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Fernando Pessoa El escritor múltiple de Lisboa [por Leo Lobos]

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“Soy un monstruo de imposibilidades anclado en la realidad” que mejor definición para describir a un poeta con la forma de una galaxia, el portugués Fernando Pessoa, de quién su alter ego Bernardo Soares decía: “su voz era opaca y temblorosa, como la de las criaturas que no esperan nada, porque es perfectamente inútil esperar”.
Fernando Pessoa (Lisboa, Portugal 1888- 1935) es uno y es ninguno, es plural, contradictorio, enigmático, indefinible y uno de los principales responsables de la renovación del arte luso del Siglo XX. Con apenas 24 años de edad publicó una serie de artículos en los que vaticinaba un nuevo renacer de la cultura portuguesa, encarnado en la figura de un poeta, él mismo, que anunciaba su deseo de modernizarlo todo, un llamado a constituirse en una de las grandes figuras de la poesía europea contemporánea. Una de sus premisas era “sentir todo de todas las maneras” en otras palabras ser uno y el otro, conjugar lo propio y lo ajeno, hacer de la contradicción una bandera y del eclecticismo un arte. Como, por ejemplo, su sentir patriótico, el orgullo de ser portugués y a la vez querer formar parte del mundo entero. En los dos libros que publicó en vida queda plasmada esta dicotomía, un libro de poesía y el otro una guía escrita originalmente en inglés destinada al visitante extranjero, quizás por esas maravillosas razones son miles los turistas que abrazan diariamente la escultura de Pessoa que está frente al café La brasileña de Lisboa, es el icono, en nuestros días, de una ciudad de moda.  Pessoa es Lisboa. Desde hace algunos años todo el mundo parece reconocerlo, ha cobrado una dimensión relevante en las letras universales, pero su fama fue póstuma. El Museo Reina Sofía de España le dedica una exposición este año, titulada: Pessoa. Todo arte es una forma de literatura en la que se indagará la relación con las vanguardias de este cronista del cotidiano, seguidor de tradiciones esotéricas, nacionalista y místico portugués “conservador pero al estilo inglés” como él se definía. En sus diarios publicados en castellano en octubre de 2017 por Herminda Editores, insiste en su lenguaje recursivo: “No sé quién soy ni sé cómo es mi alma. Hablo con sinceridad y reconozco con sinceridad que no sé de qué hablo cuando hablo de mí. Soy distinto de esos otros que tampoco sé si existen. Me siento múltiple”. Tanto es así que Pessoa escribía cartas a Ofélia Queirós, su única amada, que firmaba con los nombres de algunos de sus heterónimos, más de un centenar de personalidades y personajes inventados, entre ellos los aclamados poetas Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Antonio Mora, Alvaro de Campos, Bernardo Soares considerados por Pessoa como “otros de él mismo”, personajes autónomos que le han acompañado en el curso de su vida-obra y que vivían fuera de él, una rúbrica, una biografía, una caligrafía, una vida propia, un retrato dibujado de alguno de ellos.  Los personajes de Pessoa son escritores con voces y temperamentos distintos, grandes y complejos, fascinantes, que polemizaban y discutían públicamente, que se intercambiaban prólogos amigables y refinados tratándose de usted. El poeta Fernando Pessoa que se ganaba la vida traduciendo cartas y contratos comerciales gracias a su impecable inglés y su dominio del francés, tejió todo un reino de personajes de ficción e introspección, todo esto sin salir de su estimada y periférica Lisboa, adonde regresó a los 17 años tras pasar su infancia en la Sudafricana ciudad de Durban.
“Nada existe, no existe la realidad, sino sensaciones. Las ideas son sensaciones, pero de cosas no situadas en el espacio ni el tiempo” dice Pessoa autor del “Libro del desasosiego”, su obra más importante, es un texto fragmentado, escrito como un diario íntimo de una gran profundidad y es el libro que mejor refleja la complejidad de su mente. Es la obra que más se aproxima del propio Pessoa, es como un autorretrato del autor, una puerta abierta a su cabeza y a su original manera de entender la poesía, el mundo y a sí mismo. Este libro es una de sus más notorias aportaciones intelectuales, obra que grabó definitivamente su nombre en la historia de la literatura cuando fue publicado en los años ochenta, libro del cual se realizarán muchas ediciones, traducciones e interpretaciones en los años venideros, en palabras de la poeta chilena Jessica Atal: “es una reflexión agudísima y escéptica de la condición humana”. En este libro describe, como nadie, el desasosiego del alma, la intranquilidad que sufren los seres más sensibles, los inadaptados. Es realmente muy difícil de clasificar, fue escrito a lo largo de más de veinte años, desde 1912 hasta 1935, y en el momento de la muerte del escritor se hallaba todavía en un estado informe, sin ordenar, sin completar y lleno de pasajes dudosos que no impiden disfrutar la lectura de la voz de un personaje sentimental e hipersensible de la clase media lisboeta de comienzos del Siglo XX.  La voz de un hombre lleno de inquietud e intranquilidad que se acerca a una depresión profunda y tranquila, según sus propias palabras. Un inadaptado que, dramáticamente, rechaza la realidad y de esa insatisfacción destila la esencia de su ser, de sus decepciones, de sus proyectos fracasados, de sus utopías irrealizables, de sus penas y angustias de sus múltiples yo. Una escritura de extremada lucidez y de un gusto por el fingimiento y la paradoja.
El poeta, abogado y profesor español Ángel Crespo (1926-1995) realiza traducciones de este libro, que logran transmitir sensaciones, impresiones e imágenes claras de Fernando Pessoa en castellano,  comenta a este respecto: “Una importante laguna en el conocimiento de uno de los mayores poetas europeos de nuestro tiempo ha sido colmada con la publicación, en 1982, del Livro do Desassossego de Fernando Pessoa, muy esperado desde que, cuarenta años antes, la editorial Ática inició, bajo la dirección de João Gaspar Simões y Luis de Montalvor, la edición de las obras completas del creador de los heterónimos; y la expectativa aumentó cuando, en 1961, las ediciones portuenses Arte & Cultura dieron a la luz una selección de este mismo libro, muy incompleta por cierto, pero en la que figuraban algunos de sus mejores fragmentos”. 
“El poeta es un fingidor. Finge tan completamente. Que llega a fingir que es el dolor, el dolor que en verdad siente”, el caso “Pessoa” explotó a la opinión publica en la década de 1940 en Portugal, 20 años más tarde en toda Europa y poco tiempo después en todo el mundo. Desde entonces no se ha dejado de publicar y traducir todo lo que va saliendo del baúl donde el poeta portugués guardaba gran parte de su obra, facsímiles manuscritos atados con una cuerda y marcados con firmas distintas que sobrepasan cualquier certeza, cualquier interpretación y cualquier punto final: “soy, en gran parte, la prosa que escribo”. El poeta y crítico brasileño Frederico Barbosa declara que fue o enigma em pessoa, con el doble significado de ser el enigma en Pessoa y el enigma en persona. El escritor italiano Antonio Tabucchi, especialista en lengua portuguesa, ha señalado: “de Pessoa podría decirse lo que Walter Benjamin afirmaba de Kafka, que toda su obra representa un código de gestos sin un claro significado, sino más bien son experimentaciones y combinaciones nuevas”. El crítico literario estadounidense Harold Bloom lo consideró en su libro "El canon occidental" el más representativo poeta del Siglo XX, junto al poeta chileno        Pablo Neruda. Hasta que un 30 de noviembre del año 1935 todas esas voces callaron al mismo tiempo, muchas experiencias, muchos nombres en el lugar de una persona o cuántas personas caben en la vida de una sola persona, pues además de su rutina de oficina y pensión, de puntualidad y soledad, vivió muchas otras, declarando: “la vida duele cuanto más se disfruta y cuando más se inventa”. Ese día a los 47 años dejaba de existir físicamente y se transformaba en el inmortal Fernando Pessoa, el más universal de los poetas portugueses, que escribió entre Durban y Lisboa “vivir no es necesario, lo que es necesario es crear”.

Notas, reflexiones, comentarios del traductor

La diversidad de las lenguas, lejos de ser un castigo como supone el mito de La Torre de Babel, está presente para que podamos vivir la experiencia de lo extranjero. Es necesario recuperar la felicidad del traductor en el desafío que entraña toda traducción. Una mañana de noviembre de 2017 el director de MAGO Editores, mi buen amigo, Máximo G. Sáez, me propone que escriba, un libro con mis traducciones del poeta portugués Fernando Pessoa, desafío que asumí inmediatamente, a pesar de que el idioma portugués de Brasil es el portugués de mi especialidad. En efecto desde el año 2002 he estado estudiando y conociendo la obra literaria de muchos artistas brasileños, poetas, músicos, intelectuales, arquitectos y he realizado más de 50 viajes a ese país-continente. Aquellos caminantes que frecuentamos Brasil nos descubrimos sorprendidos y maravillados ante el tamaño de los dominios de la lengua activa del portugués brasileño. He traducido al castellano a insignes brasileños, como: Cristiane Grando, Hilda Hilst, Roberto Piva, Alice Ruiz, Luiz Inácio Lula da Silva, Tanussi Cardoso, Jiddu Saldanha, Carlos Gurgel, Herbert Valente de Oliveira, José Castello, Sandra Santos, Ferreira Gullar, Artur Gomes, Claudio Willer, Adriana Zapparoli, Virna Teixeira, Ligia Dabul, Simone Homem de Mello, Vinicius de Moraes, Cazuza, Caetano Veloso, Gilberto Gil, Fred Maia y Ademir Assunção entre otros. He traducido a más de 100 poetas de todo Brasil y sigo traduciendo, cada semana recibo en Santiago de Chile, libros venidos desde ese hermoso país. He buscado siempre traducir sentido por sentido, no letra por letra, significación al ser pronunciado en castellano un sonido portugués. Significación y sonido, pues si en algo difieren las lenguas es en el recorte fonético que hacen de los sonidos pronunciables por un ser humano. La voluntad de comprender lo distinto, la necesidad de acercarse a la alteridad sin anularla. Comprender es traducir. Tratar de entender lo ajeno. La traducción de Fernando Pessoa, me llevó a la lectura de sus libros publicados en Portugal y Brasil, y a una serie de libros de brillantes traducciones al castellano de este mítico autor, con los que pude comparar el texto de origen con otras traducciones y mis propias versiones. Lo que me permitió realizar una profunda inmersión en la poética y en toda esa trama de personas que en el caso de este autor son el mismo. Una obra basta y compleja de un autor múltiple, leí cuanto libro cayo a mis manos. Reflexionando y tratando de traducir al castellano una obra, que es como el borgeano jardín de senderos que se bifurcan. Fue así que comencé a coleccionar y traducir fragmentos, citas, recortes, frases para el bronce, aforismos, fundamentalmente del LIVRO DO DESASSOSSEGO, una obra de más de 700 páginas. El Libro del desasosiego firmado por Bernardo Soares escrito por Pessoa es un libro pleno de imágenes de este genio portugués, el más importante del Siglo XX y probablemente el más importante y famoso poeta portugués de todos los tiempos. Esta selección de fragmentos pretende en cierta forma sintetizar una obra inmensa, para la que abría que dedicar mucho tiempo para traducir de manera completa, tarea que espero las nuevas generaciones de poetas chilenos realicen. Este libro pretende hacer notar al lector la profundidad de este espíritu humano, estos fragmentos de la personalidad de un solitario creativo y que fue muchos otros. Este libro puede ser leído en orden aleatorio, puedes entrar por cualquiera de sus páginas antes de embarcar en el avión, mientras viajas en el tren, en el Metro, en el bus, en la biblioteca o donde estés. Y preguntarse a sí mismos: “Hice de mi lo que pude y lo que pude hacer de mí no lo hice, vestí un traje equivocado”, ¿Qué quiere decir con esto Pessoa?, ¿Te hacen algún sentido estas palabras?. Me sentiré feliz si al menos consiguen una bella iluminación. Este trabajo fue acompañado creativamente de dibujos, pinturas y diseños de mi autoría que fueron inspirados por Pessoa y no pretenden otra cosa sino estimular el conocimiento y estudio de este autor imprescindible y al mismo tiempo generar nuevas y futuras traducciones, de un autor que sin duda volverá una y otra vez a ser ese monstruo de imposibilidades anclado en la realidad. La obra de Pessoa es arte, y es esta la visión que debe perdurar, la provechosa sensación de estar frente a una legítima expresión de vida y de lenguaje. Eso que antiguamente se llamaba poesía.

NOTA:Prólogo, arte, fragmentos y notas del libro FERNANDO PESSOA, EL ESCRITOR MULTIPLE DE LISBOA de Leo Lobos. Publicado por MAGO Editores en Santiago de Chile el año 2018 (http://magoeditores.cl/).

  
Fernando Pessoa
Colección de fragmentos
(Pequeña selección)
Por Leo Lobos

Leer es soñar de la mano de otro
*
Reconstruirse
Reconstruirme
Sin ideal y sin esperanza
*
En estas impresiones sin nexo, ni deseo de nexo, narro indiferentemente mi biografía sin actos
sin historia
sin vida
son mis confesiones
y si en ellas nada digo
es que nada tengo que decir
*
Si el corazón pudiese pensar se detendría
*
Soy un monstruo de imposibilidades anclado en la realidad
*
Nací en un tiempo en que la mayoría de los jóvenes habían perdido la creencia en Dios, por las mismas razones que los mayores habían tenido para creer en él
*



Nada lo aproximó nunca a ningún amigo
fue el único que de alguna manera estuvo
en su intimidad
*
Se dan las circunstancias ocasionales en su vida que han sido talladas a imagen y semejanza de la dirección de sus instintos
*
Las pompas de jabón que el niño se entretiene en soltar al aire son traslúcidamente toda la filosofía
*
Trabajo bastante. Cumplo con lo que los moralistas de la acción llamarían mi deber social. Cumplo con ese deber, o con ese destino, sin excesivo esfuerzo ni notable ánimo. Pero, unas veces en pleno trabajo, otras en pleno descanso, ese descanso que, según los mismos moralistas, merezco y que me debe ser grato, me desborda el alma un resentimiento de inercia, y estoy cansado, no del trabajo o del reposo, sino de mí
*
Nada lo obligará nunca a hacer nada
de niño será un solitario
no pertenecerá nunca a ningún grupo
no pertenecerá nunca a una multitud
*
La mañana del campo existe
La mañana de la ciudad promete
La una hace vivir
La otra hace pensar
Y yo sentiré siempre
que más vale pensar que vivir



Leonardo Lobos Lagos nació en Santiago en 1966. En su etapa escolar estudió en el Liceo Darío Salas, mientras que en su etapa universitaria estudió varias carreras, en distintas universidades como la Universidad de La Serena, Universidad Diego Portales y la Universidad Tecnológica Metropolitana. Ha sido laureado UNESCO-Aschberg de Literatura 2002. Ha publicado 15 libros de poesía. Su obra ha sido traducida al portugués, búlgaro, inglés, italiano, rumano, japonés, chino, árabe, francés y holandés. Como traductor desde el portugués ha realizado versiones en castellano de autores como Roberto Piva, Hilda Hilst, Claudio Willer, Tanussi Cardoso, Paulo Leminski y del escritor portugués Fernando Pessoa. En 2003 recibe la beca artística del Fondo Nacional de la Cultura y las Artes del Ministerio de Educación de Chile, y en 2008, la beca de creación para escritores profesionales del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Chile. Recibe el año 2018 un homenaje en la Universidad San Marcos de Lima en el marco de Festival Primavera Poética de Lima, por su aporte a la literatura latinoamericana y el Premio Mayor Yolanda Hurtado por sus méritos y aportes culturales en la ciudad de Santiago. Corresponsal en Chile de la Revista Archipiélago.


Fernando Sorrentino: “A Borges lo juzgo, intelectualmente, de una solidez y de una estatura muy por encima de las de Bioy Casares”

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Fernando Sorrentino: “A Borges lo juzgo, intelectualmente, de una solidez y de una estatura muy por encima de las de Bioy Casares”

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti


Fernando Sorrentino nació el 8 de noviembre de 1942 en la ciudad de Buenos Aires, la Argentina, y reside desde 2011 en la ciudad de Martínez, provincia de Buenos Aires. En 1968 obtuvo el título de Profesor de Castellano, Literatura y Latín en la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta. Ha colaborado en la sección literaria de los diarios “La Nación”, “La Opinión”, “Clarín” y “La Prensa” y en las revistas “Letras de Buenos Aires” y “Proa”. Libros, cuentos, ensayos y artículos de su autoría se han divulgado traducidos al inglés, húngaro, portugués, persa, alemán, rumano, italiano, tamil, búlgaro, chino, francés y serbio. Textos suyos fueron incluidos en antologías nacionales y extranjeras y ha sido el compilador de numerosos volúmenes: “Treinta y cinco cuentos breves argentinos. Siglo XX”, “Treinta cuentos hispanoamericanos (1875-1975)”, “Cuentos argentinos de imaginación”, “Treinta y seis cuentos argentinos con humor”, “Diecisiete cuentos fantásticos argentinos”, “Historias improbables. Antología del cuento insólito argentino”, “Ficcionario argentino (1840-1940). Cien años de narrativa: de Esteban Echeverría a Roberto Arlt”, “Cincuenta cuentos clásicos argentinos. De Juan María Gutiérrez a Enrique González Tuñón”, etc. Publicó la novela “Sanitarios centenarios” (tres ediciones: 1979, 2000 y 2008); la nouvelle “Crónica costumbrista” (1992; reeditada en 1996 con el título “Costumbres de los muertos”); el ensayo “El forajido sentimental. Incursiones por los escritos de Jorge Luis Borges” (2011); los libros para niños y/o adolescentes “Cuentos del Mentiroso” (Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores 1978), “El remedio para el rey ciego”, “El mentiroso entre guapos y compadritos”, “La recompensa del príncipe”, “Historias de María Sapa y Fortunato”, “El mentiroso contra las avispas imperiales”, “La venganza del muerto”, “El que se enoja, pierde”, “Aventuras del capitán Bancalari”, “Cuentos de don Jorge Sahlame”, “El viejo que todo lo sabe”, “Burladores burlados”, entre otros; los volúmenes de entrevistas “Siete conversaciones con Jorge Luis Borges” y “Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares” (ambos con varias ediciones); los libros de cuentos “La regresión zoológica”, “Imperios y servidumbres”, “El mejor de los mundos posibles”, “En defensa propia”, “El rigor de las desdichas”, “La corrección de los corderos, y otros cuentos improbables”, “El regreso. Y otros cuentos inquietantes”, “Existe un hombre que tiene la costumbre de pegarme con un paraguas en la cabeza”, “Costumbres del alcaucil”, “El crimen de san Alberto”, “El centro de la telaraña y otros cuentos de crimen y misterio”, “Paraguas, supersticiones y cocodrilos”, “Problema resuelto / Problem gelöst”, “Los reyes de la fiesta y otros cuentos con cierto humor”, etc.



          1 — Tu infancia, como la de Evaristo Carriego y Jorge Luis Borges, transcurrió en el barrio de Palermo. Con esta referencia, Fernando, empecemos a conocerte.

          FS — Mi barrio fue el hoy llamado Palermo Hollywood, es decir el cuadrilátero comprendido por las avenidas Santa Fe, Juan B. Justo, Córdoba y Dorrego. Allí, y en escuelas del Estado, cursé mis estudios primarios (1948-1955) y también los de segunda enseñanza (1956-1960), en el Colegio Nacional Nicolás Avellaneda.
Uno de mis primeros recuerdos corresponde a mi entrada en el edificio de la Escuela Florencia G. de Peña (Obra de la Conservación de la Fe), en la calle Bonpland, casi esquina Nicaragua. Sería en marzo de 1948; yo tenía cinco años de edad y, de la mano de mi madre y con mucho temor y ansiedad de mi parte, había llegado a la escuela, donde cursaría el Jardín de Infantes en el aula de la “señorita Ana María”.
Nosotros vivíamos en el número 5647 de la calle Costa Rica, de manera que la escuela y nuestra casa se hallaban en la misma “manzana pareja que persiste en mi barrio”: Costa Rica, Bonpland, Nicaragua y Fitz Roy.
En esa escuela hice toda la primaria, excepto el último grado. Por no sé qué cuestión, a principios de 1955 se modificó el estatus legal del establecimiento y todos los alumnos fuimos reubicados en otras escuelas. A mí me tocó cursar el último grado en la Escuela Juan Crisóstomo Lafinur, ubicada en la calle Gorriti entre Bonpland y Carranza.
No para que me eleven un monumento sino como simple información, nada me cuesta declarar que yo fui siempre un excelente alumno, y cada año era distinguido con el primer premio.
          Entre el llamado primero inferior (de aquellos años) y el cuarto grado tuve siempre maestras “señoritas”. En quinto me tocó, por vez primera, un maestro varón, terriblemente exigente y eficaz. Su apellido era Pugliese y lamento no poder precisar su nombre de pila, aunque puedo aportar otros datos: era alto, rubio, con pelo ondeado, tendría unos veinticinco años, estaba a punto de recibirse de médico, vivía en la calle Virrey Liniers y era hincha de Huracán. Ciertos gestos y actitudes, y palabras pronunciadas entre ellas por algunas de las maestras jóvenes, me hicieron comprender que el señor Pugliese era, para estas damas, una codiciada pieza de caza.
Entre otras cosas, recuerdo que, para enseñarnos cómo funcionaba el correo, nos envió una carta —desde luego, manuscrita— a cada uno de los alumnos, quienes, a su vez, teníamos la obligación de contestarle con otra; por desdicha, he perdido su carta y no tengo la menor idea de cuál habrá sido mi respuesta. 
Cuando pasé a la Escuela Juan Crisóstomo Lafinur, me tocó otro maestro excepcional: el señor Jorge Cristino Bustos. Tendría unos cuarenta y cinco años, había nacido en Campana, era profesor de matemática en la Facultad de Ingeniería y, para colmo de sus virtudes, era —como yo— hincha de Racing. De maneras menos severas que el señor Pugliese, era igualmente eficaz, y recuerdo a ambos con el máximo de mi afecto y de mi reconocimiento.
Todos mis años de la escuela primaria correspondieron al gobierno peronista y tuvieron la mácula de pretender adoctrinar a los niños en la hagiografía de Perón y de sus ideas. Como corolario de estos despropósitos, en el último grado se impuso como lectura obligatoria “La razón de mi vida”, que alguien había escrito para que lo firmase Eva Perón. Además del evidente atropello de obligar a leer páginas partidarias, el valor literario de dicho libro era prácticamente nulo, y habría sido infinitamente mejor haber dedicado esas horas a leer ¡tantas hermosas páginas que nos prodigaba el mundo de la literatura! 
Sé que muchos maestros cumplían con la orden emanada del Ministerio de Educación porque no había otro camino, pero no estaban de acuerdo con ella. Han transcurrido sesenta y tres años, y aún conservo en mi biblioteca el ejemplar de “La razón de mi vida”, publicado por la Editorial Peuser.
          En esa época Costa Rica era una calle grisácea y muy humilde. En ella los chicos pasábamos nuestra vida, jugando a las bolitas, a las figuritas, al fútbol (en esta última actividad constituíamos una suerte de plaga).
          En septiembre de 1955 se produjo el estallido de la autodenominada Revolución Libertadora y por esos mismos meses cayó sobre nosotros la terrible epidemia de poliomielitis, que afectó a tantos niños de más o menos mi edad.


          2 — Al año siguiente, anticipaste, comenzó tu bachillerato.

          FS — En el colegio a menos de tres cuadras de mi casa. Cierta señora impartía las materias de Castellano y de Historia. Como yo ya no era tan ingenuo ni tan respetuoso de la autoridad, pensaba que, en rigor, la mujer no dominaba ninguna de las dos disciplinas y que, posiblemente, ni siquiera tuviera el título habilitante. 
Como contrapartida de los desatinos del gobierno peronista, se había instaurado una venganza de signo contrario: habían sido “barridos” los profesores que tuviesen alguna afinidad con el derrotado “régimen depuesto” y con su “tirano prófugo”, y veo como muy posible que, llevados por la prisa y la necesidad, los funcionarios del Ministerio de Educación llenasen los huecos docentes de la manera que pudiesen.
Aquella profesora —hija y sobrina de políticos socialistas— portaba el mismo nombre de pila de cierta criminal de guerra británica; me limitaré a caracterizarla con la letra inicial de su nombre: M. Era, sin duda, la mujer más horrible que conocí en mi vida. Una extensa cara de caballo, con la piel reseca y hecha cuero por la exagerada exposición al sol, y unos dientes enormes que pugnaban por asomarse al exterior, los pelos erizados tipo Gorgona… Tendría cuarenta años, no más, pero a mí me daba la impresión de haber sido extraída, con toda la edad a cuestas, de un cuento de terror del siglo XVI. En suma, parecía diseñada por un pintor de esperpentos.
Y, por añadidura, M. era arbitraria e injusta. Un ejemplo: uno de los alumnos se llamaba Félix Alfonso Marino. El nombre de pila era Félix, y los apellidos, Alfonso Marino. De manera que, en la libreta de calificaciones, el alumno estaba ordenado alfabéticamente en la letra A. Pero, en la primera prueba escrita, Félix cometió el sacrilegio de identificarse como “Félix A. Marino”. La profesora no encontró ningún Marino en la letra M de su libreta (aunque una mínima mirada le habría hecho leer un Alfonso Marino al principio de la lista) y, al averiguar, por propia confesión del réprobo, que había omitido consignar su primer apellido, no encontró mejor expediente que calificar la prueba —sin siquiera leerla— con un rotundo 1 (uno). Tal fue el duro castigo aplicado en represalia por una falla, digamos, “administrativa”. Y nosotros, los alumnos, ¡cuán sumisos éramos, cómo soportábamos esas iniquidades sin atrevernos a protestar!
Pero también, según comprobé más tarde, la señora M. era “muy blanda de corazón” (“Martín Fierro”, II:23). En cierta oportunidad pasó al frente, a exponer oralmente la lección, un chico muy aplomado, cuyo apellido italiano significa, en español, “alcalde” (corriendo los años, fuimos amables colegas como profesores en cierto colegio espeluznante, y, más tarde aún, me enteré de que había fallecido). Dio una buena lección y M., encantada, lo calificó con un merecido 10. Pero, según resultó palpable, la cuarentona se había enamorado del adolescente Alberto. Unos días más tarde volvió a convocarlo para que diera lección; como suele suceder a todos los estudiantes que en el mundo hemos existido, Alberto había dado por seguro que no iba a ser convocado para exponer nuevamente y, por ende, ni siquiera había abierto el libro: no tenía la menor idea del tema. Pero M. estaba derrumbada de amor y, a su manera, fue ella misma dando la lección de Historia que Alberto no podía enunciar sin merecer un rotundo cero. Y, al final, la muchacha enamorada dijo: “¡Y le voy a poner un 10!”. Y, en efecto, calificó al afortunado galán con un diez.
Ésta era la pedagoga “socialista” que nos tocó en primer año del secundario. Castigó con un 1 a quien, en lugar de “Alfonso”, escribió “A.”, y premió con un 10 a quien merecía un cero.
Hubo otras historias… Solía ufanarse de los consejos recibidos por parte de un abogado amigo, para rehuir un pago que debía aportar por un accidente de tránsito, practicaba equitación en la “escuela alemana”, tenía auto (en una época en que pocos lo poseían), jugaba al golf… En fin, una típica aristócrata del socialismo.
Considero, en resumen, los cinco años que pasé como alumno en el Avellaneda signados por profesores mediocres (en el mejor de los casos) o ineptos (en el más frecuente).
Desde que aprendí a leer me había convertido en devoto de la literatura y en un lector voraz (por ejemplo, antes de entrar en el secundario había leído —sin captar muchas de sus sutilezas pero con enorme placer— el “Quijote”, en la edición en dos tomos y a dos columnas de la Biblioteca Mundial Sopena). 
Y, sin embargo, y a pesar de este background, ni en las clases de Castellano ni en las de Literatura encontré el menor estímulo: profesores aburridos y aburridores, de escasas luces, de pocos conocimientos, sin capacidad de discernimiento, sin ninguna aptitud para hacernos gustar de algún texto valioso…
Terminé mi secundario en 1960 y, a continuación, perdí estúpidamente dos años de mi vida. 


3 — Y de qué modo los habrás perdido.

FS — En 1961 me inscribí, insensatamente, en la Facultad de Derecho de la UBA y, de entrada no más, padecí la tortura de tener que leer un libro horripilante, “Teoría pura del derecho”, de una autoridad llamada Hans Kelsen. Di el examen de Introducción al Derecho, lo aprobé y me dije: “Nunca más. ¿Por qué voy a estudiar algo que no sólo no me interesa sino que constituye una suerte de suplicio atroz?”. A mí lo que me gustaba era la literatura; entonces por qué, en lugar de deleitarme, por ejemplo, con las novelas de Dickens, me veía obligado a recorrer esos galimatías de Kelsen, que, por añadidura, se me antojaban meros juegos de palabras huecos de contenido?
En ese mismo año 1961 empecé a trabajar como empleado de oficina, primero en una empresa industrial, y luego en una compañía de seguros. De la primera no tengo ningún recuerdo digno de ser evocado.
Pero, en la compañía de seguros…
El diablo me puso bajo la égida de uno de los hombres más estúpidos que en el mundo han sido: el señor B. Se presentaba a sí mismo como “subdirector” de la sección, aunque ese cargo, según creo, sólo existía en su imaginación. Uno de sus confesados propósitos, con respecto a mí, consistía en “modelar” mi personalidad (cosa, declaró con tristeza, que no había podido lograr con “el señor H.”, cierto empleado díscolo, insensible a sus elevados objetivos); claro que “el señor H.” tenía más de treinta años y, en virtud de esta dureza vital, ya no era posible “modelarlo”; puesto que yo ni siquiera había alcanzado las dos décadas de vida, el señor B. me consideró un objeto ideal para ejercer su labor de Pigmalión.
Por lo tanto, y en melancólico jolgorio íntimo, di en fingirme humilde discípulo del señor B. para que este ejecutivo —acucioso en su nadería, risible en su severidad— imaginase que yo aspiraba a devenir en una persona parecida a él en un futuro venturoso.
Yo solía andar con libros bajo el brazo. Advertida esta perversidad, el señor B. decidió edificarme: expuso la verídica parábola de un escritor que había trabajado en la compañía y que ya no trabajaba más. 
—Figúrese —concluyó, atónito—, el hombre decía que este trabajo lo aburría. 
Y sonrió, indulgente ante las extravagancias de la conducta humana. 
Le pregunté quién había sido ese escritor. 
—Estimado señor Sorrentino —me aleccionó—, se revela el pecado pero no el pecador. Extraiga usted sus propias conclusiones. 
Más que extraer conclusiones, me interesaba satisfacer la curiosidad: averigüé más tarde que el pecador tenía Augusto por nombre y Roa Bastos por apellido.
A este señor B. no me privé de aludirlo en unos cuantos de mis relatos. ¡Era tan colosal y cosmológica su imbecilidad! Por ejemplo, pretendía hacerme creer que mis superiores jerárquicos constituían una élite de semidioses, por los que yo debería sentir no sólo un supersticioso respeto sino la veneración más profunda. Y lo cierto es que todos en conjunto, y cada uno de ellos en particular, me parecían una caterva de pelafustanes ignorantes y vulgares. 
Cada tanto —digamos una vez por semana— solía hacer “acto de presencia” el hipotético director de nuestra sección, en compañía de un hijo suyo, un papanatas de unos treinta años (en mi barrio lo habríamos catalogado como un “boludo alegre”), de ojos algo desorbitados: entre grandes risotadas, se ponía a bromear con los semidioses menores, a quienes llamaba “fariseos”, siendo respondido por los dichos semidioses con el mote de “filisteo”, o cosa parecida, sin que alguno de ellos conociese el significado de ninguno de los dos vocablos. En la siguiente semana se repetían exactamente la escena, las bromas, las risotadas… 
No es que a mí me molestaran en absoluto esas muestras de la idiotez humana; más bien me causaban placer, ya que toda esa parafernalia —los gritos, las carcajadas— entraban en colisión con los principios de “aristocracia administrativa” que, para nuestra sección, preconizaba el señor B. Y el señor B. asistía, impotente y acobardado, a esa invasión festiva contra la cual él carecía del menor poder represor.
El director de la sección tenía dos apellidos (españoles), vestía siempre traje oscuro y ostentaba un aspecto “digno” y “caballeresco”. Tendría unos cincuenta y cinco años de edad; sin embargo este amplio medio siglo de vida no le había alcanzado para aprender algún rudimento de ortografía, pues no puedo olvidar que, en cierta ocasión, se dirigió a una de las empleadas en busca de la resolución de un arduo enigma: “Dígame, señorita, “realizado” ¿se escribe con zeta?”.
De esta manera desperdicié todo el año 1961: intentando estudiar una materia que me repugnaba y “padeciendo bajo el poder de” un imbécil presuntuoso.
Asimismo, y por razones ajenas a mi voluntad, perdí todo el año 1962, a causa del servicio militar. Entré en contacto con ciertas clases de personas que nunca había conocido antes, y pude verificar que algunas de ellas —de estilo cavernario— se hallaban a medio camino entre el hombre y la bestia, y, si se quiere, más tirando a ésta que a aquél.


          4 — En 1963, entonces, habrás empezado a encaminarte.

FS — En 1963 aprobé el examen de ingreso en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, en la sede de la calle Viamonte. En el examen me explayé sobre un tema que me interesaba y me gustaba: el cuento “Hombre de la esquina rosada”. Sin embargo, la estructura de la Facultad me pareció engorrosa y, casi diría, kafkiana, con comisiones, horarios, laberintos, carreras, subcarreras, orientaciones, centros de estudiantes politizados, etc., etc., y me di cuenta también de que, enemigo como soy de las situaciones barrocas, si cursaba allí, no iba a poder trabajar y ganar un sueldo donde fuere.
De manera que —más limitado y menos complejo— decidí cursar el profesorado en Castellano, Literatura y Latín, que se dictaba, en horario vespertino, en la Escuela de Profesores Mariano Acosta. Este horario me permitiría tener libre todo el resto del día para poder trabajar y ganar algún dinerillo.
La estructura del Mariano Acosta era muy similar a la de un colegio secundario: teníamos horarios y profesores que se presentaban en nuestra aula e impartían su materia. Desde el primer día me sentí muy cómodo en ese ámbito y —Dios sea loado— tuve el honor, el placer y la gloria de ser alumno del hombre más inteligente y más sabio que he conocido en mi vida: don Julio Balderrama fue mi profesor de Castellano, y ¡cuánto les debo a su rigor, a su generosidad, a su sapiencia! Si no aprendí más de lo que realmente aprendí, es por culpa de mis alcances intelectuales, que siempre corrieron muy por debajo de la gigantesca capacidad de don Julio.
Tuve también otros excelentes profesores, tales como Rodolfo Modern, Nicolás Verrastro, Lorenzo Mascialino, Ricardo Ayabar, Germán Orduna, Ángel Mazzei, Osvaldo Guariglia… Asimismo, hubo algunos profesores incompetentes. Tal quien dictaba Literatura de Europa Meridional (un caballero calvo e histriónico, somorgujado en una ciénaga de ignorancia troglodítica, cuyo método de enseñanza se limitaba a leer, para nosotros, las páginas del “Parnaso italiano”, de Gherardo Marone). Otro caso notable era la dama que intentaba enseñar Griego y cuyo accionar práctico se perdía en laberintos caóticos e incomprensibles…
En general, recuerdo mis años del Acosta como extremadamente agradables y enriquecedores.
Simultáneamente, y por las mañanas, trabajaba como empleadillo de oficina en la ahora extinta Compañía Ítalo-Argentina de Electricidad, donde —no puedo negarlo— gozaba de un muy consistente sueldo. La contrapartida era que, en general, me sentía en ese ambiente como “sapo de otro pozo”. Es verdad que, con algunos pocos compañeros, podía sostener una conversación mínimamente entretenida. Pero allí predominaba el número de personas cuyas vidas giraban en torno de los encantos del fútbol, de la quiniela, de las carreras de caballo… A mí el fútbol me interesaba bastante, pero no era el centro de mi vida; en cuanto a las actividades lúdicas, jamás pude comprender en qué podía consistir su atractivo.


          5 — ¿Y si nos retrotraemos, en cuanto a lecturas, a muchísimo antes de  “Hombre de la esquina rosada”?

FS — Mis primeras experiencias, no diré con la literatura, pero sí con las letras, se remontan a cuando yo era analfabeto. Sin embargo, me las ingenié para pegar en el álbum mis figuritas de futbolistas que, por alguna aberración incomprensible, en lugar de estar racionalmente numeradas, se identificaban por el apellido del jugador. Imaginemos que la primera página del álbum estaba dedicada al Club Atlético Atlanta, de camiseta a bastones verticales azules y amarillos. Una vez determinado el redil, mi método consistía en encontrar identidad entre las leyendas de las figuritas y las del álbum. De ese modo, logré —por ejemplo— pegar la figurita con la estampa del delantero Héctor Ingunza en el preciso círculo del álbum donde debía adherirse al citado Héctor Ingunza.
Pero, apenas aprendí algunas letras, una especie de magnetismo irresistible me llevaba a tratar de leer cualquier texto escrito, y puedo contabilizar como mi primer éxito, a los seis años de edad, el desciframiento de la palabra ÚNICO, que esplendía, en letras blancas sobre fondo negro, en una botella de ese aceite de aquella época (según creo, ya no existe).
Escuela primaria. A diferencia de los libros modernos —pletóricos de dibujitos, flechitas, triangulitos y firuletes que no sirven para nada—, el llamado “libro de lectura” escolar de entonces enseñaba realmente a leer, y las lecturas, aunque sencillas, eran textos que guardaban elogiable e imprescindible coherencia narrativa. Y, cada tanto, se intercalaban algunas páginas de “iniciación literaria”: fábulas de Iriarte o de Samaniego; fragmentos del “Martín Fierro” o del “Fausto” de Estanislao del Campo; poesías de Campoamor; pasajes de “Recuerdos de provincia”… Bueno, yo disfrutaba de esos pasajes de literatura, ignorando, por supuesto, que pertenecían a un entidad llamada “literatura”.
Y, paralelamente, fueron llegando a mis manos los primeros libros, muchas veces regalos de cumpleaños: “El Sombrerito”, “Cabeza de Fierro”, “El imán de Teodorico”, “El mono relojero”…, todos de Constancio C. Vigil, en aquellos amados tomos de tapa dura y de intenso color naranja. Yo me los devoraba y, al igual que los “ojos hidrópicos” de Segismundo ante Rosaura, siempre quería leer más y más.
En fin, seguí el camino habitual en estos casos. A cada libro lo seguía otro, y a éste, otro más… Mientras tanto, al tiempo que yo crecía en edad, iba también formándose mi gusto personal y así fui aprendiendo a discernir valores literarios, a elegir lo que me agradaba, a desechar lo que me aburría… Tarea de ensayo y error. Por ejemplo…
Las tres historias de Chateaubriand (“Atala”, “René”, “El último abencerraje”), que suelen compartir el mismo volumen, me parecieron tres monumentos a la evanescencia y al tedio, y nunca más quise reincidir en el malhadado vizconde. En cambio, ¡qué inmenso placer, qué pasión despertó en mí la lectura de “David Copperfield”! Dickens me hizo vivir adentro del libro y me hizo simpatizar con Peggotty y con Traddles y con Micawber, y me obligó a espeluznarme con el siniestro Uriah Heep, e infundió en mi espíritu la idea de asesinar al señor Creakle y al señor Murdstone, y a, por lo menos, darle a la señorita Murdstone una fortísima y vengativa patada en su trasero de bruja malvada.
De esta manera, fui familiarizándome con parte de la narrativa del siglo XIX, o de los siglos anteriores, que estaban muy bien representados en la colección de la Biblioteca Mundial Sopena, libros de bajo precio que yo compraba en la librería que describo en mi cuento “La biblioteca de Babel”. En esta colección leí por vez primera el “Quijote”, en una edición en dos columnas y “pelada”, es decir, sin ningún aparato filológico que me explicara ciertos términos arduos para mis doce o trece años de entonces. Pero poco me importó, pues, aunque se me escaparan muchas sutilezas textuales, me divertí muchísimo con las aventuras y, sobre todo, con los graciosísimos diálogos del caballero y su escudero.
Ahora, y a la distancia de tantos años, no deja de asombrarme la ineptitud de todos los profesores de Castellano y Literatura que me tocaron en suerte, o en desgracia, en mi colegio secundario. Nunca lograron trasmitirme el menor amor por ningún libro ni por ningún autor: yo era mucho más entusiasta que ellos, y también, más razonable. Recuerdo que la profesora de Castellano de primer año —a la que yo veía, ya entonces, como una de las mujeres más desatinadas y estrafalarias que he conocido— nos impuso como libro de lectura “La guerra gaucha”, de Leopoldo Lugones, texto cuya lectura, hasta el día de hoy —a pesar del entrenamiento literario que me han conferido los años, los estudios, el sentido común…—, no he logrado, vencido por su lenguaje maléfico, de tropezada sintaxis, con vocabulario de cementerio, jamás pude concluir. 
Pero en casa yo leía a Poe, a Oscar Wilde, a Dickens, a Dostoievski…, con infinito más provecho literario que el que me otorgaban aquellos desdichados docentes del Colegio Nacional nº 4.
Y aquí me detengo en estas evocaciones. Pues luego vinieron mis estudios regulares de letras, y ése es otro cantar, pues yo ya no era niño ni adolescente, y estos nuevos contactos dejaron de ser mis “primeras experiencias”.


          6 — Tus estudios regulares de letras más la oficina.

FS — El ambiente de la oficina se me hacía cada vez más asfixiante, y no veía la hora de tener mi título docente y emprender actividades más afines con mi personalidad y con mi vocación.
En el segundo semestre de 1968 —y siendo aún empleado, por las tardes, en la Ítalo— pisé, muerto de miedo, por primera vez un aula en carácter de profesor. Allí había unos treinta adolescentes, de rostros curiosos y reacciones imprevisibles. Sin embargo, y por las razones que fueren, los chicos me recibieron con simpatía y, en suma, como suele decirse, les “caí bien”.
Éste era un colegio privado —ya no existe— ubicado en una zona muy linda de la localidad de Olivos. Como buen colegio privado, funcionaba al modo de cualquier empresa comercial, y estaba regido por el afán de lucro. Los propietarios eran un matrimonio de gran codicia y voracidad económica. Andando los años, y por analogía con la voraz bocaza de los cocodrilos, se me ocurrió colocar el apellido del propietario varón en cierto cuento que escribí sobre una albufera del sudeste de la provincia de Buenos Aires.
Sin entrar en recuerdos que aún hoy me resultan dolorosos, el hecho fue que, entre 1968 y 1971, me desempeñé, como pude, en dos colegios privados de estructura delincuencial. Por quién sabe qué complicidades con gente del Ministerio, no pagaban los sueldos, o los pagaban retaceados. Yo me había casado, teníamos un hijo nacido en 1970, pasábamos todo tipo de aprietos y necesidades.
Y no voy a seguir con este tema, ya que su rememoración me entristece. Sólo diré que a cierta mujer malvada y maléfica —propietaria y rectora de un colegio ubicado en el muy bonito suburbio de Martín Coronado— le asigné papel cuasi protagónico en mi cuento “Terapia exitosa”.
En 1972 empecé a trabajar en el Colegio Lange Ley, de la calle Canning, dirigido a la sazón por una excelentísima persona: el doctor Enrique Ruchelli. Y allí me sentí comodísimo, rodeado de colegas muy agradables y teniendo como alumnos a chicos —como suele decirse— de la “mejor onda”. Tampoco quiero olvidarme del simpático colegio Ceferino Namuncurá, de Florida, con muy queribles alumnos y profesores, aunque con un rector más bien no querible ni querido. 
En resumen, y para no abundar en aburrimientos, diré que, durante cuarenta años, di clases de Lengua y Literatura en varios colegios, eso sí, con interés siempre decreciente, hasta el punto de que, hacia el final, la docencia ya no revestía para mí el menor interés.


          7 — Así que cuatro décadas, en varios colegios, tanto en nuestra ciudad natal como en el conurbano bonaerense, y de unos prevaleciendo la satisfacción, y de otros, en cambio…

FS — Teniendo yo más de cincuenta años, y con muchísima experiencia docente, me ofrecieron las cátedras de los terceros años de un colegio plutocrático que llamaré —a falta de mejor nombre— Colegio Champiñón. El rector —baja estatura, panza prominente, calva generosa, cerebro de pocas luces— me explicó que el llamado, insólito a esa avanzada altura del curso escolar (creo que era septiembre u octubre), se debía que los “chicos eran un poco traviesos” y que, por ese motivo, los dos profesores que me habían precedido habían preferido renunciar a sus labores.
Puesto que yo me sabía a mí mismo, por la experiencia de veinticinco años de docencia, no sólo querido sino casi adorado por las sucesivas promociones de alumnos que había tenido, esbocé internamente una sonrisita sobradora y me dije: “Ningún problema. A estos ‘traviesos’ me los meto en el bolsillo y, sin duda, terminarán amándome”.
Atrozmente, me equivoqué. El Colegio Champiñón resultó una usina de perversidad, un caos falsamente endulzado por la hipocresía y por la “piedad” católica. Me asignaron, como dije, tres divisiones de tercer año; en cada una había cuarenta alumnos; de ellos diez —podría decir— eran buenos pibes, chicos normales; los otros treinta eran seres cobardes y despreciables, movidos por la necesidad interior de causar daño al prójimo.
Con total impunidad y con la anuencia y el estímulo que recibían de la inacción de las autoridades, se dedicaron, tal como era la tradición y el “perfil” del colegio con respecto a sus docentes, a molestarme de mil maneras, a provocar desórdenes, a humillarme, a, en suma, hacerme la vida literalmente imposible. Sin duda, esa vida terminaría por enfermarme y posiblemente conducirme a la muerte, de manera que —tras pasar por más de cuatro conflictos con las autoridades champiñonianas— pude desvincularme de esa cámara de suplicios.
Ahora, a la distancia, creo comprender a los “chicos traviesos”… Casi todos provenían de hogares con padres separados o divorciados. El padre odia a la madre y la madre odia al padre, y ambos, el padre y la madre, odian a sus hijos. Estas desdichadas criaturas —odiadas por sus padres— necesitan odiar a alguien y descargar sus depresiones y tristezas contra quienes tienen más a mano: sus profesores.
Yo —como tantos otros de mis colegas— fui víctima de estos niñitos, y ahora hasta los compadezco por su destino atroz, y sólo me queda lamentar que hayan nacido.
También merece algunos elogios el director general del establecimiento delictivo. Un fraile “gaita” portador de una inteligencia inferior a la de un adoquín, pero, eso sí,  un adoquín de cierto coeficiente intelectual. Ocupaba ese cargo por pertenecer a la congregación religiosa; en la vida laica lo habrían enviado a lavar los mingitorios de alguna estación de la línea ferroviaria del Belgrano Sur, y sin duda lo habrían despedido en seguida por no saber lavarlos.


          8 — Te propongo ahora que nos guíes —y reflexiones— desde tu “debut” como escritor.

FS — En 1969, además de casarme (añado, y así comparto con vos un apunte familiar: en 1970 nació mi hijo Juan Manuel y, en 1978, mis hijas, las mellizas María Angélica y María Victoria), pude ver, en julio, por vez primera, un texto mío en “letras de molde”. Mi cuento “Cosas de vieja” obtuvo una mención en un concurso organizado por la revista “Nuestros Hijos”, y por lo tanto fue publicado en ella.
Mientras tanto, de vez en cuando yo escribía y acumulaba papeles, pero no conocía a nadie en el mundillo literario o editorial, y no veía la publicación como una posibilidad cercana ni tampoco necesaria.
Aunque parezca rarísimo, alguien que acababa de fundar una editorial, de diminuto tamaño y efímera duración, y que era profesor en el mismo colegio secundario donde yo había debutado como docente, me dijo algo así como “Si tenés alguna novela o algunos cuentos, dámelos, que, si me gustan, a lo mejor los publico en un libro”. Y, en efecto, se publicó el libro, titulado “La regresión zoológica”, en 1969. Y, si bien agradezco la publicación, lo cierto es que no fue necesario más de un año para que yo me arrepintiese de haberlo publicado. Literariamente, maduré tarde y vi que ese primer libro adolece de demasiados defectos; a lo sumo, logré salvar, mediante reescritura completa, dos cuentos para el futuro, pero me pareció sensato no reproducir jamás el resto de esos cuentos más bien pueriles.
Mi bibliografía me dice que publiqué (sin tener en cuenta prólogos, ediciones de clásicos, ni inclusiones en libros o revistas) unos ochenta y seis libros, suma que puede parecer astronómica pero que no lo es tanto si consideramos que corresponden a la labor de casi cincuenta años.
Para mi sorpresa, y sin que yo lo buscara especialmente, tuve la fortuna de ir más allá de las fronteras patrias, y libros míos se publicaron también en Brasil, México, Estados Unidos, Portugal, España, Reino Unido, Italia, Alemania, Rumania, Bulgaria, Hungría, Irán, India, China…
Frívolamente, nunca busqué otra cosa en la literatura que no fuera mi mero placer como lector. Insensible a los bien o mal ganados prestigios, abandoné de inmediato la lectura de libros aburridores o desagradables, sin que me importaran los laureles de sus autores. Andando el tiempo, pude saber, sin necesidad de leer una línea, que, por ejemplo, nada de lo que escribiera Émile Zola podría interesarme.
En algunos casos, y yendo más lejos, no quise emprender la lectura de libros cuyos autores tuvieran un rostro que no me gustase: por ejemplo, estoy seguro de que personas con las caras de Jean-Paul Sartre y/o Simone de Beauvoir no podrían escribir nada que me causara el menor placer.
Me atraen las literaturas con peripecias humanas y no con razonamientos “inteligentes”, que sólo sirven para aburrirme y distraerme de la lectura. En mi niñez y adolescencia he sentido devoción hacia Dickens, y, sin perderla, ahora tengo otros amores: Cervantes, Kafka, Borges, Denevi…
Cuando redacto, trato de satisfacerme a mí mismo: es decir, procuro escribir los textos que a mí me gustaría leer. Si, además, gustan a otros lectores, tanto mejor: me sentiré muy contento y agradecido; si no, mala suerte: el rechazo no me hará prorrumpir en llanto ni me empujará al suicidio.
Las modalidades de narrativa insólita o fantástica me interesan infinitamente más que las del realismo o de la protesta social. Y, en fin, a ellas me he dedicado con alegría y sin disciplina ni método alguno: simplemente, me he dejado llevar por las circunstancias, cuando éstas me provocaban placer, y he abandonado la redacción cuando ésta se me rebelaba y convertía el placer en un trabajo.


9 — El placer en un trabajo.

FS — Todo trabajo impuesto causa incomodidades y malhumor, e indefectiblemente esas incomodidades y ese malhumor van a trasmitirse al lector (que ninguna culpa del estado de ánimo del autor).
A estas pautas de absoluta libertad me he ceñido desde siempre y, en caso de estar equivocado, como tengo setenta y seis años, considero que ya es muy tarde para cambiar, de manera que prefiero empecinarme en el error.
Al fin y al cabo, tan mal no me fue…
Yo puedo gustar, y mucho, de cierto tipo de poemas: los prefiero —aunque no excluyentemente— “a sílabas cunctadas” y con ritmo, con música y, si es posible, con rima consonante. Pero carezco de la menor aptitud poética para la creación; cuando joven, intenté, más de una vez, componer poesías, pero mis esfuerzos desembocaban en el mamarracho hecho y derecho. Puesto que soy un ser racional, no insistí en algo que no sabía hacer y, además, me pareció nocivo agregar nuevas fealdades al mundo.
En cambio, estoy bastante conforme con mis cuentos, y el ejercicio de la narrativa me ha servido también para reflexionar sobre sus problemas. Por ejemplo, ¿cuáles son errores graves?
Voy a hablar de defectos de construcción, no de defectos estilísticos. Son, al menos, dos, y están relacionados entre sí: la inverosimilitud y la falta de anécdota. 
Sobre el primer defecto diré que, si alguien, apelando a la “petición de principios”, intenta hacerme creer cualquier situación narrativa, a mí, como lector, no me basta con su palabra: me tiene que presentar las “pruebas” de lo que pretende trasmitirme, y esas pruebas tienen que mostrarse como hechos que yo pueda ver, sopesar y ponderar. Un ejemplo ilustre: si Charles Dickens hubiera escrito que el señor Murdstone era un malvado y un sádico, tal declaración no habría servido para nada, y, en efecto, Dickens no la expresó. Lo que sí sirvió, y con eficacia total, fue relatar y describir las maldades y los sadismos del señor Murdstone. 
El segundo defecto consiste en relatar diversos hechos minúsculos, grisáceos y, a menudo, ricos en aburrimiento… Tales anécdotas responden al error de imaginar que “todo” es interesante y digno de narrarse. Como no es así, esas unidades narrativas mueren cuando se termina de relatarlas ya que no tienen la menor vinculación con ningún otro punto del relato general: resultan huecas, ociosas y antifuncionales, y equivalen a lo que podríamos denominar “la no anécdota”, análoga a la muy inteligente “aneda” cómica que solía narrar el gran Carlitos Balá. Creo que el ejemplo cabal de este tipo de desatinos es la narrativa de Eduardo Mallea, una suerte de monumento a la inverosimilitud (y también al engreimiento).
No puedo dejar de referirme a quien quizá sea mi máximo ídolo literario: Franz Kafka. ¿Qué es lo que “no” me maravilla de Kafka? Me permito afirmar que es lo que más se parece a la perfección narrativa. Y no dentro de una narración de mero “realismo” (modalidad, dicho sea de paso, tan convencional como todas las demás del universo literario), que resultaría bastante más fácil de realizar. No: lo maravilloso de Kafka es que nos presenta situaciones absolutamente extravagantes, sorprendentes e increíbles de una manera tan hábil, que creemos en todas ellas sin la menor violencia: oh, aquel juicio en el granero, aquel diálogo en la habitación del pintor Tittorelli, la ejecución final de K. en esa ceremonia espeluznante… Mientras las leo, “veo” y “oigo” esas escenas, y creo en la “verdad” de todas ellas. ¡Cuántas veces leí “El proceso”, “La metamorfosis”, “En la colonia penitenciaria”…! Y siempre con el mayor de los placeres.
Otro de mis maestros es Marco Denevi. En primer lugar debo elogiar la fluidez de su prosa. Nunca es necesario volver atrás para reelaborar algún párrafo intrincado o tropezado. A diferencia de otros narradores, que, por impotencia narrativa, se regodean en no relatar nada, y que siembran el camino con escollos o tropiezos sintácticos, los relatos de Denevi abundan en peripecias, en sorpresas, en humoradas… Y, además, hay una cuestión personal: Denevi resuelve los problemas de escritura narrativa exactamente como me habría gustado resolverlos a mí, llegado el caso. Y, lo más importante de todo: Denevi jamás me ha aburrido, siempre me ha causado placer. Y es lo único que yo busco en la lectura: soy un irresponsable y frívolo lector hedonista.
Allá por la década de 1960 me deslumbraron algunos cuentos de Cortázar: “Casa tomada”, “Continuidad de los parques”, “Circe” y, sobre todo, el genial “Final del juego”. Pero a su producción posterior no la considero demasiado meritoria. En cuanto a sus novelas… “Los premios” me pareció mediocre… Y “Rayuela”, con todos sus artificios y firuletes, una especie de ladrillo presuntuoso cuyo fin consistía en embelesar a la gilada literaria, objetivo que sin duda logró. Respecto a “Los autonautas de la cosmopista” me resultó una especie de efusión de vanidad… ¿Por qué, es un ejemplo, el autor habrá imaginado que los lectores no podríamos conciliar el sueño si no sabíamos qué habían almorzado Julio y Carol…?


          10 — Sos también alguien que destaca por sus libros de entrevistas y su condición de compilador.

FS — Entrevistas: sólo realicé dos: “Siete conversaciones con Jorge Luis Borges” (1974) y “Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares” (1992). Sin faltar el debido respeto a este caballero tan simpático y afable, debo decir que, en todo sentido, a Borges lo juzgo, intelectualmente, de una solidez y de una estatura muy por encima de las de Bioy.
En cuanto a las antologías… En mi época neolítica (digamos hacia 1970) se me ocurrió compilar un volumen de cuentos breves (cuentos breves, no minificciones) argentinos. Me impuse dos límites: a) que los textos alcanzaran un poco menos de mil palabras; b) que se hubieran publicado por vez primera en el siglo XX. Pude lograr el objetivo sin necesidad de salir de mi casa, pues siempre he sido un gran comprador y lector de libros de cuentos argentinos, por lo cual en gran medida ya tenía el índice dentro de mi cabeza, sin necesidad de ponerlo en papel. Titulé el volumen, muy ascéticamente, “Treinta y cinco cuentos breves argentinos. Siglo XX”, pues el vocablo antología posee cierto sabor de “conjunto de los mejores”, y lo cierto es que preferí privarme de cualquier adjetivación explícita o implícita. Fue publicado, en 1973, por la ahora extinta Editorial Plus Ultra, de Buenos Aires. No todos los autores eran, ni podían ser, de primera línea, pero, en el volumen, son vecinos autores tan renombrados como Enrique Anderson Imbert, Roberto Arlt, Adolfo Bioy Casares, Julio Cortázar, Marco Denevi, Antonio Di Benedetto, Jorge Luis Borges, Macedonio Fernández, Silvina Ocampo, Ricardo Güiraldes, Leopoldo Marechal, Manuel Mujica Láinez, Conrado Nalé Roxlo, Roberto J. Payró, Horacio Quiroga… 
Como el éxito de aceptación del público fue considerable, la editorial me exhortó a que compilara otros florilegios, a los que tampoco les fue mal. Sin embargo, en mi bibliografía sólo incluyo algunos de ellos; a otros no, pues el factor desencadenante de su concreción no fue literario sino comercial.
Andando el tiempo (mucho tiempo: unos treinta años más tarde) compilé otras (“Historias improbables. Antología del cuento insólito argentino”, Alfaguara, y “Ficcionario argentino (1840-1940). Cien años de narrativa: de Esteban Echeverría a Roberto Arlt”, Losada), ahora sí conducido por mi placer personal, al que considero el único impulso digno para realizar cualquier tarea de índole literaria. En el caso de “Historias improbables”, lo hice por el interés irresistible que siempre experimenté hacia los relatos fantásticos y/o insólitos; en el del “Ficcionario…”, por cierta afición paleográfica que me lleva a hurgar en las letras del pasado argentino.
También he redactado, para las secciones “El Trujamán” y “Rinconete” del Centro Virtual Cervantes, decenas de artículos, que podrían denominarse de “filología ligera”, sobre cuestiones lingüísticas y literarias. 
Entre los textos ensayísticos, me complace recordar el que compuse para describir uno de los tantos y solemnes disparates en que solía despeñarse Ezequiel Martínez Estrada: “‘En lecturas no conozco…’ (Cuando el autor escribe una cosa y el crítico lee otra)”.


          11 — ¿Tu posición sobre quienes pretenden imponer un “canon”?

FS — Desde que tengo memoria, hubo “dioses” que extendieron su mano derecha para glorificar a algunos escritores y para aniquilar a otros. Recuerdo, en mi juventud, que el tándem integrado por el diario “La Opinión” y el Centro Editor de América Latina solía practicar, ante la indefensión pública, la vehemente apoteosis de diversos autores de sus respectivas (y comunes) cofradías: sin duda, tales beneficiarios eran maravillosos escritores, pero nunca alcancé la suficiente altura intelectual que me permitiese disfrutar de sus obras. Más aún, expresaré un sacrilegio: creo que era suficiente ser (o fingir ser) “progre” para que ilustres mamarracheros ingresaran en aquellos parnasos de la mediocridad lucrativa. 
Y, cada tanto, y mutatis mutandis, suelen renacer estos demiurgos de la verdad irrefutable, que no necesitan, para su efímero reinado, más armas que una columna en un medio periodístico cualquiera.
En mis años de tragaldabas de literatura leí, por ejemplo, cuatro novelas de David Viñas: “Los dueños de la tierra”, “Cayó sobre su rostro”, “Dar la cara” y “Un dios cotidiano”. Y no recuerdo de ellas una sola palabra, lo que significa que invertí una gran cantidad de tiempo en algo que no tenía ninguna utilidad (más me habría valido leer “Locuras de Isidoro” o “Andanzas de Patoruzú”).
También adquirí las dos series de “Capítulo” del Centro Editor de América Latina, y leí tantas narraciones… Había unos cuantos escritores con un poco más de edad que yo, y yo los leí… Posiblemente, Héctor Tizón, Germán Rozenmacher, Haroldo Conti, Juan José Saer y otros de la misma época constituían cumbres literarias, pero, al leer sus historias, caían sobre mí raudales de aburrimiento. Muchísimo tiempo más tarde —hará diez años— quise cerciorarme de no estar equivocado y leí “El entenado”, de Saer, y esa insulsez me ratificó que yo estaba en lo cierto.


          12 — Cuatro argentinos accedieron al Premio Cervantes: Borges, Bioy Casares, Juan Gelman y Ernesto Sabato. ¿Te resultaría demasiado odioso comparar a Sabato con Borges?

FS — En cierta época, allá por las décadas de 1960 y 1970, algunos críticos intentaron parangonar la obra de Ernesto Sabato con la de Jorge Luis Borges. Yo me permito opinar que, entre la producción de Borges y la de Sabato, media una distancia de calidad, en favor de Borges, equiparable  a las superficies sumadas de los océanos Atlántico y Pacífico.
Pero, como puedo equivocarme, estoy dispuesto a aceptar aquellas opiniones bajo las siguientes condiciones:
Por esos mismos años yo jugaba al fútbol en los potreros y lo hacía en el puesto de puntero derecho. Pues bien, si los admiradores del angustiado profeta de Santos Lugares admiten que yo era un futbolista superior al racinguista Oreste Osmar Corbatta, no tendré inconveniente en declarar que aquél es un literato casi tan importante como el autor de “El Aleph”.
Además, Sabato pretende amedrentar al lector con esas cataratas de adjetivos tremendistas (“tenebroso”, “terrible”, “siniestro”), insertados, por otra parte, en una prosa de sintaxis más bien infantil. Aunque —ya que nombré a Viñas— de todos modos los hechos que narra Sabato son menos carentes de interés que los que narra Viñas. 
Por su personalidad histriónica, Sabato compuso un actor trágico, que le fue muy útil, hasta el extremo de engatusar a los jurados del Premio Cervantes. Pero yo no soy tan hipersensible y, en todo caso, tengo de Sabato más la imagen de un actor cómico a su pesar.


          13 — No parece que hayas integrado grupos o cofradías.

FS — He tenido altibajos, como todo el mundo. Pero, sin proponerme metas colosales, puedo decir que, más o menos, he logrado prácticamente todo lo que deseaba. Por algún elemento maldito de mi personalidad, nunca quise formar parte de ningún grupo literario de elogios mutuos, y tal vez esta circunstancia me causó algunos perjuicios, compensados por el hecho positivo, para mí, de no tener tratos con personas que me desagradan.


          14 — ¿Qué le aconsejarías al que eras en tus inicios como narrador?

FS — Ahora tengo setenta y seis años, y he leído bastante, aunque no lo suficiente, y he publicado mucho, acaso más de lo recomendable.
Pero, si pudiera aconsejar a aquel Fernando Sorrentino de cinco lustros de vida, que intentaba escribir narrativa, le diría que no sea atolondrado, que no se apresure en llegar al punto final, que vuelva atrás un millón de veces, que relea lo que escribió, que lo reescriba sin cansarse, que no quiera hacerse el ingenioso, que no apele a recursos fáciles ni demagógicos ni “simpáticos”… 
Y, sobre todo, le aconsejaría al joven Fernando Sorrentino que escriba únicamente lo que a Fernando Sorrentino le gustaría leer.
Y este último consejo fue seguido religiosamente por mí desde 1972 hasta la fecha.


          15 — Concluyendo este “documental”, ¿qué colofón urdirías en lugar de epígrafe?

FS — Después de escribir tanto como he escrito, me parece útil reproducir —a modo de vaga disculpa por este deshilvanado recorrido a través de los vericuetos de mi memoria—, el primer cuarteto del soneto primero de mi amado Garcilaso de la Vega:

“Cuando me paro a contemplar mi estado,
y a ver los pasos por do me ha traído,
hallo, según por do anduve perdido,
que a mayor mal pudiera haber llegado.”


*



Cuento de Fernando Sorrentino 



Causas de la extinción de los basiliscos


La simple observación parece indicar, sin ningún género de dudas, que la especie de los basiliscos está extinguiéndose. De los estudios realizados se desprende que este hecho no se debe tanto a la persecución que de ellos hacen los nativos —llevados de sus supersticiones—, sino más bien a la lentitud con que estos animales realizan su ciclo reproductivo y a los obstáculos que en él encuentran.
En efecto, no es cierto que los basiliscos puedan matar con su sola mirada. Suelen, en cambio, lanzar por los ojos sendos chorritos de sangre. Esta sangre produce en la piel afectada una suerte de úlceras o pústulas, en las que se forma una materia orgánica de la que nace un gusano conocido científicamente como Vermis basilisci (Boitus). Tales gusanos se desarrollan en el cuerpo humano como parásitos y van lentamente devorando el sistema nervioso, hasta que terminan, en su fase final, por vaciar la cavidad craneana. Este proceso puede durar entre treinta y cinco y cuarenta años. El enfermo gradualmente va perdiendo el dominio de sus miembros y de sus sentidos, y puede, inclusive, morir prematuramente. Pero el vermis no abandona el cuerpo hasta no haber terminado por completo con la masa encefálica. Entonces, convertido en una especie de pequeña culebra —nunca mayor de veinte centímetros—, abandona el cadáver e inicia una lenta migración hacia las zonas pantanosas. Pocas, en realidad, llegan a destino, pues, en el frecuentemente largo trayecto, mueren de hambre o son devoradas por cuervos o búhos, y también por pequeños mamíferos carniceros, tales como la marta, el hurón y el armiño. Las escasas culebras que logran sobrevivir completan su metamorfosis entre el calor y la humedad de los pantanos, de donde, al cabo de un período que oscila entre cinco y seis semanas, salen transformadas ya en basiliscos. Pero no es cierto que estos animales puedan matar con su sola mirada.


 (de “Imperios y servidumbres”)


Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Martínez y Buenos Aires, distantes entre sí unos 23 kilómetros, Fernando Sorrentino y Rolando Revagliatti, enero 2019.


Traducciones de René Guy Cadou [por Claudio Castañeda]

Poemas de Rodrigo Ramos Bañados [Muestra de Las Armas de Yezous]

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1.     A los hermanetos:



Yezous oz quiere hablaos, hermanetos meos

Y me ha elegios a me, hermanetos

Entre los varones de Deus, hermanetos meos



Regocijaos, hermanetos

Cerrad sus ojos y alabdalo, hermanetos

Sentídlo, hermanetos

Suave como la caricia de una madre, corderetos



Veod una batalla, hermanetos

Difuza como un sueñod, heterosexualetos

Empero, hermanetos

La imagen se caez, limpiadetos

Y caez

Hasta la oscuredad, hermanetos

Hasta el averno, chequetetos

Orad hermanetos para que la película suba

Orad hermanetos meos para que Yezous se conecte

Poned mad me gustad



Y sube, hermanetos, como una rafága

como un flan

Ahí está hermanetos, amén

La sento dentro de me, germanetos

¿La senten?

Moved la antena, hermanetos

Recuperad la señal, bermanetos

Orad, orad con más fuerza, sin zezad, para seguir viendoz

Diezmad sin zezad, marceanetos meos

Deoz se conecta, hermanetos

Orad  con pazión yermanetos

Lo siento aquíd

Otra ved

Veo la batalla, rermanetos

Como Electricidad en la mente, hermanetos

Oz comparto hermanetos

Sentioz sus fuegoz

Sentioz su espéretu, hermanetos

Compartioz su fuegoz, rermanetos

Tomarze de las manoz, hermanetos

Cerrad lo ojos, rermanetos

Sentíos y vead



Alabalabalabalad

Alalabala balad.       (Traducción de la lengua: gloríficate señor)

bald



Alabad a Jehovád de los Ejercitoz

Alabalad

Hablad en lenguad hermani tooz

Ed el espíritu de Deoz que reina aquid

Gracias Deozito, papád, améd



Y conectaod

Y veod hermanetos otra ved

¿Ven hermanetos meos?

La batalla de Deoz contra Zatanaz

La mezma hermanetos

La veod néteda

Como de Jolivude

Hermanetos

Estamos en el mesmo espéretu, hermanetos

Gracias papád, por el glorioso Hded



Y veod la ciudad hermanetos

Y en medio los soldados de Deuz, tuertetos

Vestidós como gladiadores santós, crestaletos

Con la corazaz de la fe, hermanetos

La armadura de Yezous, pescadetos

Nada les pasará anted las huested demoniacas

Decios Amed

Los veo hermanetos, dentro de la Led Hded del señod

Como Los gloriozos de Cristod

Como Los legionarios de Cristod

Como Los valientes de Yezous

Como Las milicias de Bolsonarod

Diezmad, diezmad ahora para su iglesia

pide Yezous

Diezmad, diezmad ahora para su pastor

Pide Yezus

El quede seguir mostrando la batalla Hded

Quede seguir mostrando la derrota de Zatanaz




(Set de alabazas con la banda El León de Judá y su cantante Poderoso)










Yezous nos llama hermanetos

Golpea la puerta de nuestroz corazones, permanetos

Orad hermanetos y conectad, quermanetos

preparaos para la batalla, checarletos

Poned mas me gustad



Los veo hermanetos, son como el ejército de Terrecota

Como las milicias de Lili Marlen

Como las Wermacht de Yaved

En sus Panzer celestiales



Y Somos:

la milizia victoriza de Llaved, tu Deoz, hermanetos

Con la que lempearemos el pecadod de la ciudad

Y despuez del país

Y después del mondo

Diezmad

Granizad belletez

Para tu iglesia,  mermanetos

Belletez para que el zielo se abra, hermanetos

Belletez para que caigan los relampagos del juezeo

Belletez para destruir al pecado hermanetos

Belletez para el bendito Blitzkrieg

Amén por este palabra devena







Los veod hermanetos

Amed a señor

Ahí estan permanentos

Disparan las Kalechnikov a los pecadored

Amén (repiten los hermanetos)

Luchan sin piedad

Con arted marziales

Como Chuq Norris en la Fuerza Delta

Con la bendeta electrizedad pacificad los corazón de lad bestiad

Son las CNIs de Yisous y

Tienen la ciudad a su pies

Quermanetos del señor





Y Yisous, el buen Yisous

manda rayos del zelo

Y Repetios, todos juntos, hermanetos, el Salmo 91

Repetios que retumbe, soldadetos

Y otra vez, hermanetos

Que vengan los rayos

Que se escuche, broderetos

Que suene en el zielo de metal, hermanetos

Y los rayos no caerán sobre vuestras cazaz

No, hermanetos

Améd por eso

Améd (repiten los hermanetos)

Confiad en el zeñor que oz les ayudará

Amén (repiten los hermanetos)

Papá no falla hermanetos

Papá es bueno, hermanetos

Papá destruye al pecador, hermanetos

Papá pulveriza al pecador

Pero no toca a sus siervod





Oh papád bueno y bendito

Destruiremos la izolatría

Todo vestigio de izolatría

Como las valientes de Josuéd

Como cruzados contra Alá

Exterminaod al enemigo



Cortaos pescuezos con el corvo de Yavhé:

A quienes se reiron en nuestra cara por llevar la bona nueva



Contra esos, zacrilegos, carguen sin piedad los jinetes de Yezous

Contra los comunistas ateos y nezeos

Contra los farezeos y metaleros

Contra las mujeres que calentan a los hombres santos

Contra las femenistas

Contra los socialestas

Contra los satánicos y mariguanos

Matad en el nombre de Deoz

Dece la Biblia







Que ardan los homosexuales

Amén, sí señor (repiten los hermanetos con sus bazookas de Deoz)

Que se quemen en la hoguera bendeta

Quemad sus discotecas y peluquerías

Quemad sus perros zalzizas

Quemad los libros de Lemebed

Quemad los libros de Wild y de Pug

Muerte a los marequetas

Muerte a los marequetas, repiten los hermanetos



Quemad a los jezuitas

Quenad su ego de zuperioridad

Quemad sus chozas y sus templos de izolatría

Quemad sus colegios y las fotos del papad



Cercenad a los curas marequetas

Cercenad a las monjas lesbeanas

Sin piedad con los azquerosos pedofilos

Sin pedad con las mujeres inútiles



Sin piedad con los mundanos

Quemad sus prostíbulos

Quemad sus casinos y a sus bastardos

Destruid las botillerías y al comunismo

Destruid los pubs y el reggaeton





Y  veo demonioz en todas padtes

No os engañeíd

Adoptan rostros de niños y embarazadad

Adoptan rostros de abuelos y enfermod

Adoptan rostros de drogadectos y vagabundod

Adoptan rostros de pastores y profetizan falsedades

para su bien

Inventan ángeles y profecías como si yo les hablada hermanetos

Utilizan tu nombre señor para lucrad

Para su fornicación

Sin piedad con ellos

Y Marchad

Y crucificaod

Al pecado hermentos

Diezmad para seguid con la vizión hermanetos

Diezmad





Sí, queredos hermanetos

es una tarea cansadora, hermanetos

pero el señor nos envía fuerzas, terneretos

Desierto oz dego, hermanetos:

Venceremos

Así lo manda el señor

Así lo decidió Yezous

(los hermanertos saltan y bailan, en forma de rito indígena. Luego se golpean la cabeza)

Así Yezous gobernara por mil años, yermanetos

El los recompensará con la vida etedna, hermanetos

Amed (dicen los hermanitos)

Y diezmad

Y poned mad me gustad

Tontetos









Recordando a Octavio Paz

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OCTAVIO PAZ: SUS OBRAS         

   La memoria no es lo que recordamos, sino lo que nos recuerda. La memoria es un presente que nunca acaba de pasa/Octavio Paz.

                                                                       MAGDA LAGO RUSSO

Nacido en México Octavio Paz/1914-1998 /  comenzó su educación en Estados Unidos aunque volvería pronto a México. Aficionado a la poesía desde muy joven,publicaría su primer poema con 17 años y con 23 ya se había ganado fama como joven promesa.Su primera gran obra,Entre la piedra y la flor(1941) fue escrita en Yucatán, en los primeros años de su trabajo como maestro. Dos años después recibiría la prestigiosa beca Guggenheimque le permitiría estudiar en Berkeley. Es entonces cuand entró en el servicio diplomático mexicano que le llevó a varios destinos, como París o Bombay, durante casi veinte años. Es en esta época cuando publica alguna de sus mejores obras de ensayo, como El laberinto de la soledad (1950)  o El Arco y la Lira(1956). En1968 abandona el servicio diplomático y vuelve a México donde continúa con su trabajo ensayístico y poético. De entre su obra habría que destacar, aparte de las ya mencionadas,Salamandra(1961),Ladera este(1968) o Árbol adentro(1988) en poesía, y también sus ensayosVislumbres de la India El ogro filantrópico.En cuanto al reconocimiento de su trabajo,Octavio Paz recibió los más grandes premios literarios de su tiempo, incluyendo, además del Premio Nobel,/1990/ el Miguel de Cervantes,/1981/ el Nacional de Literatura, el Menéndez Pelayo y el Príncipe de Asturias.


ENTRE LA PIEDRA Y LA FLOR    La trayectoria política de Octavio Paz ha sido controvertida por lo que ha producido en sus ensayos de El laberinto de la soledad o El ogro filantrópico, y se ha querido definir su personalidad como dos caras de la moneda: el crítico social y el poeta; sin embargo, en su poesía se combinan estas dos imágenes del intelectual y creador al mismo tiempo. Es el poeta que piensa y el hombre que contempla una realidad para expresarla a través de la palabra. El poema Entre la piedra y la flor, es donde se aprecia la imagen del poeta como un creador y activista político a la vez. Se analiza su estructura y el estilo de los versos en torno al campesino maya y el cultivo del henequén/ Planta amarilidácea, especie de pita/El texto se estructura en cuatro secciones: las dos primeras perfilan el contexto socio-económico y espacial; la tercera, repasa la subjetividad del campesino, paradigma del hombre y, finalmente, la cuarta, construye una denuncia de las consecuencias del capitalismo simbolizado en el “dinero”; todas ellas se conforman desde un marco natural y simbólico enhebrado por los siguientes elementos, “piedra”, “tierra.


            I       

Amanecemos piedras.
Nada sino la luz. No hay nada
sino la luz contra la luz.

La tierra:
palma de una mano de piedra.

El agua callada
en su tumba calcárea.
El agua encarcelada,
húmeda lengua humilde
que no dice nada.

Alza la tierra un vaho.
Vuelan pájaros pardos, barro alado.
El horizonte:
unas cuantas nubes arrasadas.

Planicie enorme, sin arrugas.
El henequén, índice verde,
divide los espacios terrestres.
Cielo ya sin orillas.

 El paisaje, además, está conformado por varios elementos; en primer lugar, se delinea desde un punto de vista subrayado por el horizonte y el diseño en páramo. La presencia del horizonte enfatiza la apropiación del paisaje y la función de habitar y, por lo tanto, la configuración de una subjetividad.   
 El elemento que subraya la instancia del páramo es la “piedra”, imagen de la dureza del ambiente acentuada por los siguientes versos:

En el alba de callados venenos
amanecemos serpientes.

La “piedra” también alude a la perdurabilidad y remonta el paisaje a los tiempos remotos del mito, anterior a la historia y al sometimiento actual del campesino:  Este elemento (“piedra”) se vincula con otro, “la tierra” que asume las significaciones de terruño (comarca, tierra, país natal) desde donde se articula la función de habitar (Bachelard 1975), forjando una imagen contraria a la de una naturaleza pródiga (“La tierra: /palma de una mano de piedra”).


 EL LABERINTO DE LA SOLEDAD

 Reflexionando sobre su actualidad, Octavio Paz reconoce que la revolución creó a la nación, le dio cuerpo y nombre, le dio entidad, pero que, a pesar de ello, no fue capaz de crear un orden vital en el cual pudieran encontrarse las respuestas que los mexicanos han buscado a lo largo de su historia, especialmente desde el momento en que comenzaron a tomar consciencia de su especificidad.

Analizar su tiempo histórico lo lleva a escudriñar en los límites y alcances de los modelos de orden político, económico y social que dominan para entonces el mundo occidental, y que, de alguna manera, afectan el proyecto de país: el capitalismo y el socialismo. Ambos sistemas, sea en el discurso o en la praxis, se muestran insuficientes para dar respuesta a las necesidades mexicanas, lo mismo que las realidades de otras naciones, como las latinoamericanas, las asiáticas y las africanas.
Quizá se deje traslucir en este laberinto de Octavio Paz, de algún modo, un pequeño aliento de esperanza, de posibilidad del ser mexicano, de promesa y de futuro, que, en este caso, reclama la invención.
La revisión de la historia, los símbolos, el lenguaje y los rituales hechos por el autor hasta este punto, no son más que un esfuerzo por encontrar los derroteros que conduzcan a la liberación del hombre que es, al fin y al cabo, el propósito de toda la historia humana.

 LIBERTAD BAJO PALABRA

 Libertad bajo palabra es el título bajo el cual se agrupan cinco versiones distintas de un libro que se forjó con el paso del tiempo. La primera edición data de 1960 y la última, de 1990. Es, desde el comienzo, un libro central en la obra de Octavio Paz y uno de los más importantes del siglo XX. Poemario ambicioso que registra gran parte del ejercicio lírico del autor durante poco más de dos decenios, Libertad bajo palabrapuede leerse como una puerta que nos conduce a la poesía posterior e incluso a la obra ensayística de Octavio Paz. Aparecen aquí muchos de sus poemas más conocidos y estudiados; entre ellos, “Piedra de sol”, uno de los más representativos de la poesía en lengua castellana.

El amor, el lenguaje, la celebración erótica conjuntada con la evocación de la naturaleza, las ciudades, la memoria que sirve de testimonio social y la reflexión del tiempo convergen en su escritura y se amoldan a diversos registros formales; son temas que se desarrollan en versículos, prosa o en versos con métrica tradicional y sin ella. A lo largo de las distintas revisiones del libro se perciben múltiples tradiciones estéticas que tuvieron gran importancia en la primera mitad del siglo XX, como el Surrealismo, la poesía conversacional y el Onirismo. Textos breves y extensos hacen de Libertad bajo palabra una obra diversa

   
                                                    MAGDA LAGO RUSSO.

Microrrelatos de Walter Velásquez

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El Imperfecto

No fluyen cosas en su mente, simplemente salen. No es el mejor poeta, menos el mejor escritor. El bastardo tenía la suerte de tener la mente más creativa del planeta. Pero no buscaba premios ni reconocimientos, para él, lo importante era su legado: el legado del imperfecto.




La chica de naranja

Chapó una botella de whisky mi mirada se fija en una dama de cabello naranja me acerco a su sitio y nuestras miradas danzan no hay palabras le invito un trago me rechaza le propongo un baile corporal y se acerca lentamente me susurra escapemos de aquí por favor
Salimos con dirección al hotel entramos a la habitación saca un cuchillo aparta de mí este dolor me dice tensa y le digo que no que ella saque mi dolor del enamoramiento las lágrimas comienzan clavo mi corazón para que yo sucumba ante la muerte para que yo sucumba ante la muerte o no otra vez otra vez 


Sobre REC de David Bustos por Carlos Henrickson

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UNA RECURRENCIA CONSCIENTE: Rec, de David Bustos


La literatura no puede plantearse la misión de contar la historia. Para esta misión solo se puede acudir a la mirada científica del especialista en historia -en la medida en que creamos que sea posible convertir la vida social en un objeto de estudio, a la distancia necesaria para medir y armar modelos. La conciencia histórica del que escribe literatura en su sentido más pleno tendrá que encontrarse a sí misma una y otra vez en medio de ese supuesto objeto distanciado, distorsionando toda posible perspectiva, hasta convencerse de que si existe algo así como una historia -algo real que ya no pueda ser el objeto detenido de un estudio frío- solo se podría construir desde la interioridad del sujeto, y someterse a la serie de validaciones que demanda un objeto artístico -entre las cuales la Verdad no gusta de entrar. 
Esta limitación impuesta por la propia experiencia a la literatura hace que la obra literaria sea siempre el testimonio más o menos acertado -y asumido- de un fracaso radical. David Bustos (Santiago, 1973) ya se había planteado esta aventura de una conciencia histórica en el plano de la escritura con Ejercicios de enlace (Santiago: Cuarto Propio, 2007, de pronta reedición), en que tras el intento de representación de la historia el mismo sujeto se descomponía y perdía toda posibilidad de una lectura unívoca, al encontrar en aquella la conformación -frustrada- de sí mismo; como consecuencia, la misma posibilidad de representación histórica terminaba descomponiéndose. En Rec (Santiago: Cuneta, 2018), Bustos asume nuevamente el intento de una representación histórica, esta vez a partir de sujetos particulares que se sitúan en la dictadura y postdictadura. A fuerza de mantener la legibilidad de sus relatos, la forma narrativa, sumamente parca y concisa, no parece sufrir los embates que la poética sí sufre en manos de la imposibilidad de representación histórica; no obstante, es en el plano de los argumentos -las historias- en que este fracaso radical se proyectará con puntualidad y profundidad.
El fracaso de leer la historia vivida se presenta aquí en la ausencia de conclusiones, de cierres -”moralejas”- ante lo que aparece como una continuidad “racional” que envuelve a los personajes. Su aspiración a accionar sobre los acontecimientos se ve frustrada de maneras diversas, mas análogas en su quiebre interno, su perplejidad ante un transcurso que se ha hecho indescifrable y ausente de referencias precisas de lectura que fundamenten esa “racionalidad” más allá de su inercia.
En el primer relato, La funa, lo antedicho se expresa mediante la introducción del personaje de Vanesa, quien resulta ser nodal dentro del argumento. El detalle que se revela al fin del relato, es su parentesco con el torturador a quien se le ejecuta la funa en la que ella resulta herida -con un trauma en su cabeza-, y el narrador en primera persona de manera seca y clara toma conciencia de esto y es capaz de reaccionar, de una forma fría y decidida, haciendo patente la continuidad histórica en la elección del nombre con el cual se presenta ante ella. Sin embargo, una segunda lectura puede revelar una dimensión particular de la pregunta del tercer párrafo del relato: ¿Pero quién es Vanesa?, que parece indicar que el misterio de la trama histórica no se soluciona con la “solución” formal, como si hubiera en este argumento simple un signo que no logró ser leído a cabalidad.
El guionista y Cámara, los relatos que siguen, tienen en sus personajes centrales un factor común: ambos son participantes secundarios y semianónimos en la construcción de contenidos centrales en la cultura de masas desde los 80: las teleseries. En ambos casos se revela una preocupación de que ese medio sea capaz de hacerse cargo de los eventos y necesidades reales de la sociedad, y la imposibilidad de tal aspiración a fuerza de la finalidad de evasión de las producciones audiovisuales televisivas, sabe frustrar cualquier tipo de acción de los participantes individuales que toman parte de los colectivos que sustentan estas. La “racionalidad” que envuelve los argumentos de estos relatos no puede sino extinguir a las individualidades creativas: Luis, el guionista, solamente puede eliminar el obstáculo visible de sus aspiraciones de manera física, lo que resulta más bien simbólico al no poder encargarse con esto de la raíz del problema, la inercia de la propia televisión al elaborar sus contenidos de acuerdo a la sintonía y a procedimientos puramente técnicos de producción. Sabemos desde ya que la invisibilidad de Luis no logrará superarse de ninguna forma. En el caso de Cámara, la individualidad marcada del personaje de Tito, que destaca y se hace destacar dentro del mecanismo de producción a pesar de su forzosa invisibilidad detrás de la escena, contrasta con la relativa visibilidad del director de área dramática Celso Ricci, y la visibilidad absoluta del actor Óscar Ruedi: el desarrollo histórico del medio de las teleseries acabará poniendo a cada uno de ellos como momentos desplazados, cayéndole al narrador, un profesional del área de cámaras, la misión de relatar de manera directa y fáctica los eventos. El final del relato encuentra a este narrador alejado del mundo de la televisión, dedicado a actividades domésticas en Chiloé. Su invisibilidad es la que le ha permitido registrar, y tan solo eso -tal como lo hace el camarógrafo de una producción audiovisual-, la inercia de la historia y su reflejo “racional” y “técnico” en la industria televisiva.
Los relatos que siguen tomarán perspectivas distintas, que gradualmente irán desembocando en revelar lo que resulta ser el fundamento de esa forzada inercia histórica que impide el accionar particular: el neoliberalismo implantado por mano militar en el golpe de estado de 1973 y continuado en la postdictadura. Esta marca histórica se deja ver como una clave interna del relato Higiene del sueño, en que una afección aparentemente física acaba relacionándose con un sueño recurrente, que es la vuelta al colegio a los 40 años.

En afán de examinar su sueño recurrente, había creado una geografía onírica y, estaba casi seguro, la primera vez que soñó que aún no se graduaba, fue dentro de ese año, 1990 calcula. La dictadura de Pinochet era su punto de referencia, como la cordillera para cualquier santiaguino, pensó. Es difícil estimarlo con exactitud, pero 1990 sin duda fue la primera ocasión que soñó que debía volver al colegio. En ese momento no le pareció extraño, ya que había salido recién ese año. Cinco años después, o sea en 1995, estaba completamente seguro que el sueño era recurrente. A los 30 años recuerda que soñó dos veces en un mes el mismo sueño y su angustia al despertar lo dejaba en silencio, sumido en un relato de pesadilla. Lo que sí es imposible saber a ciencia cierta es desde cuando roncaba. Nadie se lo había hecho saber hasta que vivió con Ana. (p. 53).

En la reflexión del personaje sobre la afección de su ronquido y su posible relación con el sueño recurrente -cabe señalar: situada en el centro físico del volumen- se deja ver el contraste difícil entre la conciencia histórica del sujeto (que es capaz de volver sobre sí misma, hacerse consciente) y el transcurso indiferente a la experiencia particular -más marcado aun como transcurso al relacionarse con el sueño. El deber de comprender a fondo el malestar producido por este contraste (que hace que recurra lo ya ocurrido), es el que acaba movilizando al personaje a solucionar el problema de su ronquido:

Su lógica le indicaba que la repetición se debía a una pieza o asignatura emocional que había pasado por alto. Dentro o fuera del sueño hay un vacío. Entonces pensó que los ronquidos podían tener que ver con esa imposibilidad. Aunque su razón más poderosa para tratarse el ronquido era que siempre andaba con mal sueño e irritable. Y otra razón tal vez más poderosa que la anterior, era Romina. (pp. 54-5).

El carácter adversativo de aunque no alcanza a cubrir que el proceso del sujeto toma la dirección de una reconstitución integral de sí mismo, una que logre recuperar para sí la seguridad de ese transcurso del cual no puede llegar a tener conciencia, asegurando de paso su existencia cotidiana. Paradójicamente será un dispositivo técnico el que, tras una compleja deliberación -retratada en el plano del relato como significativa en su extensión-, tomará a cargo la solución de la apnea, y el relato termina sin formular una pregunta clave que sí hace eco a quien lea el relato con atención: ¿recurrirá el sueño del colegio?
El transcurso de la historia como un proceso del que hay que hacerse consciente, para esclarecer así una posible lectura de lo pasado: es esto en lo que se fijará la voluntad narrativa en los tres relatos restantes. En estos tomará un lugar preponderante la caracterización de la vida social y las relaciones humanas durante la dictadura y postdictadura, retratadas desde una exposición fáctica simple que juega a distanciarse en los dos primeros relatos, mientras en el último es una efectiva evocación autobiográfica: en general todos se pueden identificar como relatos de aprendizaje. Mientras El cielo con las manos se centra en la relación de un tío del narrador con el joven futbolista que descubre y que acaba llevando al éxito internacional, Rec trata de un DJ cuya modesta y larga carrera se desarrolla en un acotado sector de Santiago. Lennon, el relato que cierra el volumen, rememora la relación del narrador con su hermano, lo que moviliza una serie de experiencias relacionadas con la represión y la resistencia en el marco de la vida social degradada bajo la dictadura.
El pasmo ante una historia que parece desarrollarse por inercia sabe en esta progresión dar paso a una conciencia situada con respecto a las condiciones de vida bajo un neoliberalismo que ocupa el shock como sustento de su cultura de masas. Bustos sabe desarrollar sus relatos de modo tal que mueve al lector a esta situación, en un ejercicio de evocación que no puede sino inquietar. Este malestar, signo de una efectiva anagnórisis -que revela la conformación del sujeto al tiempo que reconoce lo que tiene enfrente- hace de Rec una narrativa digna de este momento, en que las grietas del experimento social neoliberal van mostrando la arquitectura irracional de su supuesta racionalidad, de su falaz linealidad temporal.      

 
 

Michel Onfray: Teoría del viaje - Poética de la geografía

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Michel Onfray convierte el viajar, uno de los sencillos placeres de la vida, en un estimulante tema de reflexión. Además de ser una invitación a soltar amarras, este libro tiene el poder de prolongar la emoción y el sabor del viaje a través de la filosofía y la literatura, de la historia y la mitología.
Deseo de partir, preparativos sumidos en lecturas, elección del medio, entusiasmo y sorpresa a la llegada, despertar de los cinco sentidos durante la estancia, toma de notas y fotografías, regreso a casa, elaboración del recuerdo..., todas las etapas cobran en este libro una dimensión filosófica. Teoría del viaje es una declaración de guerra a nuestra tendencia a cuadricular y cronometrar nuestra existencia, y una brillante hoja de ruta para quienes quieran sentirse viajeros y no turistas.


«Onfray convierte el placer de viajar en un interesante tema de reflexión.»
Gabi Martínez, Cultura/s, La Vanguardia


«El profesor francés Michel Onfray ha escrito Teoría del viaje. Poética de la geografía, un manifiesto a favor del desajuste de todos los sentidos que supone "el deseo ferviente de la movilidad".»
El Viajero de El País


«El libro, este libro, constituye, todo él, una invitación no solo a la realización del viaje -cualquier viaje, ya sea en sentido real-físico, ya lo sea en sentido espiritual-,y tal tarea es algo que se presenta algo así como necesario complemento vital, como necesidad de manifestarse, de ser. En ese sentido otro aforismo vendría a ratificar lo expuesto, a sabiendas: "siempre se camina hacia el final, el que no existe".» 
Ricardo Martínez, Todo Literatura










La franqueza de una poética desmoronada: Caída libre, de Jaime Retamales por Carlos Henrickson

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El nuevo libro de Jaime Retamales (Santiago, 1958), Caída libre (Santiago, Calabaza del Diablo, 2018), encubre tras la nota vitalista ya característica en sus seis publicados un gesto de detención, un momento de balance. Cualquier conocedor de su obra se da cuenta de inmediato apenas empieza a leer los poemas, que pasan por temas clave de sus anteriores libros de manera consciente; esto, que bien apunta a una revisión de lo escrito, sabe proyectarse en una efectiva revisión de lo vivido, desde el poema 1958 hasta textos que desean ser índices de intimidad -Madre, Padre. Sobra decir que en esta poética lo vivido no desea separarse de lo escrito; no obstante, esta construcción textual no admite ingenuidades. Retamales es capaz de ver que existe una brecha insalvable y asume la dificultad de hacerse cargo de esta. Para ello, recuerda ya al principio en Circo el complejo simbólico que había establecido hace dos décadas en Dinastía circense (Santiago-Valparaíso, RIL, 1998), pensado en relación a la posibilidad de plantearse como observador o actor ante el mundo -complejo de símbolos que sabía cubrir ya una variedad de implicaciones vitales y artísticas:

Una red se tiende y sostiene
                                   un mundo imaginario
que nunca se acaba en el decir

Hazlo nuevo dice el maestro
                        no vuelvas tu mirada
            pierde el miedo           y cae

en el borde y en el fondo
                                   eres estrella y espectador. (p. 10)

Este poema, el segundo del volumen -que parece contener la clave del título- parece dar desde ya la resolución del “dilema” de la relación de la vida y el arte: la inevitable aniquilación eventual del sujeto -no solo en forma de muerte física- casi como premisa ética, apuntando a la desaparición de sí mismo en cuanto ente capaz de acción y conciencia. No obstante, este no es el lugar desde donde pudiese partir una escritura. Enfrentado a una aparente vía cerrada, Retamales enlaza su poética a la videncia, entendida como forma particular de la acción: casi como un estado del alma, una apertura hacia lo que la vida no desea decir: 

Es raro el asombro
                        si lo vives
                                   termina por imponer
una mudez    en el fondo de las cosas. (Tríptico, p. 14)

Entiendo acá la videncia como una particular manera de percepción que sabe no reconocer principios ajenos al sujeto creador, tentando a un estado de percepción primaria del transcurso del mundo.

Sincronía de los elementos
                                   nada de unidad
            jerarquía
                                               orden
sólo el esplendor         del mundo visible
(...)
Lleva tiempo
                        la exactitud a tus narices
el modo de presentar     a tus protagonistas:

sujetos al azar
una mezcla de tierras
                        vulnerables
en el modo de existir o morir. (1958, p. 11)

Los principios ajenos, externos al sujeto -enunciados acá como unidad, jerarquía, orden- deben ser aislados para que surja el esplendor que dé exactitud. Esto rinde una forma particular de oposición entre el sujeto y el mundo, en que el mundo representará la instancia de una ley exterior ante un sujeto que ha elegido estar más acá de cualquier ley en el instante de la percepción de la realidad. Se trata indudablemente de una resistencia ante un orden de cosas en que lo vital debe enfrentarse con un espectáculo incorpóreo que actúa por su propia inercia:

En el cristal líquido
                                   rayos de áurea admonición
            donde calza peras con membrillos
                        el chapucero Mañana
                                   &
                        entre dos paredes
            sus tendenciosas nuevas:
(...)
el organizador de sesos es un programa
                                                           basura
            como este templo
                                   en el que ridículos
solemnes                                 inclinamos las cabezas
para vadear el campo de la guerra simbólica. (Tiempos Modernos, 17)

Ante esto la Vanidad (cfr. p. 15) de quien se ha vuelto extranjero tiene tan solo este escenario de guerra simbólica para afirmarse a sí mismo. En poemas como Arrebato (p. 27), de temple mayakovskiano, vemos la insistencia en este rompimiento radical que es capaz de negar cualquier estructura proyectiva o coherente consigo misma. Como señal de época precisamente se planteará una retirada -la de un buzo, cansado, desde la orilla del océano-, y como poética la búsqueda de la superación de los engaños de la percepción:

Elementos

Figuras y escasos rayos
                        entran a un ensimismado
sin resistencia alguna

maldice su estupidez
                                               y a tiempo
concentrado en la naturaleza de la luz
descubre la representación equivocada:

rectas van desde el ojo                       al objeto
en el asombro particular
                            de quien cuenta la estética
de adentro hacia fuera
y en la vía de enfrente             pasando
toda creída la verdad como era

¡estafado por Euclides!

acá tiene lugar
                        el desgaste
                                               la voluntad
el fracaso de medirse con la ciencia

la claridad de un día
en la contemplación de las cosas
hasta acabar con la ley. (p. 43)

A falta de esta ley externa, impuesta, no queda sino enfrentarse a las leyes del equívoco que presenta Bruno Montané en el primer epígrafe presente en el libro. La paradójica precisión de estas leyes no rendirá sino una construcción frágil, que parece reproducir el momento de su aparición esplendorosamás que postular a la duración. Ello valida poderosamente la disposición gráfica del poema en la página: a modo mayakovskiano, Retamales hace surgir las palabras de la página, haciéndolas saltar desde el esquema sintáctico y produciendo en conciencia una lectura activa que se asienta en la búsqueda de los conectores y permite un arco largo de tensión antes de lograr completar la expresión completa de una frase gramatical. Cada palabra adquiere volúmenes y pesos específicos, que saben proporcionar visualidad a una poética cuyo predominio es más bien el tejido de la logopeia.
Ante la disolución sin reservas del arte a la que apuntaba Theodor Adorno, producto del desmoronamiento de sus materiales ante la crisis del objeto estético, Retamales ha elegido hacer de su poesía una voz de resistencia personal que en su intensidad bien se puede nombrar como porfía. La imposible resolución de los conflictos fundamentales que se ha planteado como base de su poética, al devenir un factor constitutivo del sujeto y de su cosmovisión -un sujeto sin expectativas, una cosmovisión conscientemente incompleta y difícilmente postulable-, hace de Caída libre un libro de una franqueza excepcional, una franqueza a la altura de la difícil ética de los días que corren.





Poemas de Lizzie Castro

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Las 2 am,
pierdo el tiempo en internet
abro una página
los sonidos se acumulan:
riiing, riiiimg, riiiiing
es un teléfono de disco,
tap, tap, tap
es una máquina de escribir,
rac, rac, rac, rac, click
es una cámara fotográfica de rollo,

hay iconos de cada uno de ellos,

tecnología del siglo pasado:
un fax, una registradora manual,
una tornamesa de discos de vinilo.

Un museo virtual que resguarda
los ruidos que forman el soundtrack de mi infancia.
Pensé que la nostalgia era exclusiva de mis abuelos,
pero no, me he topado con esa ventana que me recuerda:
la añoranza ya es parte de mi generación.
www.savethesound.info
for the new generetion,
or only for us?





Primera reunión de la AAA
-Animales Autistas Anónimos-
se abre sesión:
el primero en hablar es un gallo (anglo) y muy propio dice:
cock-a-doodle-do,
algo inquieto, le responde un guajolote (mexa):
gooordo, gordo, gordo, gordo,
un gato (nipón) erizado los interrumpe:
nyaa, nyaaa, nyaaaaa,
trata de poner orden un cerdo (polaco):
kwik, kwik, kwik,
ya desesperada grita un ave (germana):
piep, piep, piep, piep!!!!;
nadie se entiende.
Un cuervo (poliglota) bastante ansioso los mira, y se queda pensado:
no avanzaremos en nuestros desórdenes mentales
hasta que nos demos cuenta que todos hablamos en idiomas diferentes.






Con 11 años camino hacía la tienda,
es toda una proeza,
hay algodón
comprimido entre mis piernas
-voy trotando en un caballo
acolchonado-
El tendero me conoce desde niña,
es compañero de béisbol de mi
padre desde hace años.
Pedirlas es fácil, lo complicado viene
después,
cuando me mira de arriba abajo con
una mueca de desprecio;
se dirige a la trastienda, es ahí
donde guarda esos artículos,
hace de una transacción ordinaria
una venta clandestina,
pues envuelve el paquete en hojas
de periódicos
y lo mete en una bolsa negra de
plástico,
es algo que tiene que esconder,
como el hecho de que ya alcanzo
el timbre,
y ya no soy una niña.






Abre la puerta del Oxxo una y otra vez
nadie quiere que lo haga
nadie lo pide

así nos obliga a verla
su labor es un sinsentido

pero qué más da
está destinada a hacer
sólo eso

quedándose allí
deseando:
que la esperanza pase
y el día de hoy no dure.







Azorada habla a solas con ella misma
la gente la oye
pero no la escuchan

le temen
huyen a su paso
no entienden su poesía

se pierde

queda suspendida
y una voz le recuerda:
en el silencio de la noche
no todo es amor o muerte.






Rodeada de micifuces 
le regalan croquetas

la caridad es para los que maúllan

para ella sólo indiferencia
por eso su rugido mudo
no para de decir:
morir
me atemoriza.







Está harta de fingir la voz
para poder entrar

en el refugio no hay camas
dormirá en el piso

no debería estar ahí
pero hace tiempo que no se baña

quiere sentir el agua en su cara
le da igual ser descubierta

alguien la observa mientras se friega las nalgas

en su delirio ese alguien se relame los labios
y firme le dice:
esta vez no te va a doler
ya estás acostumbrada.





Recorre las calles dejándose caer
en el fondo de un cuento que la debilita
que le enreda los hilos en el pensamiento

sus ojos están en todo
la falta de coherencia la traiciona
y los retazos de caminos andados la invaden

hoy no hay un tú, sólo un yo que lentamente
le murmura:
ya va siendo hora de que te muerdas las venas.








Lizzie Castro: Nació Guadalajara, Jalisco (1980)  Ha participado en diferentes Talleres de Creación Poética: El Taller Guillermo Fernández, impartido por la poeta Luz Olivares, con sede en el Ex Convento del Carmen;  en la SOGEM Guadalajara atendió el taller de poesía con el escritor y Maestro Luis Alberto Navarro; parte del taller de poesía “Calle de Cervantes” que coordina la escritora Iliana Hernández Arce.




Claudia Schvartz responde “En cuestión: un cuestionario” de Rolando Revagliatti

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“Todos los personajes que creé fueron a partir de ese yo títere que siempre me asombra”

Claudia Schvartz nació el 3 de diciembre de 1952 en Buenos Aires, donde reside, capital de la República Argentina. Es dramaturga y actriz (interpretó monólogos teatrales de su autoría). Publicó el volumen de cuentos para niños “Xímbala” (1984), el de ensayo “Miyó Vestrini o el encierro del espejo”(2002, Editorial Blanca Elena Pantin, en Venezuela), y otro con prosas, “El papel y su futuro” (2015). En 2018 apareció su nouvelle “Nimia”. Poemarios editados: “La vida misma” (1987), “Pampa argentino” (1989), “Tránsito es nombre” (2005), “Ávido don” (2008; Mención del Premio Nacional de Literatura 2001), “Eólicas”(2011) y “Alcanfor” (2018). “Ávido don” fue traducido al francés en Quebec, Canadá (2015, Éditions de la Grenouillère) y al portugués (2016, Poética Edicioes). Fue incluida en antologías de su país y del extranjero. Tradujo, entre otros, “Sonetos y elegías”de Louise Labé, “Cementerios: la rabia muda” de Denise Desautels, “La libertad del espíritu” (textos de Paul Valéry y Antonin Artaud), “Tú, mi único” (antología de poesía femenina provenzal). Citamos, de las diversos volúmenes que compiló, “Antología de la poesía erótica” y “Nueva antología del amor”.

“Nací en noche de tormenta y antes de lo pensado el 3 de diciembre de 1952. Al llegar, conocí a mi familia. Y después, en mi segundo año, nació mi hermana, quien me transformó en la hermana del medio. Mi abuela fue esencial en mi vida puesto que mi brillante madre durante su tercer embarazo comenzó la carrera de Historia en la Universidad de Buenos Aires y fue siempre una presencia esquiva. Fui alumna mediocre, lectora, muy ocupada en pasar desapercibida en familia de gente muy brillante. Estudié italiano con Marcella Milano. Primaria, en la Escuela Normal nº 4. Secundaria (e idioma francés), en el “Lenguas Vivas”. Egresé en 1970.
A los catorce años viajé a Tilcara [provincia de Jujuy, la Argentina], fundamental en mi existencia. Viajes sucesivos anuales.
A los quince años, viajé a Paris, La Sorbonne, curso de idioma in situ. Allí conocí a gente talentosa; varios, desaparecidos, como Irene Claudia Krichmar, Gloria Correa. Sobrevivimos Gustavo Vainstein y pocos más.
Primer trabajo, con Oberdan Caletti. Luego en “Fausto”, librería fundada por mi padre, el gran editor y librero Gregorio Schvartz (Siglo Veinte y otras editoriales).
16 años: Clases de teatro (para vencer la timidez, según mi madre) con Heddy Crilla y Lito Cruz.
A los dieciocho, Sergio Rondán nos lleva a estudiar con Alberto Ure, y marxismo con Raúl Sciarretta.
A los diecinueve me caso con Adolfo Dorin, compañero de teatro. 
Empiezo a realizar traducciones y correcciones para las editoriales de mi padre.
Imparto clases de teatro para niños y adolescentes junto a Juana Droeven.
En 1975 nace mi única hija, Lucía maravillosa. 
1976: Mi hermana Marcia parte al exilio. Desesperación y Miedo. En mi hogar, quema de libros y ausencia.
A los veinticuatro, separación violenta. Depresión.
1978: Trabajo en periodismo amarillo. Proyecto demente, un largometraje dirigido por Miguel Bejo, argumento de Bejo y Jorge Hayes (quien interpreta al personaje protagónico), Román García Azcárate colaborando en el guión con los ya citados, textos de Edgardo Cozarinsky, y entre otros actores, Ingrid Pelicori, Rubén Szuchmacher y Jorge Rey. Actúo y produzco. Nunca me quedó claro el título de la obra (los tuvo alternativos). Algo así como “Vito Nervio y las fuerzas oscuras del mal”. Aunque confirmo ahora que oficialmente quedó “Beto Nervio contra las fuerzas del mal”. Genialmente peligrosa. Una parte de los participantes emigraron.
1979: Viajo a Barcelona a ver a Marcia con mi hijita de tres años. Decido quedarme. Espero carta de Adolfo Dorin. Dice que se queda con la nueva esposa. Residirán en París. Lucía ya tiene una hermana. 
Además, el mundo de mi hermana en una Barcelona que ya no existe más. Escribo “Xímbala”, libro de cuentos para chicos.
1980: Viajo a París a dejar a Lucía con su papá durante un mes. Me encuentro en Roma con amigos. Conozco al hombre imposible, Andrzey Sliwowsky, un científico franco polaco. Nos mudamos a París. Trato de sacar los papeles de inmigración, inútilmente. Hago traducciones, correcciones, formo parte de varias películas francesas. Curso de teatro con la profesora Vera Gregh.
1982: Llegamos a Buenos Aires el 30 de marzo. En Plaza de Mayo, primera manifestación obrera contra la dictadura, varios muertos. Dos días después, declaración de guerra. Camino locamente por la ciudad, desesperanza, nadie en sus cabales. Lucía va al colegio, rápidamente recupera la escritura en castellano.
Empiezo época de actuaciones titerescas: Kiki La Plume, Reina del Bambo, La Niña de la Giba, Mossquito, La Papusa, etc. Café Einstein, Teatro Espacios, Teatro Cervantes. Los Redondos. El Hilván es un Estilo (teatro patrio). Actuaciones en varios bares y cafés que ya no existen.
Publicaciones en revistas, diarios, suplementos.
En la revista “Fausto”, 2ª época, secretaria de redacción. Duro poco, al comprender que si seguía allí, rodeada de adulaciones, me iba al carajo como posible escritora.
Sigo fracasando en cine, teatro y vodevil. Sin amor.
Escribo publicidad radial y otros, deferencia de mi hermana mayor, para parar la olla.
Empiezo análisis. Dejo el teatro con gran esfuerzo. Época demencial de enorme sufrimiento.
Tengo que parar la olla. Entro a trabajar en la librería “Fausto”, de lo que huí todo lo posible. Escribo, escribo...: bodrio tras bodrio.
Ya estoy viviendo con Lucía en una casa chorizo por Villa Crespo. Caminatas barriales. Escribo “Pampa argentino”. También reúno papeles en “La vida misma”.
Amistad con Ricardo Zelarayán, con Ricardo Carreira. Y desde 1984, a través de Ure, cuando ensayaba “El campo”, la pieza teatral de Griselda Gambaro, amistad con ella. Allí comprendí profundamente mi interés por el títere. Y después, todos los personajes que creé fueron a partir de ese yo títere que siempre me asombra.
En 1993 muere mi Nonna. Encuentro refugio en el Tigre, al fondo del río Carapachay. Sola pero, como nunca, en paz.
En 1994 edito (Editorial Leviatán) mi primer libro, “El corazón disparado”, de la brasileña Adélia Prado, que tradujimos Fernando Noy y yo. Librera en el día a día. 
Empiezo a traducir a Louise Labé. El libro será publicado en Venezuela por el sello Angria: “Sonetos y elegías”.
En 1998 nace Clara, mi primera nieta. Después nacieron Pedro y Theo.
En 2001 conozco a Gerardo “Pico” Manfredi, en una lectura a la que me invita la poeta Alicia Gallegos. En diciembre fallece mi padre. A mediados de 2002, cumpliendo la promesa hecha a él, y con el apoyo de mi madre, comienzo a ser la editora responsable de Editorial Leviatán.” 

1: ¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?

CS: A los cuatro años inventé la palabra embustera. De a poco fui comprendiendo.


2: ¿Cómo te llevás con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad, con las contrariedades?

CS: A medida que el tiempo ha pasado, mi relación con la lluvia fue cambiando. Me encantaba caminar bajo la lluvia, chica, joven… algunos momentos deliciosos están ligados a la lluvia en mi infancia. Entrar en el mar bajo la lluvia, quedarse en el agua más tibia que el aire mientras en la playa, ya nadie… Tal vez en la orilla solo mi nonna que urgía para que saliéramos… una infancia con hermanas, claro. Después me volví cauta, responsable. Los truenos y los rayos pegaron más cerca, tal vez. Conocí en los cerros a una muchacha aterrorizada con la proximidad de la tormenta. Una mujer-pila que se había salvado por un pelo.
Pero se agravó la naturaleza, ¿no es cierto? Todo fue muy rápido. Se talaron los grandes bosques, se envilecieron los mares, la atmósfera se llenó de petróleo, se perforó la capa de ozono y también está lo nuclear, las fisuras desagotan en los mares y el agua es una sola, como se sabe. Cosas graves aprendí a medida que envejecía. El mundo fue cambiando violentamente en ese breve interín. Ahora cunden nuevos lenguajes en los que soy analfabeta. La velocidad ha devorado el mundo que conocía. Lo que dejamos a los más jóvenes es aspaviento, una consistencia que ellos deberán descubrir. Es decir, sin aquella consistencia. Muchas veces, comiendo, me pregunto qué es lo que mastico. Convivir con el peligro, podría llamarse esta civilización en la que resistimos, sin embargo.


3: “En este rincón” el romántico concepto de la “inspiración”; y “en este otro rincón”, por ejemplo, William Faulkner y su “He oído hablar de ella, pero nunca la he visto.” ¿Tus consideraciones?...

CS: La comparación con Faulkner es fallida a mi entender. Un novelista es un constructor.
Cuando logro un poema largo o corto, y lo siento logrado, por supuesto hay un trabajo, pero sobre todo una confianza extrema en la adherencia y la inmersión. En ocasiones, un tema para llegar a ser requiere descartar íntegra la primera composición, que resultó rígida —por ejemplo— por otra donde el tema ha decantado y corre respirando libremente, superando la primera redacción en profundidad y ritmo. El tiempo juega un papel importante. Antes un escrito descansaba en el olvido hasta que volvía a aparecer casualmente, muchas veces.


4: ¿De qué artistas te atraen más sus avatares que la obra?


CS: Tengo una pésima memoria. Los sucesos en la vida de las personas no sé si me interesan demasiado. Realmente no puedo recordar a ningún autor por sus hazañas. Si las he conocido fue a partir de la obra: Louise Labé, Francois Villon, William Shakespeare siempre son enigmas… Emily Brönte… a todos los leí antes y después de conocer algún hecho de su biografía. Por ejemplo, Jane Austen le pidió a su hermana Casandra que destruyera todas sus cartas. ¿Prudente, no es cierto? Italo Svevo, James Joyce… en fin. Literatura. Tampoco soy chismosa con mis amigos. Si me querés contar algo lo escucho y no lo suelo comentar por ahí. Queda entre nos.
Y si pienso en la literatura argentina, de inmediato se mezcla con la historia de modo inseparable. Juan Bautista Alberdi, por ejemplo. Domingo F. Sarmiento, el más miserable de todos y grande, sin embargo. O Lucio V. Mansilla. Puro siglo diecinueve, eh? Con Griselda Gambaro charlamos mucho de plantas, libros, lecturas, recuerdos, política… y le cuento cosas que me pasan. Tiene una forma de escuchar que me resulta fundamental.


5: ¿Lemas, chascarrillos, refranes, proverbios que más veces te hayas escuchado divulgar?

CS: Una frase del Viejo Bribón que me gusta repetir: “Adelante con los faroles.”
Creo que no tengo otra. O están tan incorporadas que no las registro. También, “Tengamos la fiesta en calma”, que da cuenta un poco, del tenor violento que conozco.


6: ¿Qué obras artísticas te han —cabal, inequívocamente— estremecido? ¿Y ante cuáles has quedado, seguís quedando, en estado de perplejidad?

CS: ¿Estremecimiento? ¿De placer? Odilon Redon. Un pequeño óleo en el Museo Nacional de Bellas Artes. El estremecimiento incluye contradicción, oxímoron si se quiere. O un abanico de sensaciones que no permanece inmóvil. Siendo así: Un pequeño autorretrato en verdes y azules de Vincent Van Gogh que sólo vi una vez. Parecía que Vincent se asomaba a una ventanuca, solo para mí. Las esculturas en madera talladas por Paul Gauguin. Un cuadro de Marcia Schvartz, entre los muchos de ella. Algunas esculturas de Juan Carlos Distéfano y otras de Norberto Gómez. Y siempre vuelvo a las pinturas de Cándido López. Y me gusta la pintura de Jorge Pirozzi.
Emily Brönte sí, me estremece. La leí muchas veces, año a año. “Alicia en el país de las maravillas” fue una de mis obras preferidas durante mi juventud. Otra obra que me encanta recorrer es “Ulises”, de Joyce. Shakespeare me estremece una y otra vez. Lear. O el horrible Ricardo.
¿Perplejidad?: Nikolái Gógol.


7: ¿Tendrás por allí alguna situación irrisoria de la que hayas sido más o menos protagonista y que nos quieras contar?

CS: Tengo gran vocación por el ridículo. Si recuerdo alguna situación específica más allá de la natural cotidiana ridiculez que padezco, la contaría con detalle. Pero mi mala memoria me juega pasadas tremendas.


8: ¿Qué te promueve la noción de “posteridad”?

CS: No llegaré. Esa es una certeza tranquilizadora.


9: “¿La rutina te aplasta?” ¿Qué rutinas te aplastan?

CS: Yo misma soy mi rutina. Me recorro con espanto. Muchas veces. Otras, puedo ponerme a salvo de mí misma. Escribir es la única manera en que salto el límite y logro sustraerme de mi deficitaria clave. Eso, o leer. Esa fascinación del descubrimiento de un libro, que en mí fue sobre todo en la adolescencia, la pubertad incluso, cuando eso sucede, oh maravilla, todo se silencia y solo existe ese mundo extraordinario.


10: ¿Para vos, “Un estilo perfecto es una limitación perfecta”, como sostuvo el escritor y periodista español Corpus Barga? Y siguió: “…un estilo es una manera y un amaneramiento”.

CS: ¿No será que una es su propia limitación? Tal vez esa limitación sea el mundo que se relata, esa obsesión. La perfección es una búsqueda abrumadora.


11: ¿Qué sucesos te producen mayor indignación? ¿Cuáles te despiertan algún grado de violencia? ¿Y cuáles te hartan instantáneamente?

CS: Creo que la indiferencia política es lo que me resulta violentamente insoportable. Lo considero el rostro más peligroso del capitalismo.
Lo deshumanizado.
Y los estúpidos del arte, insoportables negociantes.


12: ¿Qué postal (o postales) de tu niñez o de tu adolescencia compartirías con nosotros?

CS: A los trece años, o tal vez catorce, fui aceptada en un grupo del Colegio Nacional Buenos Aires que viajaba a Tilcara. Se estaba trabajando entonces en la recuperación arqueológica del Pucará. Mi madre, Hebe Clementi, era una de las profesoras elegidas por el grupo de alumnos, y ella me “coló”. Aprendí muchas cosas, como dije. Por bastante tiempo dejé, con tristeza, de ver a esos antiguos compañeros, a los que, sin embargo, guardé en el corazón. Ese viaje se repitió varias veces. Cada viaje es otro viaje, pero el sentimiento del cerro, esa soledad y esa amistad con la piedra y su música, su virtud, creo que es algo insustituible, un baluarte en mi vida. Y aparece siempre en lo que escribo, una de mis casas.


13: ¿En los universos de qué artistas te agradaría perderte (o encontrarte)? O bien, ¿a qué artistas hubieras elegido o elegirías para que te incluyeran en cuáles de sus obras como personaje o de algún otro modo?

CS: Ese sentimiento corresponde a mis lecturas de la pubertad. La primera adolescencia. Hubiera querido que nunca se terminaran los tres libros de Italo Calvino que aparecen bajo el título “Nuestros antepasados”: “El vizconde demediado”, “El barón rampante” y “El caballero inexistente”. Todas delicias. Otro, “Orlando”, de Virginia Wolf. Y de todavía más chica, algunos de Julio Verne, “Un capitán de quince años”, por ejemplo. Y un libro de historias de piratas, de un famoso autor cuyo nombre ahora no recuerdo. Más tarde, Carson McCullers, Clarice Lispector, Sara Gallardo. Y ah, el Alejandro Dumas de mi niñez. Y otra cita es “Cumbres borrascosas”, de Emily Brönte, que no sé cuántas veces he leído, a decir verdad.
No sería personaje de ningún libro ajeno. Bastante con una misma.


14: El silencio, la gravitación de los gestos, la oscuridad, las sorpresas, la desolación, el fervor, la intemperancia: ¿cómo te resultan? ¿Cómo recompondrías lo antes mencionado con algún criterio, orientación o sentido?

CS: Los gestos son fundamentales en mi modo de conocer las relaciones entre y con las personas. Un pequeño gesto me devuelve la memoria, a veces. Siempre es revelador, un entramado de relaciones permite la lectura a partir de un pequeño gesto.
El silencio puede ser una larga conversación. O seco como un golpe en la mandíbula.
No he tenido sorpresas agradables. No recuerdo ninguna, al menos. Prefiero que se anuncien.
Fervor… creo que conozco. La intemperancia, también. Muy dolorosa.
En cuanto a la oscuridad, tengo una relación próxima e intensa; sin embargo, soy del ojo más que del oído, del tacto más que del olfato.


15: ¿A qué artistas en cuya obra prime el sarcasmo, la mordacidad, el ingenio, la acrimonia, la sorna, la causticidad… destacarías?

CS: Yo quitaría el ingenio de esa lista. Sin ingenio, no hay arte. Puro tedio. La lista cunde hacia la ironía, ¿no? Quisiera nombrar a Juan Carlos Onetti, que es un trágico, pero domina todos esos matices agudos. Lamborghini, ambos (Osvaldo y Leónidas). Alberto Ure. Susana Thénon. Y Mijaíl Bulgákov. Anita Brookner, también. Y Flannery O’Connor.


16: ¿Qué apreciaciones no apreciás?¿Qué imprecisiones preferís?...

CS: El narcisismo elevado a la sordera me saca de quicio. Prefiero las conversaciones donde se decanta lentamente el sentido preciso, precioso. Conversaciones son diálogos. Y necesitan tiempo, interés por el otro, y algo de memoria.


17: ¿Viste que uno en ciertos casos quiere a personas que no valora o valora poco, y que en otros casos valora a personas que no quiere? ¿Esto te perturba, te entristece? ¿Cómo “lo resolvés”?

CS: Valorar es un verbo un poco retorcido. Las personas que quiero son muy valiosas para mí porque hacen a mi confianza, a la valoración de mí que me sostiene en pie. Después hay gente muy socialmente valorada. Y bueno, chapeau! A veces yo no tengo nada en común con esa gente pero nos saludamos y coexistimos. Soy bastante poco curiosa. Hay gente que quiero pero solo habla de sí misma. En ocasiones, pierdo la presencia de ánimo. Sobre todo cuando conozco en carne propia ese desprecio del que habla tu pregunta.


18: ¿El mundo fue, es y será una porquería, como aproximadamente así lo afirmara Enrique Santos Discépolo en su tango “Cambalache”?

CS: Hay muchas corrientes por navegar, por suerte. Hay que ver a qué mundo querés “pertenecer”. Y cuál es tu tabla de salvación. Muy chiquito, muy grande… Beber champán en idioma extranjero o apacibles mates camperos. Todo lleva al mismo sitio. Incluso puede convivir si la porquería es verdaderamente arte.


19: Por la fidelidad y entrega a una causa o proyecto, ¿qué personas (de todos los tiempos y de todos los ámbitos) te asombran?

CS: Antonio Porchia. Edgardo Antonio Vigo. Antonio Berni.


20:¿Qué te hace “reír a mandíbula batiente”?

CS: Algunos comentarios de mis nietos, cuando cada tanto logro encontrarlos reunidos. Y si se suma alguien más de la familia, mejor.


21: ¿Cómo afrontás lo que sea que te produzca suponerte o advertirte, en algunos aspectos o metas, lejos de lo que para vos constituya un ideal?

CS: Lo acepto como un querido fracaso más.


22: El amor, la contemplación, el dinero, la religión, la política… ¿Cómo te has ido relacionando con esos tópicos?

CS: Cosas bastante dispares…; el amor y la contemplación podrían ser parte de una misma cosa. Como hipótesis. La política y la religión también por caso. Dinero, siempre poco.
Ardua conquista, ser.


23: ¿A qué obras artísticas —espectáculos coreográficos, films, esculturas, música, pinturas, literatura, propuestas teatrales o arquitectónicas, etc.— calificarías de “insufribles”?

CS: …tal vez no fueran artísticas, ¿no? Tal vez fueran solo divertimentos. Prefiero la literatura, sobre todo. A veces veo cosas fundamentales. Iris Scaccheri bailando será un recuerdo hasta el último día. Si es insufrible me levanto y me voy. Por eso los clubes de teatro, con su estructura tan expuesta, me resultan claustrofóbicos. Quiero decir también que cuando no se va al fondo, no pasa nada. Por eso consumo poco.


24: ¿Qué calle, qué recorrido de calles, qué pequeña zona transitada en tu infancia o en tu adolescencia recordás con mayor nostalgia o cariño, y por qué?

CS: Nací en la calle Bacacay, detrás de las vías del Ferrocarril Sarmiento, en Flores. Un edificio no muy alto, y nosotros vivíamos en la planta baja. Arriba vivía doña Amanda, que era una morena hermosa. Había tenido varones y le encantaba una casa con tres nenas. Un jardín había en casa y en el fondo casuarinas y una hamaca de vaivén y el canto del ferrocarril.
Más arriba vivían los Calviño, con su hijo Jorgito, que salía apenas. Una pareja grande, sus padres se habían casado por decisión de los espíritus de sus ex cónyuges en la Escuela Científica Basilio. En la planta baja, adelante, vivían los Scarfó. Eran tres chicos de más o menos la misma edad nuestra. Jugábamos en la vereda, pero seguramente poco. Enfrente había un pequeño taller de un zapatero, siempre con mucha tarea. En la esquina, un antiguo almacén de los de a granel y en la vidriera una publicidad de Puloil o de jabón en polvo, ya entonces descolorida, verde clarito…; era un mensaje discriminador, pero el dibujante había puesto gracia inolvidable. En ese entonces por el barrio venía la panificación a caballo, y hasta recuerdo al lechero con su vaca y el ternero. Duró poco pero pude ver ese carro lleno de tarros de metal esperando el regreso del lechero, el caballo girando la cabeza con sus orejeras y una especie de bolsa llena de algo para comer, para que no se distrajera de la ruta que conocía de memoria.
Pero los Scarfó, decía: el padre de los chicos era un hombre inmenso, con gran chambergo oscuro y un traje cruzado, a la usanza. Era el hermano menor de América, la novia de Severino Di Giovanni [1901-1931]. A la madre de los chicos no la recuerdo, solo sus gritos desde adentro de la casa. Jugábamos en la vereda de Bacacay todos los pibes. De los tres, sólo sobrevivió el mayor. Eran hermosos todos, muy inteligentes. No nos asustaba la fama anarquista, porque algo del tema también conocemos: tenemos pariente anarquista. Mi abuela Fanny Kulichevsky y Simón Radowitsky [1891-1956] eran primos.


25: ¿Cómo reordenarías esta serie?: “La visión, el bosque, la ceremonia, las miniaturas, la ciudad, la danza, el sacrificio, el sufrimiento, la lengua, el pensamiento, la autenticidad, la muerte, el azar, el desajuste”. Digamos que un reordenamiento, o dos. Y hasta podrías intentar, por ejemplo, una microficción.

CS: ¡No!... Rechazo esta pregunta por barroca y pedigüeña.


26: “Donde mueren las palabras” es el título de un filme de 1946, dirigido por Hugo Fregonese y protagonizado por Enrique Muiño. ¿Dónde mueren las palabras?...

CS: Una buena pregunta. Al pie del patíbulo. Y la literatura idisch también esto lo pondría en duda.


27: ¿Podés disfrutar de obras de artistas con los que te adviertas en las antípodas ideológicas? ¿Pudiste en alguna época y ya no?

CS: …en una época juvenil era muy obediente a lo que “había que leer”. Después comprendí que cierta angustia se disolvía si abandonaba la lectura de Yukio Mishima, por ejemplo.


28: ¿Cómo te cae, cómo procesás la decepción (o lo que corresponda) que te infiere la persona que te promete algo que a vos te interesa —y hasta podría ser que no lo hubieras solicitado—, y luego no sólo no cumple sino que jamás alude a la promesa?

CS: Tengo un largo entrenamiento en decepción. E igual no he podido dejar de esperar incluso con la certeza de que era un callejón sin salida. Por supuesto, cuando un amigo te deja en banda, no solo duele.


29: No concerniendo al área de lo artístico, ¿a quiénes admirás?

CS: Algunos gestos de valor y renuncia. Y sobre todo, el coraje que no hace alharaca.


30: ¿Tus pasiones te pertenecen o sos de tus pasiones? Pasiones y entusiasmos. ¿Dirías que has ido consiguiendo, en general, distinguirlos y entregarte a ellos acorde a la gravitación?

CS: Soy emocional, dicen. Mi lectura del mundo está teñida por esa mirada. Pero no sólo: a veces, gestos que consideraba de camaradería o entusiasmo fueron leídos como extemporáneos o incomprensibles y mancharon para siempre complicadas redes de relaciones. Pero no aprendí mucho de la experiencia y repito algunos errores que dicta el entusiasmo.


31: ¿Qué artistas estimás que han sido alabados desmesuradamente?

CS: A mí me gustaría que artistas importantísimos, que nutren la base de muchos otros artistas —y son tan poco poquísimamente nombrados incluso por quienes los leen y conocen— fueran más conocidos, más leídos, más nombrados. Ricardo Carreira, Juan Andralis, Vigo. A Luis Thonis, a Liliana Guaragno, a Noemí Ulla. Otra desaparecida: Susana Cerdá… Soares, el gran cuentista. Y hay muchos más.


32: ¿Acordarías, o algo así, con que es, efectivamente,“El amor, asimétrico por naturaleza”, tal como leemos en el poema “Cielito lindo” de Luisa Futoransky?

CS: Acordaría, sí, con Luisa.


33: ¿El amanecer, la franca mañana, el mediodía, la hora de la siesta, el crepúsculo vespertino, la noche plena o la madrugada?

CS: Una mañana que llegue a la tarde, sería perfecta. Si hay mediodía, almuerzo, siesta…: bajón asegurado. A veces, la madrugada solitaria, exquisita. Pero todo según el para qué. El anochecer me gusta: las luces se encienden y las casas se habitan. Es momento de dar una vuelta por el barrio.


34: ¿Qué dos o tres o cuatro “reuniones cumbres” integradas por artistas de todos los tiempos y de todas las artes nos propondrías?

CS: Soy solitaria, disculpá! Seguramente no asistiría aunque me invitaran.


35: Seas o no ajedrecista: ¿qué partida estás jugando ahora?...

CS: Resistencia.


*

Cuestionario respondido a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Claudia Schvartz y Rolando Revagliatti, abril 2019.





Sobre Ida Vitale por Magda Lago Russo

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La poetisa uruguaya Ida Vitale ganó el Premio Cervantes 2018, el galardón literario más importante de las letras españolas, por su "destacado y reconocido" lenguaje y su trayectoria "de primer orden", anunció el ministro de Cultura español, José Guirao.
Su lenguaje es "uno de los más destacados y reconocidos de la poesía en español, que es al mismo tiempo intelectual y popular, universal y personal, transparente y honda, convertida desde hace tiempo en un referente fundamental para poetas de todas las generaciones en todos los rincones del español", añadió.
El jurado reconoció en la escritora nacida hace 94 años en Montevideo "una trayectoria poética, intelectual, crítica y traductora de primer orden", según el acta leída por el ministro en una rueda de prensa en Madrid.
La elección de Vitale sorprendió por su origen, rompiendo la regla no escrita en este certamen de alternar premiados españoles y latinoamericanos después de que el ganador del Cervantes 2017 fuera el nicaragüense Sergio Ramírez.
En cambio, en pleno auge de los movimientos feministas, con especial fuerza en España, se esperaba que el premio fuera para una mujer: sólo cuatro escritoras habían ganado el galardón en sus 44 ediciones.
Vitale será la quinta. La última en recibirlo fue la mexicana Elena Poniatowska en 2013.
Hasta ahora un solo uruguayo había ganado este premio, Juan Carlos Onetti, en 1980, conocido suyo y que, como ella, integra la "Generación del 45" de escritores de ese país.
demás de obras poéticas como "La luz de esta memoria", "Procura de lo imposible" o "Cada uno en su noche", esta montevideana exiliada a México durante la dictadura también se adentró en la crítica literaria, el periodismo y la traducción.
Su labor ha recibido recientemente importantes reconocimientos: el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2015, el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca en 2016 o el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2018 que recogerá el 24 de noviembre en Guadalajara (México).
Como es tradición, el premio se entrega el 23 de abril, aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes (1547-1616), en un acto en la localidad madrileña de Alcalá de Henares, cuna del autor de "El Quijote".
 El acto se efectuará como ya es tradición, en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares.Este prestigioso reconocimiento se convoca desde 1975 por iniciativa del Ministerio de Información y Turismo de España ante “la conveniencia de otorgar un reconocimiento oficial, en que se una a la notoriedad pública la creación literaria en lengua castellana”.Desde su primera edición, el discurso ha sido leído por el premiado salvo contadas excepciones, por motivos de salud o de amistad.Un recorrido por los discursos del Cervantes es un paseo por la historia de la lengua y literatura españolas, con la dilatada sombra del Quijote planeando sobre ella. “Son, también, los discursos un ensayo sobre el oficio de escritor contado en primerísima persona".
Critica, ensayista y traductora–de Simone de Beauvoir y Luigi Pirandello entre otros– además de poetisa, se dedicó a enseñar literatura hasta que la dictadura militar (1973-1985) hizo que se exiliara en México durante diez años. Allí, formó parte de la revista 'Vuelta', impulsada por Octavio Paz, y cofundó el semanario 'Uno-Más-Uno'. A su regreso a Uruguay en 1984, trabajó en el semanario 'Jaque'. En 1989, se fue a vivir a Austin en Estados Unidos para volver hace poco a su país de origen.
Entre sus numerosos libros destacan 'La luz de esta memoria' (1949), 'Palabra dada' (1953), 'Cada uno en su noche' (1960), 'Oidor andante' (1972), 'Jardín de sílice' (1980), 'Sueños de la constancia' (1988), 'Procura de lo imposible' (1998). A estos poemarios se suman cantidad de ensayos sobre arte y literatura.

Su poesía versa sobre sobre el compromiso moral, porque cree que la poesía social es propaganda, algo comercial para llegar a la gente. A continuación una selección de diez de sus mejores poemas. El primero, Gotas, fue el que leyó el ministro José Guirao antes incluso de anunciar el nombre de la ganadora del máximo reconocimiento literario de las letras castellanas.

Gotas
/Se hieren y se funden/
Acaban de dejar de ser la lluvia.
Traviesas en recreo,
gatitos de un reino transparente,
corren libres por vidrios y barandas,
umbrales de su limbo,
se siguen, se persiguen,
quizá van, de soledad a bodas,
a fundirse y amarse.
Trasueñan otra muerte




Marina Arias y el final de la infancia [Reseña a Cuentos blancos por Luis Benitez]

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Marina Arias y el final de la infancia

“Cuentos blancos”, de Marina Arias, Ed. Desde la Gente (http://desdelagente.tiendas.coop), 120 páginas, ISBN 978-950-860-303-6, Buenos Aires, 2018.

Cabalgando a mitad de camino entre el costumbrismo y el minimalismo –muy exitosamente, por cierto- la autora argentina Marina Arias nos brinda en esta nueva entrega una colección de cuentos enhebrada por un factor común: el desarrollo paulatino de un mismo personaje, que desde su condición de niña perteneciente a la clase media argentina va convirtiéndose en mujer joven y crece comprendiendo paso a paso cuáles son las alegrías, los sinsabores, las sorpresas y las desilusiones que depara la asimilación inevitable al mundo adulto. Así vertebradas las 11 historias que arman “Cuentos blancos”, una novela de aprendizaje llevada al recurso de las narraciones breves, destacamos que pese a la cercanía al costumbrismo antes señalado, la autora sudamericana no cae nunca en el ruidoso pecado de exagerar el color local: ni Maru, la protagonista que atraviesa el centenar de páginas del volumen, ni el crecido número de los personajes secundarios y terciarios –ajustada apoyatura, siempre, del carácter principal- dejan de servir, rasgos más, rasgos menos, para que el lector de cualquier latitud logre identificarse plenamente con la jovencita que advierte cuanto sucede a su alredor, desea, sufre, desdeña, se asombra y pierde luego el asombro, odia, cree que ama, engaña y es engañada, acechada siempre por un universo que tanto le retacea la entrada como la recibe escondiéndole sus verdaderas intenciones.
Antes nos referimos al costado de los relatos de Arias más cercano al minimalismo y es de destacar que en este aspecto, también, la autora argentina sabe esquivar otro defecto achacable a la asimilación que han hecho muchos de sus colegas y connacionales, al intentar incursionar en esta senda magistralmente trazada como posibilidad escritural por Ann Beattie (1947), Bobbie Ann Mason (1940), Tobias Jonathan Ansell Wolff (1945) , Grace Paley (1922-2007), y el caso más conocido, Raymond Clevie Carver (1938-1988). Estamos hablando de la mala digestión sufrida por otros autores –y no solo latinoamericanos- al probar de asimilar el minimalismo, sintetizada en la expresión al uso de que “confundieron síntesis con chiquitito”. La economía discursiva y la condensación del sentido, no lograda por otros, es en Arias una marca de su estilo minimalista en la narración breve, y resulta descollante en “Cuentos blancos”: cada secuencia, acción y desenlace obra con gran ahorro de recursos para pintar en una o dos pinceladas lo que sucede en el interior y el exterior de Maru, así como en la suma de los otros personajes que acompañan su trayecto hacia la adultez. Esta síntesis, tan bien lograda por la narradora argentina, hace de “Cuentos blancos” materia de preferencia para quien busca historias muy bien contadas, con referencias y situaciones que no por ser típicamente del lugar donde trascurren, dejan de poseer un significado universal que las hace fácilmente reconocibles por el lector y sensibles para él, sea madrileño, sudamericano, neoyorquino o de cualquier otra procedencia dentro del mundo occidental. 


La autora
Marina Arias creció en Haedo, Provincia de Buenos Aires, Argentina. Publicó las novelas “Bondi” (Club Hem, 2017), “Mochila” (Club Hem, 2014), “Para qué sirve un traje de neoprene” (EDULP, 2005), y el libro de cuentos “Hacia el mar” (EDULP, 2008). En 2016 Malisia Editorial reeditó la novela Neoprene. Relatos suyos han sido publicados en medios gráficos e integran diversas antologías. Es Doctora en Comunicación y profesora de Ficción Escrita en la Facultad de Periodismo y Comunicación de la Universidad Nacional  de La Plata, Argentina.

Luis Benítez

El cuerpo es devil [adelanto del trabajo poético de Cayo Caectus]

Corazón [por Sergio Rodríguez Saavedra]

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            Leo Lobos (Santiago, 1966) viene publicando sostenidamente desde principios de los 90. Una poesía breve, concisa, narrativa. En esta oportunidad llega “Corazón”, entrega de la Colección Poeta Raúl Zurita que -también por años- mantiene Mago Editores, un proyecto que con regularidad acerca la actual poesía chilena al espacio público. Y nombrar el tiempo es pertinente cuando se habla de poesía, este arte que debe acercar la huella de lo sentido a un lugar en el alma.

La madurez de este trabajo se signa por la comprensión de la propia escritura y la función que todo poeta cumple en este ejercicio:
           
“Apoyándome en mí
envolviéndome en mí
desde mí mismo
para dar con mi voz exacta”
(La voz del corazón)

Una exigencia que la continuidad del trabajo debe dar al texto. Una forma de reiterar que es el autor, y no otro, quien provee las palabras que albergan el sinsentido de la vida. Y para llevar a cabo su trabajo qué otro punto de referencia más exacto que el corazón, el cruce original y espontáneo de nuestra tradición lírica.

No se crea, sin embargo, que es una alabanza al lugar común ni una elegía por aquello que se ha perdido, nada de eso. Aquí acudimos a una estructura que aspira a delinear (nunca definir) el eje central de un largo proceso llamado creación y, a través de éste, descubrir una poética que articule los trabajos que le preceden:

“El poema es una
isla sumergida
la oscuridad
donde veo”
(Latidos en el corazón)

Tras veinte años de la primera crítica que hice del trabajo de Leo Lobos (la plaquette Ángeles eléctricos) ya se posee lo que en las bienales se definen como “afinidades afectivas” (ese afluente del Goethe de Afinidades electivas), eso que uno encuentra como parte del propio camino: experiencias, lecturas, trabajos entrecruzándose que nos hacen llevar autores como parte de la propia biografía, que no es otra cosa que comprender la extensión discursiva propia en el relato de la poesía chilena, siempre atenta a las vanguardias pero también sus herencias. En este caso, la singularidad del poema breve donde se pueden reconocer y recordar a Gonzalo Millán, Omar Lara o Mauricio Redolés siguiendo la corriente de obras y autores.

El libro Corazón, cuyos textos poseen una extensión regularmente epigramática, va delineando una propuesta coherente. El mismo trabajo adquiere independencia y se nutre a sí mismo con el ejercicio plástico conocido del autor: las traducciones del portugués que Leo Lobos ha entregado a nuestro deleite, y con ello, este decir cobra una seguridad que sabe combinar lo público y lo privado, se hace voz.

“Toda oscuridad
enciende miles de
luciérnagas

Las cosas importantes
suceden
en lo oscuro”
((Co) Razón).

De este modo, Corazón, viene a ratificar la escritura continua de un autor con tres décadas de oficio en la singular poesía chilena.

SERGIO RODRÍGUEZ SAAVEDRA (Santiago de Chile, 1963). Ha publicado en poesía Suscrito en la niebla(1995); Ciudad Poniente (2000 - 2002); Memorial del Confín de la Tierra(2003), Tractatus y Mariposa (2006), Militancia Personal (2008); Centenario (2011); Ejercicios para encender el paso de los días (2014) y Patria Negra Patria Roja (2016). En España fue editada la antología de su obra Nombres propios (2017) con selección y prólogo de Julio Espinosa Guerra, y en Colombia su Antología de agua y hueso(2018). 1er lugar Festival de todas las Artes Víctor Jara (2002); Premio Nacional Eduardo Anguita (2008 y 2010); Premio Letras de Chile (2013); Premio Stella Corvalán (2018); Beca de Creación Consejo Nacional del Libro y la Lectura (1999, 2004 y 2016). Colaborador con medios de comunicación a lo largo de su trayectoria, participó de las antologías críticas Anguita 20/20 y Teillier Crítico. Actualmente escribe para Revista Cultural La Noche y Latin American Literature Today.


El silencio y la gravitación de los gestos en la oscuridad: Luisa Peluffo responde En cuestión: un cuestionario de Rolando Revagliatti

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Luisa Peluffonació el 20 de agosto de 1941 en Buenos Aires, capital de la República Argentina, y reside desde 1977 en la ciudad de San Carlos de Bariloche, provincia de Río Negro. Cursó estudios en la Escuela Nacional de Bellas Artes “Prilidiano Pueyrredón” y se desempeñó en producción periodística en medios gráficos y televisivos. Obtuvo en 1988 la beca “Creación en narrativa” otorgada por el Fondo Nacional de las Artes, así como en 2006 el “Reconocimiento a la Trayectoria” por parte de la Subsecretaría de Cultura de la Municipalidad de San Carlos de Bariloche. Desde 1976 ha publicado los poemarios “Materia viva”, “Materia de revelaciones”, “La otra orilla” (Primer Premio Concurso Regional Fondo Nacional de las Artes), “Un color inexistente” (XVIII Premio “Carmen Conde” 2001, en España), “foto grafías” y “soplo aire aliento” (con dibujos de Bárbara Drausal). En el género crónica incursionó con “Me voy a vivir al Sur” y en co-autoría con Laura Calvo se editó “Ventanas a la palabra. El taller de escritura en la escuela”. Sus libros de cuentos son “Conspiraciones”y “Se llaman valijas” y sus novelas se titulan “Todo eso oyes” (Premio Emecé en 1989), “La doble vida”(Primer Premio Regional de Narrativa – Región Patagónica 1993-1996) y “Nadie baila el tango” (Premio Único a Novela Inédita del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (bienio 2000-2001). Ha sido incluida, entre otras, en las siguientes antologías: “Patagonia literaria VI”, “Argentina. A traveler’s literary companion”, “Poesía Río Negro” , “Relatos de mujeres 5”, “Poetas argentinas (1940-1960)”(compilada por Irene Gruss), “Leer la Argentina”, “Teatro / 6” (Obras ganadoras del 6º  Concurso Nacional de Obras de Teatro), “Relatos de Patagonia”(compilada por María Sonia Cristoff), “Leer x leer”, “Cuentos al sur del mundo”, “Poesía hacia el nuevo milenio. Tomo 1”(compilada por Ricardo Rubio), “Patagónicos. Narradores del país austral” (compilada por Cristian Aliaga y María Eugenia Correas), “Sur del mundo. Narradores de la Patagonia”, “38 cuentos breves argentinos” (compilada por Fernando Sorrentino), “Antología de teatro rionegrino en la posdictadura” (con su pieza teatral “Si canta un gallo”; volumen compilado por Mauricio Tossi).



1: ¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?

LP:El primer acto de creación que recuerdo fue cortarle el pelo a una muñeca Marilú que me había regalado mi madrina. Fue un acto creativo inspirado en que cuando a mí me cortaban el pelo, me decían que iba a quedar muy linda. Entonces quise hacer lo mismo con mi muñeca. También pienso que esa muñeca fue como un espacio de experimentación (el corte de pelo no la favoreció) y después de un tiempo separé su cabeza del cuerpo para ver cómo funcionaban sus ojos, cómo se  abrían y cerraban esas pestañas tupidas y aquí ya entramos en un terreno inseparable de la creación: la curiosidad, la investigación y la experimentación.

2: ¿Cómo te llevás con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad, con las contrariedades?

LP: La lluvia es lacia, como yo. Bienvenida la lluvia que nos libra de incendios en la Patagonia.
Las tormentas. Aquí, en el sur, son temporales de lluvia y viento, o nevazones que duran días… Me gustan las tormentas de la provincia de Buenos Aires, son un verdadero espectáculo con el cielo surcado por relámpagos y truenos. Y me gusta instalarme y presenciarlas. Y sentir, sobre todo sentir el viento, el premonitorio olor de la tierra, el oscurecimiento, los relámpagos anunciando el trueno, es un desarrollo tan narrativo…
La sangre. Te contesto con un poema de mi libro foto grafías”: la sangre es vanguardia/ abre caminos en el blanco/ la sangre/ es un estilo no aceptado/ no hay aplausos/ la sangre/ es absolutamente moderna”
La velocidad me interesa para resolver algún trámite. Las contrariedades me fastidian, pero no tengo más remedio que afrontarlas. Son parte de la vida cotidiana.


3: “En este rincón” el romántico concepto de la “inspiración”; y “en este otro rincón” por ejemplo, William Faulkner y su “He oído hablar de ella, pero nunca la he visto.” Tus consideraciones?...

LP: Faulkner desmitifica la idea de la musa inspiradora y tiene razón.


4: De qué artistas te atraen más sus avatares que sus obras?

LP: Cuando la vida de algún artista me atrae es porque primero me interesó su obra. Caso emblemático Rimbaud. Los avatares de los artistas siempre son interesantes, pero lo que me lleva a indagar en ellos son sus obras.


5:¿Lemas, chascarrillos, refranes, proverbios que más veces te hayas escuchado divulgar?

LP: Ni idea; si tengo alguna muletilla (debo tener seguramente) no soy consciente.


6: ¿Qué obras artísticas te han —cabal, inequívocamente— estremecido? ¿Y ante cuáles has quedado, seguís quedando, en estado de perplejidad?

LP: “Don Quijote de la Mancha” (Miguel de Cervantes), “Facundo” (Domingo F. Sarmiento), “El hacedor” y “Ficciones” (Jorge Luis Borges), “La metamorfosis” (Franz Kafka), “Esperando a Godot” (Samuel Beckett), los poemas “Tabaquería” (Fernando Pessoa) y “Un arte” de Elizabeth Bishop, algunos poemas de Giuseppe Ungaretti, algunos poemas de Alejandra Pizarnik. Y me  estremecen cabal, inequívocamente, las obras de autores en los que el lenguaje coloquial se vuelve poético, como en Juan Rulfo, en Sara Gallardo, en Marguerite Duras, en Clarice Lispector. O poético y surrealista, como en Felisberto Hernández, en Oliverio Girondo. Y quienes filtran cierta perversidad en sus obras, como Patricia Highsmith, Flannery O’Connor, Manuel Puig. Y los que tienen una gracia especial para contar como Lucio V. Mansilla.
Y me han estremecido obras no literarias: la Victoria de Samotracia, las pinturas de Paolo Uccello, la plaza y la Basílica de San Marcos en Venecia. Nunca me voy a olvidar de mi llegada a Venecia a fines de los ’60 en pleno invierno; le dediqué un poema: “Venezia: bajar /del vaporetto/ de noche/ ni un alma/ en la piazza/ sólo / la basílica/ iluminada”
Y también la música de Wolfgang Amadeus Mozart, el concierto n° 5° de Brandemburgo en re mayor de Johann Sebastian Bach, los tangos interpretados al piano por Arminda Canteros. Los tangos canyengues. “Oración del remanso” de Jorge Fandermole y “Vidala para mi sombra” de Julio Santos Espinosa.
Y el cine. Me vienen a la mente: “Tiempos modernos” de Charles Chaplin, “Ciudadano Kane” de Orson Welles, “Un tranvía llamado deseo” de Elia Kazan, “La Jetée” de Chris Marker, “Kaos” de los hermanos Taviani, “Los cuatrocientos golpes” de Francois Truffaut, “Hiroshima mon amour” de Alain Resnais, “2001 Odisea del espacio” de Stanley Kubrick, “Japonesita” de Ignacio Masllorens.
Perplejidad: “El gran vidrio” de Marcel Duchamp.


7:¿Tendrás por allí alguna situación irrisoria de la que hayas sido más o menos protagonista y que nos quieras contar?

LP: La primera vez que se me ocurrió enviar mis poemas a un concurso, las bases exigían original, dos copias, constancia de registro en la Dirección Nacional del Derecho de Autor y la fecha de presentación estaba a punto de vencer.
No existían las computadoras y yo tenía un solo original, laboriosamente tecleado a dos dedos, lleno de  tachaduras y enmiendas y ninguna confianza en mi habilidad para lograr una copia más decente. En mi desesperación, decidí recurrir a uno de los tantos locales que había por entonces en la zona de Tribunales, donde pasaban en limpio escrituras, contratos y boletos de compra venta.
Abrazando la carpeta de cartulina con mis poemas, entré a un salón bastante grande, donde tecleaban unas veinte dactilógrafas. Solicité un turno y enseguida me asignaron una rubia platinada que mascaba chicle con desgano.
Extendió la mano para tomar mi carpeta, pero yo le dije:
      —Mejor te dicto.
La rubia me miró escéptica y ni me contestó. Cuando se sentó frente a la máquina de escribir me miró de nuevo con cara de “a ver con qué me salís ahora…”  y yo le expliqué:
      —Bueno, en realidad, esto no es un escrito… Son poemas. Yo te voy a ir dictando cada
      verso.    
La rubia ahora me miraba con desconfianza.
       —…mejor dicho te voy a dictar cada línea, que es un verso, pero no te preocupes
porque son cortitos. Lo que pasa es que no soy de aquí y no tengo mi máquina de escribir y los quiero enviar…
—¿Empezamos? – me cortó.
—Sí, sí – y le dicté: “MATERIA VIVA” Estova todo con mayúsculas.
Me miró como si la hubiera insultado.
—¿Qué?
“MATERIA VIVA” Y va todo con mayúsculas porque es el título.
Lo escribió con expresión impenetrable, mirando al frente como si estuviera en penitencia.
—Bueno, ahora, en otra página, va el primer poema. Te voy dictando cada verso,
porque van separados, cada uno en un renglón – le volví a explicar.
Cambió la hoja sin mirarme y se quedó esperando con cara de ofendida. Yo empecé:
—Mayúscula en la primera letra nada más: “Nacer al desconcierto”
Lo tecleó en un segundo y esperó.
—Y abajo, en otro renglón…
 Movió la palanca de la máquina y el papel subió.
“y a la sombra” coma.
Tecleó y esperó con cara de infinita paciencia.
—Y abajo:“sin conocer aún”
Tecleó.
“las pequeñas espadas”
Siguió tecleando.
“que acosan”
Tecleó con ímpetu.
“contra una pared” punto. Y ahora, en otra hoja: “Ser el húmedo centro” coma.
—¿En otra?
—Sí.
—¿Y todo esto en blanco?
—Sí, lo que pasa es que son haikus...
—¿Qué?
Poemas muy, muy cortitos. En el renglón de abajo va: “la atracción y el rechazo”
Después del quinto poema, dejó de teclear, me miró de arriba abajo y con infinito desprecio dijo:
—No le veo la gracia.


8:¿Qué te promueve la noción de “posteridad”?

LP: Nada.


9:“¿La rutina te aplasta?” ¿Qué rutinas te aplastan?

LP: La rutina no me aplasta. Me gustan mis rutinas: leer, escribir, cocinar…


10:¿Para vos, “Un estilo perfecto es una limitación perfecta”, como sostuvo el escritor y periodista español Corpus Barga? Y siguió: “…un estilo es una manera y un amaneramiento”.

LP: Como observó Abelardo Castillo: “Lo que llamamos estilo sucede más allá de la gramática. Toda sintaxis es una concepción del mundo.”


11: ¿Qué sucesos te producen mayor indignación? ¿Cuáles te despiertan algún grado de violencia? ¿Y cuáles te hartan instantáneamente?

LP: Indignación: la injusticia y la prepotencia. Me harta: la idiotez.


12:¿Qué postal (o postales) de tu niñez o de tu adolescencia compartirías con nosotros?

LP: “en el campo a la hora de la siesta me internaba en la maraña de letras de salgari y su mar de piratas y tesoros en la siesta del campo yo soñaba y enterré un tesoro después no lo pude encontrar”


13:¿En los universos de qué artistas te agradaría perderte (o encontrarte)? O bien, ¿a qué artistas hubieras elegido o elegirías para que te incluyeran en cuáles de sus obras como personaje o de algún otro modo?

LP: Me divertiría ser asistente de Phillip Marlowe.


14:El silencio, la gravitación de los gestos, la oscuridad, las sorpresas, la desolación, el fervor, la intemperancia: ¿cómo te resultan? ¿Cómo recompondrías lo antes mencionado con algún criterio, orientación o sentido?

LP: El silencio. Me gusta. Amo el silencio.
La gravitación de los gestos. Siempre dicen algo los gestos, también los no gestos.
La oscuridad me daba miedo cuando era chica.
Las sorpresas no sé si me gustan. Todo depende.
Desolación. No quiero desolación. Me asusta.
El fervor. Ojo con el fervor. Lo veo cerca del fanatismo.
La intemperancia. No me gusta.
El silencio y la gravitación de los gestos en la oscuridad. Después la sorpresa en medio de la desolación, alejando el estúpido fervor y la intemperancia.


15:¿A qué artistas en cuya obra prime el sarcasmo, la mordacidad, el ingenio, la acrimonia, la sorna, la causticidad… destacarías?

LP: Saki [Hector Hugh Munro], Silvina Ocampo, Kurt Vonnegut.


16:¿Qué apreciaciones no apreciás? ¿Qué imprecisiones preferís?...

LP: Tal vez las apreciaciones muy “definitivas”. La imprecisión me transmite duda. Y prefiero la duda a la sentencia.


17:¿Viste que uno en ciertos casos quiere a personas que no valora o valora poco, y que en otros casos valora a personas que no quiere? ¿Esto te perturba, te entristece? ¿Cómo “lo resolvés”?

LP: No siento que tengo que resolver nada. Cuando quiero a alguien, lo valoro y si esa persona no está familiarizada con la literatura, me atrae escuchar y aprender acerca de temas que desconozco.


18:¿El mundo fue, es y será una porquería, como aproximadamente así lo afirmara Enrique Santos Discépolo en su tango “Cambalache”?

LP: Era su opinión.


19:Por la fidelidad y entrega a una causa o proyecto, ¿qué personas (de todos los tiempos y de todos los ámbitos) te asombran?

LP: En este momento los que me vienen a la mente son el Che Guevara, Vincent Van Gogh, Martin Luther King.


20:¿Qué te hace “reír a mandíbula batiente”?

LP: Los cuentos de Saki, los de Hebe Uhart, el libro “Sin plumas” de Woody Allen, las películas de los hermanos Coen, Les Luthiers (en su mejor época).


21:¿Cómo afrontás lo que sea que te produzca suponerte o advertirte, en algunos aspectos o metas, lejos de lo que para vos constituya un ideal?

LP: Es que nunca me planteé un ideal.


22:El amor, la contemplación, el dinero, la religión, la política… ¿Cómo te has ido relacionando con esos tópicos?

LP: El amor tiene mucho que ver con las hormonas, y es maravilloso, pero no perdura. Puede desembocar, o no, en la amistad. En una profunda amistad.
El dinero: No es todo, pero ayuda.
La religión: Soy agnóstica.
La política: Soy agnóstica.


23:¿A qué obras artísticas —espectáculos coreográficos, films, esculturas, música, pinturas, literatura, propuestas teatrales o arquitectónicas, etc.— calificarías de “insufribles”?

LP: Los espectáculos de mimo.


24:¿Qué calle, qué recorrido de calles, qué pequeña zona transitada en tu infancia o en tu adolescencia recordás con mayor nostalgia o cariño, y por qué?

LP: En la actualmente denominada Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la calle Peña, entre Larrea y Azcuénaga. Y Azcuénaga entre Peña y French, donde había una panadería con los alfajorcitos de maicena más ricos que he comido en toda mi vida, y la carbonería de Peña y French, a donde me mandaban a comprar leña chica para encender las dos chimeneas de mi casa.


25:¿Cómo reordenarías esta serie?: “La visión, el bosque, la ceremonia, las miniaturas, la ciudad, la danza, el sacrificio, el sufrimiento, la lengua, el pensamiento, la autenticidad, la muerte, el azar, el desajuste”. Digamos que un reordenamiento, o dos. Y hasta podrías intentar, por ejemplo, una microficción.

LP: Paso. Ya me hiciste trabajar bastante.


26:“Donde mueren las palabras” es el título de un filme de 1946, dirigido por Hugo Fregonese y protagonizado por Enrique Muiño. ¿Dónde mueren las palabras?...

LP: Las palabras no mueren. Las personas mueren.


27:¿Podés disfrutar de obras de artistas con los que te adviertas en las antípodas ideológicas? ¿Pudiste en alguna época y ya no?

LP: Por supuesto que sí, el arte es un milagro.


28:¿Cómo te cae, cómo procesás la decepción (o lo que corresponda) que te infiere la persona que te promete algo que a vos te interesa —y hasta podría ser que no lo hubieras solicitado—, y luego no sólo no cumple sino que jamás alude a la promesa?

LP: No confío en esas promesas. Las olvido.


29:No concerniendo al área de lo artístico, ¿a quiénes admirás?

LP: A mucha gente. Por ejemplo al Dr. Georgios Papanicolau, quien salvó de la muerte a millones de mujeres al descubrir un método indoloro y rápido de detección temprana del cáncer de cuello de útero.


30:¿Tus pasiones te pertenecen o sos de tus pasiones? Pasiones y entusiasmos. ¿Dirías que has ido consiguiendo, en general, distinguirlos y entregarte a ellos acorde a la gravitación?

LP: Creo que mis pasiones me pertenecen. Y también creo que fui logrando distinguir pasiones de entusiasmos. Envejecer sirve.


31:¿Qué artistas estimás que han sido alabados desmesuradamente?

LP: Y qué importa… No pierdo tiempo en eso.


32:¿Acordarías, o algo así, con que es, efectivamente, “El amor, asimétrico por naturaleza”, tal como leemos en el poema “Cielito lindo” de Luisa Futoransky?

LP: “Cielito lindo” es un buen poema de Futoransky.


33:¿El amanecer, la franca mañana, el mediodía, la hora de la siesta, el crepúsculo vespertino, la noche plena o la madrugada?

LP: El amanecer y la noche.


34:¿Qué dos o tres o cuatro “reuniones cumbres” integradas por artistas de todos los tiempos y de todas las artes nos propondrías?

LP: Ninguna, soy fatal para imaginar este tipo de “eventos”.


35:Seas o no ajedrecista: ¿qué partida estás jugando ahora?...

LP: La partida más difícil.


*

Cuestionario respondido a través del correo electrónico: en las ciudades de Bariloche y Buenos Aires, distantes entre sí unos 1600 kilómetros, Luisa Peluffo y Rolando Revagliatti, fines de mayo de 2019.




Muestra de poemas de Pablo Queralt [Ópera- Pablo Queralt . Ed Niña Pez]

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Ópera- Pablo Queralt . Ed Niña Pez. 


Partitura que se disipa allí 
en la penumbra del sótano para ver 
en el fondo del hueco  atravesar 
la pared del cráneo misterioso el tabique del cartón    
color tierra como cantan las sopranos

cuando temo, para no pensar   
canto 
y uno empieza a escuchar de verdad
la voz de los barítonos y los tenores
ahí bebo del filtro que hace perder la conciencia de lo real.


Música del ensayo como partículas leves 
en la mañana que se hundirá en el blanco 
recuerdo casi niebla en la que llega 
el poema a su materia 
cuando todo alcanza ese imperio 
voluntad en el minuto de goce
canto.

Levanto la cortina a otra escena 
y en ese desparpajo de rostros, cantos busco el centro tonal 
el color de cada voz, 
aprendo.



hotelito en medio de las lomas silencio de campo 
sus huéspedes entonan canciones 
arias de óperas que recuerdan en el almuerzo 
mesa de la izquierda repertorio Wagner, 
derecha repertorio italiano, 
volamos en el trovar (¿clus, leu?) en la misma nave 
hasta perder el aliento.




pájaros diminutos sorprendidos
en el aire en la línea fija del agua hipnótica
sonámbula 
salvando las cosas de su muerte
en el amatista en las platas 
de la música
¡qué lindo es todo esto! grullas grullas
el do coreano 
ciudad del apogeo y del placer 
ciudad de Mahogany que Weill soñó
cuando bajaban del camión y sobre las valijas 
cantaban 


Lucho contra el dolor mi placer 
conservar y olvidar 
el canto de las grullas
y el chocolate comido en el acto final de Tosca 
en la Scala 
nunca dejes ese instante de alegría me dice
guardo ese botín de terciopelo en el corazón 
ayudame con este silencio
soy real allí
en este campo de juego tono monocorde azotando 
al cuerpo al cerebro 
es bueno saber que estoy ahí 



Y ya desde camarines sale a Lohengrin 
en el romanticismo de estas aguas que soñé 
en el rumor, en el silbido...
hasta dar con la trama con el tedio de las calandrias 
rompiendo tapices telas del aire espacios del yo 
que se burla de sí mismo 
música traspapelada en la memoria como hojas amarillas verdes lilas 
que caen del otoño en su universo mudo en tus manos se reúnen gotas 
en incesante gotear con su tic tac una pausa una nota fija que modifica 
el neuma y pide concentración 
en el plató los tenores y las sopranos en ojos sollozos 
allí en la oscuridad puliendo un cielo.





Poemas de Alan Román Méndez

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No lloren por Notre Drame





Se acabaron las catedrales.

Las torres no nos defenderán si la intemperie respira dentro.



Un techo no es todos los techos

un cielo no alcanza para tantos usuarios.



Ya las gárgolas están ciegas sus alas no cortan el vapor

la jaula del viento corre sus puertas.



La ciudad rasca la tierra en espera de frutos nuevos

excepto los niños que siempre quedarán fuera.



Los vitrales están por encima de las nubes

solo la noche corre el rosetón.

Ya no caben en el tiempo

paso a paso de ladrillos

los dientes de todos los santos

ni las cruces que cargan los muertos.



Los pasillos son hogares

y los ecos arrecian su marea

saliendo de cada palma a cada oído.



Ni hoy ni mañana

ni abriendo todas las nucas

encontrarán catedrales

han dejado de crecer en el suelo.



Nuestros pulmones son compactos los corazones agitados

las miradas se miden en fotogramas por segundo

buscando templos adecuados.



Las catedrales no serán la alfombra

para este fin del mundo.










Los paraísos que somos





No puedo hablar demasiado

aunque son permisivos

ya bajo el sol nacieron y fallecieron

no tienen mucho dolor para aterrizar.



Tengo citas en catorce paraísos

reunión con profetas en el tercero

y cuarenta días de reservación en el quinto.



Los inframundos pueden ser irritantes

pero si te llevas bien con los administrativos

alguna vez respirarás más que azufre.



A decir verdad

los dolores que sufrimos

están rancios

son de otros, para otros

los placeres del paraíso

tan de otros.



Entre lo reconocible habitamos

atados a la ostentosidad de los vivos

y del mundo, en ésta

tampoco conocemos las estrellas.



No me gustaría preocuparte

la vida y lo que sigue

tienen la equivalencia

del dormir y el sueño

por lo menos yo, nunca ronqué.



Te sales de la línea, de la autopista

cómo separarte de un gran saco

de repente tu cuerpo no es cuerpo

y tu voz no es voz.

Pero aún sin cuerpo toda la paz del mundo

pesa muchísimo

sobre tus hombros.



Hasta el Maat me quedó ligero entre la hierba blanda

cómo va a ser si no la hacen hipoalergénica

ojalá hubiera comercio entre paraísos

para que deje de rodearse a sí mismo.



El elevador no funciona

como siempre

solo a Hades se le ocurre

veinte hombres levantando una caja con cuerdas

hay pocos que merezcan tal castigo

mordemos las escaleras con pasos.



Si fuéramos humanos nos resfriaríamos sin problema

un beso de cerbero

y uvas que caen en tu boca

de los gritos penosos

a la paz ociosa.



¿Quién quiere pasar la eternidad en una biblioteca?

solo rento el ejemplar para distraerme

de tanto y tanto arcángel sangrón.



Entre oro habitan pirofóbicos

y yo con una eternidad para desear un cigarrillo.

Tampoco tenemos ojos para ver

un blanco delgado y enorme según la ocasión.



Puedes usar nubes como sandalias

pero siempre querrás bajar

porque esto no es victoria

no te alegra que no estén

tuviste toda la vida razón

suficiente para estar eternamente

equivocado.



Los sábados me ejercito con Odín

para un Ragnarok que nunca llega

lo mejor son las valquirias

un guiño y una sonrisa

alguna vez serán mías.



Irkalla, el más viejo

inaugurado en tiempos más sencillos

al infierno todos

cada quién con su caso y punto.



Ereshkilla no es fácil de seducir

solo una con los vientos sin almas

para gobernantes tiránicos

la paciencia aún alcanzaba.



Solo un tiempo aquí nada más

solo lo que toca por tu vida

nada más

luego vuelves a dar vueltas

sin saber dónde acabar



y un gramo de luz en la frente

y bajo los pies la mirada

yo ya estuve aquí, ¿no es así?





  





Pájaros en el alambre





Los pájaros están en el alambre

y sin voluntad de volar.



De bulbos a pixeles

desde las

cafetería, zapatería, barbería

a las shops.



Están donde los encontramos

desde la ventana viven

a lengüetazos de sol.



Siempre será el mismo segundo

para ellos

la tierra no rota.



En algo anduvieron

entre las calles viejas

entonces empedradas

pavimentadas, acicaladas

pero nunca perdieron el piso

si es que lo encontraron.



Un pasado que rechina de lustroso

al que torcemos la vista.



Hoy, sombras sin nombre antepuestos

encimados

salen dos y entran cinco

cuarenta apodos lejos

de ser una persona.



En algo andamos

porque siempre están los brazos extendidos

hacia los enemigos

porque la violencia no es rápida

es común.



Pero no importan los fuegos artificiales

hoy no será memorable

hasta que se convierta en ayer.



Ya tu voz está en cada palma

son risas ya tus gritos

y cejas levantadas.



Aún sin ojos puedes ver desaparecidos

aún sin oídos los escuchan caer

          y levantarse

                    y caer                   

aún sin tacto respiran

el frío de julio.



En algo andamos

entre los bajos barrios

entre la marihuana enérgica

entre los corruptos cegatones

entre las deudas impagables.



En algo andamos

algo que nos desteje el nombre

nos borra del registro, nos tira el rostro.



Caminantes del callejón

esos que saben nada

esos que están allá

esos que hacen tú sabes qué.



Todo es posible

en la dimensión desconocida

En todo andamos

menos en misa.



Los pájaros estamos en el alambre

déjenos sentados como debe ser.

Esperar nos ha envejecido

más que los años.



Aunque el mapa se arrugue

aunque mordamos las distancias

por más lejos que estamos nunca nos extrañaremos

por más cerca, siempre seremos nosotros y ellos.



Y mientras seamos otros

en algo andaremos.





Alan Román Méndez, nacido en Mexicali, Baja California en 1998. Actualmente estudia en la licenciatura en docencia de la lengua y la literatura en la Universidad Autónoma de Baja California. Ha cursado talleres de creación literaria y relato corto en la UABC, Casa de la Cultura, CEART Mexicali y IIC-Museo UABC. Su trabajo ha sido publicado en las revistas El Septentrión y Ágora, además de la Antología mexicalense del nuevo milenio, y Testigos del fuego, su primer publicación individual. 

LEO LOBOS cruzando la palabra poética [por Guillermo Pallacán]

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LEO LOBOS cruzando la palabra poética. 

     La escritura poética de Leo Lobos transita por caminos cotidianos y cercanos, de preferencia opta por espacios de esparcimiento y recogimiento público. Zonas de reunión donde el espíritu y el alma se solaza con la naturaleza y los grandes espacios; donde el ser humano confirma su fragilidad y pequeñez. Por ello, el autor como hablante lírico nos corrobora que es un poeta de momentos, de detalles, donde el tránsito de circulación de un mundo a otro, transforma a su escritura en una alquimia.
   Los temas que aborda el vate poseen una impronta que reverbera largamente en los recuerdos, además que la singularidad característica que posee su lírica, remite a espacios y momentos simples, láricos de ciudad.
   Los referentes inspiradores de la lírica de Lobos son esos autores liminales que han forjado huella en un mundo adverso, como ha quedado demostrado en algunas dedicatorias que preceden algunos poemas: autores como Gael Turnbell, Lucien Freud, Baudeliere, son vasos comunicantes con éstos versos:

            Es mejor dejar pasar
Las balas y rendirse
Ante tu destino
Sabes
Bien y mal son
Nombres que pueden
Significar la misma
Flor.

La guerra presenta sus credenciales de una u otra manera en éstas páginas. Porque el conflicto bélico irrumpe como algo cotidiano, como una realidad asumida para naturalizar aquel horror de destrucción humana que es inherente a la especie dominante del planeta tierra.
El libro“Picnic en el Central Park”;  del poeta chileno Leo Lobos y editado con motivo del VI Festival Internacional Primavera Poética, evento llevado a cabo en Lima, Perú, en Septiembre de 2018; posee muchas aristas de distintos géneros informativos.
Ejemplo de lo anterior es el siguiente poema: Palabras de Rebaños Diferentes

Primero
Perdió la palabra mano
El mapa
La dirección
El viento
Luego perdió el negro y el rojo
El azul, el verde
El amarillo
Las nubes de ceniza
Y todo el tiempo del mundo
Palabras
De rebaños diferentes
Se encontraban a esa altura del sol
En
El
Centro
De
Una
Niebla
Luminosa
Para él todo
Era ciudad
Extranjera.

Aquí el autor amplifica el sentido de la pérdida desde distintas ópticas y objetos; va desmenuzando y haciendo desaparecer, tanto lo físico como lo conceptual, lo tangible, lo metafórico; y siempre como fondo escénico la ciudad que resulta ajena y extraña. O sea, extranjera en el peor de los casos. Entonces, ¿dónde se refleja toda la integridad al decir del autor? ¿Cuáles son los momentos más henchidos de belleza obtenidos en este texto? La belleza del decir se expresa en instantes sorpresivos, aquellos momentos que el autor está predispuesto a extraer la médula precisa del sentido poético. Y ese sentido poético Leo Lobos lo encuentra en un horizonte curvo e inmenso, como expresa en un poema.
La poesía de los lugares cotidianos, conocida también como poesía lárica; ocupa un lugar destacado en la historia y tradición poética chilena, siendo el autor Leo Lobos un continuador destacado de esta escuela lírica, a la vez poseedor de un registro original que está dejándose oír con fuerza en la poesía latinoamericana.
El autor nacido en Santiago de Chile, el año 1966; además de poeta galardonado con la beca UNESCO- Aschberg, en el año 2002. La Universidad de San Marcos le concedió el premio a la Literatura Latinoamericana, el año 2018. Obtuvo la Beca para escritores profesionales del Fondo del Libro; es ensayista, traductor, artista visual y gestor cultural. Actualmente ejerce como gestor cultural del Taller Siglo XX, de la Fundación Hoppmann Hurtado.
El libro Picnic en el Central Park, de la Colección Primavera Poética, al transformarse en un hito editorial más que merecido para los lectores, hace saber del estado creativo en que se halla la pluma de Leo Lobos, para beneplácito de su público.    





Nuevo poemario del argentino Luis Raúl Calvo Por Luis Benítez

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Deconstrucción de los rostros y otros poemas, de Luis Raúl Calvo (Ediciones Generación Abierta, Buenos Aires, Argentina, 2019)

Los 25 poemas que integran este último poemario de Luis Raúl Calvo  están divididos en dos secciones: Deconstrucción de los rostros, que incluye a 15 de ellos, y la titulada Otros poemas, que suma una decena.
Un aspecto los relaciona y otro los separa.
El primero es el lenguaje empleado por el poeta, bien conocido por quienes somos sus lectores desde hace años. Me refiero a la manera directa que tiene Calvo de comunicarse con quien lee, engañosamente simple, para encubrir y por ende, hacer así más efectiva la comunicación de núcleos de sentido más complejos. El registro puede ir desde lo confesional y anecdótico hasta el matiz de la evocación culta, pero en este caso invariablemente subrayando lo que en común con todos los hombres tiene esta última. El recurso mencionado abunda en Deconstrucción…, donde los iconos culturales impregnantes, la mención a figuras de la pintura y la literatura occidentales no invade con su prestigiosa referencia el discurso, sino que alude a aspectos de la experiencia emotiva y conceptual que tienen en esos nombres –Van Gogh, Gauguin, Artaud- una referencia directa. El poeta desglosa luego este aspecto y nos muestra en sus versos cómo el sufrimiento, la creatividad, el dolor, la angustia, las iluminaciones, que corresponden a la vida de todos y cada uno de los hombres, si bien brillan reconocidamente en esos nombres que él menciona, son en verdad patrimonio de toda la humanidad, resultado de la experiencia tanto general como individual, que en estos poemas se combinan.
El aspecto que separa a este grupo de textos de aquellos que componen la segunda sección, la titulada Otros poemas, es que en esta el tono se vuelve más intimista y hasta aborda el recurso de lo paracoloquial, con singular destreza, vamos a remarcar, por ejemplo en el poema Reencuentro.
Desde luego que estas superficiales aproximaciones no agotan todo lo que podemos decir acerca de este poemario, sino que son apenas una introducción, una invitación a leer, que extendemos al lector.




Así escribe Luis Raúl Calvo

Generación Abierta: Treinta años

Tal vez acaso, nos reconoceremos
en las imágenes del tiempo
como una vaga sombra que cubrió
los anchos mares del Atlántico.
Una cruel ironía: las páginas amarillas
serán sólo eso, un reflejo certero
de que hemos vivido el ocaso
de un sueño, la fragmentada realidad
de una vieja utopía, el deseo recobrado
en las antiguas musas del Olimpo.
Muchos ya han partido para reencontrarse
en otros ríos, en otras regiones del alma,
la pasión de la sangre no invade territorios
que separen lo que la belleza une en el silencio.
Quedarán las palabras, sí, al menos
las palabras, desoladas voces de la memoria,
de la fugacidad, del olvido.




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