noche, si todos permanecen acostados, el topo avanza a razón de 90 centímetros por hora, cuando de pronto alguien enciende una luz y te pregunta: dormís?




USOS CARTOGRÁFICOS DEL CORAZÓN

Hay mapas con forma de corazón y hay mapas del corazón. No del corazón como territorio, sino de las trayectorias del corazón, como si uno dijera un mapa de viaje, un itinere. Ahora se sabe que el corazón no viaja sino en sentido figurado, pero los kerora de Nueva Guinea creen que el ánimo con el que uno sobrelleva el día tiene que ver con los desplazamientos del corazón y el lugar que ocupa en cada momento. Como si el corazón fuera un animal indócil que habitara y recorriera, día a día, nuestro cuerpo.

La palabra indócil la digo yo, y la palabra animal, también. Para los kerora, creo, el corazón no es dócil ni indócil, ni les preocupa tanto qué es, sino más bien dónde está. Por eso miro tu electrocardiograma, aunque eso no me dice dónde está tu corazón.





No sé por qué me regalaste el electrocardiograma.

No conozco a nadie más que pueda hacer un regalo semejante.

Tampoco sé por qué lo miro.

Creo que puedo cantarlo.



HO CHI MINH CITY

El hombre de Saigón cruza el mar de la serenidad. Aparece y desaparece. Ahora está, ahora no está. El hombre que ahora está es una sombra tenue, y el hombre que ahora no está es una sombra en
fuga por un túnel invisible. El hombre de Saigón traza un triángulo de hierro, cava una ciudad en la luna. Huele el viento entre los cráteres y desaparece. Ahora está, ahora no está. Los brazos adelante,
la espalda en comba y la nariz y los ojos y los pies haciendo mapa en el cuerpo, en la oscuridad. El topo de Saigón es un sensei lunar. Acurrucado bajo la superficie, ve la lluvia de napalm en el jardín de
hierro, ve las nubes de fósforo blanco avanzar como en un cuadro expresionista, ve caer los racimos de bombas de los B-52. Cava una ciudad en la luna. Cráteres en la superficie y túneles al centro de la
tierra, como ves en esas fotos que pescaste en internet, con un tipo sonriente que se dobla sobre sí para circular por los corredores; más ese mapa de la aviación norteamericana que parece un Pollock.

¡Bienvenidos a Cu Chi!

El guía que ahora está recibe a los turistas y los signos de admiración sostienen las paredes bajo la superficie, y el guía que ahora no está cuenta que el sensei de la luna de Saigón sembró una semilla de serenidad en su cabeza, y la vio germinar en la oscuridad.



PROBLEMA N° 2

Un topo cava un túnel que atraviesa una ciudad de trescientos mil habitantes en un tercio del tiempo que una pareja emplea en buscar razones para seguir juntos. Si tenemos en cuenta que el topo hace el trabajo solo y la pareja se reencuentra después de un par de semanas

a - ¿qué diámetro debiera tener el túnel para garantizar una salida sin problemas? 

b - ¿en qué piensa cada uno, bajo la ducha, después de haber pasado la noche juntos?




Marcelo Díaz nació en Bahía Blanca en 1965. Estudió Letras en la Universidad Nacional del Sur. Actualmente cursa la Maestría en Cultura Pública en la Universidad Nacional de las Artes. Integró el grupo de arte público Poetas Mateístas. Es uno de los coordinadores del Festival de Poesía Latinoamericana de Bahía Blanca y edita el sitio de poesía NAU (www.naupoesia.com
Publicó  Berreta, Libros de Tierra Firme, Buenos  Aires, 1998; Diesel 6002 , Vox, Bahía Blanca, 2002; Laspada, El Calamar, Bahía Blanca, 2004;  Es lo que hay (poesía reunida), 17 grises, Bahía Blanca, 2010; Díptico para ser leído con máscara de luchador mexicano (plaquette), Editorial Subpoesía, Buenos Aires, 2013; Blaia, Ediciones Liliputienses, Cáceres, 2013, y 17 grises, Bahía Blanca, 2015; La estructura del desequilibrio, Ediciones Liliputienses, Cáceres, 2017; Grandes Éxitos (en castellano), antología poética, Vox, Bahía Blanca, 2018.



Charles Simic: El Monstruo Ama Su Laberinto

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«El monstruo ama su laberinto» es un libro fascinante que nos permite asomarnos a la mente del poeta, la trastienda de su imaginación. Apasionadas, tiernas, irónicas, llenas de humor y de ingenio, estas entradas de su cuaderno oscilan entre la anotación espontánea, la estampa autobiográfica y la observación atenta, sin olvidar sus incursiones en la filosofía y el comentario político. 
Reflejo de un intelecto vivaz y desprejuiciado, revés de la trama de los poemas, estos apuntes nos acercan el esfuerzo cotidiano de su autor por desentrañar las muchas formas en que los seres humanos tratamos de dar sentido al mundo y nuestro lugar en él.

Gertrude Stein: Autobiografia De Alice B Toklas

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Gertrude Stein juega a desgranar sus recuerdos de las tres primeras décadas del siglo veinte con el recurso de simular una autobiografía de su secretaria y amiga Alice B. Toklas en la que la propia Gertrude es el personaje más mencionado. Los datos que se dan sobre las dos mujeres son sólo circunstanciales (no se entra en su intimidad y apenas en su forma de pensar), pero la obra es muy interesante como suministradora de anécdotas recogidas de primera mano sobre una amplia serie de artistas, escritores e intelectuales: el matemático Whitehead, el músico Erik Satie, el fotógrafo Man Ray, los escritores Hemingway, Anderson, Cocteau, y Tzara, y los pintores Picabia, Matisse, Gris, Braque y sobre todo Picasso, íntimo amigo de Stein desde principios de siglo. Stein (a través del personaje de la narradora Toklas) señala su identificación con la mentalidad y la obra del madrileño Juan Gris, frío y cerebral hasta lo matemático, como se considera también ella misma, y habla de los reproches que le dirigió a Picasso por el tono de desconsideración con que éste a veces hablaba de aquél. Stein insiste en que el cubismo es una concepción puramente española: `sólo los españoles pueden ser cubistas y el único cubismo verdadero es el de Picasso y el de Juan Gris. Picasso creó el cubismo y Juan Gris le infundió su personal claridad y exaltación`. En el libro se relatan algunas de las más conocidas anécdotas referentes a la propia Stein. Gertrude dice que el retrato que le hizo Picasso en la primera década del siglo (que se hizo tan famoso posteriormente) no se le parece, a lo que el pintor responde que eso carece de importancia: `ya se le parecerá`. En otro lugar se dice que fue la propia Alice B. Toklas quien encontró en los papeles de Stein, a modo de frase inspiratoria, el famoso `una rosa es una rosa es una rosa`, que además le invitó a que lo convirtiera en una especie de lema personal que imprimió en el membrete de sus cartas y en manteles. Se cuenta igualmente la participación de ambas mujeres en tareas humanitarias, como conductoras, en la Primera Guerra Mundial y las peleas de Stein para publicar sus primeros escritos.



Anoche llegaron murciélagos: poema de Marosa Di Giorgio (leído por la autora)

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Anoche llegaron murciélagos...


Anoche llegaron murciélagos.

Si no los llamo, ellos, igual, vienen.

Venían con las alas negras y el racimo.

Cayeron adentro de mi vestido blanco. De todas las rosa y camelias que he reunido en estos años. Y en la canasta de claveles y de fresias. La Virgen María dio un grito y atravesó todas las salas; con el pelo hasta el suelo y las dalias.

Las perlas, almendras y pastillas, las frutas de cristal y almíbar, que vivían en fruteras y cajas de porcelana, quedaron negras, y volvieron a ser claras, pero como muertas.

Yo me erguí. Goteaban sangre mi pañuelo blanco y mi garganta.


La falena









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